Los tacones de diez centímetros golpean el pavimento. Cada golpeteo contra el suelo es una mirada de un hombre que se pierde en sus piernas largas, casi desnudas, y en sus glúteos bien torneados por un cirujano. Responde a las miradas con una sonrisa que dibuja un par de hoyos en sus mejillas. En los ojos, unos lentes de contactos azules cubren su tono marrón. Con las manos corre su largo pelo rubio por detrás de los hombros para no despeinarse.
Mide 1,76 m. y su cabeza sobresale en medio del gentío aglomerado en la Feria del Libro en Corferias. Parece caminar en una eterna pasarela. Sus pasos largos acompañados de un continuo contoneo de cadera obligan a los hombres a girar las cabezas. En su físico nada delata su origen pero su voz gruesa aún conserva algo de masculinidad.
La gente se pregunta quién es. La mayoría no sabe que ella fue él. Nació niño, pero desde los 7 años se vio ante el espejo como una niña.
Michell es la primera presentadora transgenerista en el país. Hizo su debut en un programa emitido por Internet para la comunidad LGBT y luego fue contratada por Canal Capital para presentar el Festival Iberoamericano de Teatro. Ahora, seguida de una cámara y con un micrófono en la mano, se desplaza por los pabellones de la Feria del Libro para el mismo canal de Bogotá.
Nació en Cúcuta y en su niñez tenía el cuerpo delgado, los labios gruesos, los ojos grandes y la nariz, aunque gruesa, no era varonil. Nunca le gustó el pelo corto, siempre lo mantuvo por debajo de las orejas para podérselo alisar. Dice que jamás se sintió en el cuerpo equivocado, pues considera que su imagen era más femenina que masculina.
Siempre estuvo segura de lo que quería ser. No lo dudó. No tuvo miedo de enfrentarse a su familia. Tenía un cómplice que pensaba lo mismo, su hermano Jhoan Valencia. Ambos tomaron la decisión de ser mujeres al mismo tiempo.
En la infancia vestían como niños aunque su madre sospechaba que el rumbo de sus vidas sería diferente. Cuando Michell Valencia llegó a la adolescencia, iba a las tiendas de ropa y, sin que su mamá se diera cuenta, escogía un pantalón descaderado de mujer y algunas camisetas de hombre de la talla más pequeña para que se ajustaran a su cuerpo. Según sus palabras, vestía como andrógino. Era una mezcla entre el hombre que era y la mujer que quería ser.
Su rostro no tiene cirugías estéticas. Desde pequeña siempre se vio como una mujer.
Esa mezcla llamó la atención de algunas compañeras de colegio que se le declararon: “¿es que no se han dado cuenta que no me gustan las chicas?”, les decía Mitchel a las pretendientes.
Ella nunca fue capaz de confesarle a algún compañero sus intenciones de noviazgo. Pensaba como una mujer, quería que ellos la conquistaran. Cuando tenía quince años, un joven se le declaró. Vio en Michell una mujer y, sin importarles la opinión de los demás, comenzaron una relación que culminó a los seis meses.
–¿Y Jhoan?
–Mi hermanito no estudiaba conmigo. Hicimos el proceso de ser mujeres a la par pero ninguno influyó en el otro para seguir ese camino.
Las dos, teniendo el físico de mujeres, se tratan como hombres. Sus padres hacen lo mismo a pesar de verlas convertidas en damas. Saben y entienden el proceso de los hermanos, pero pesa más la fuerza de la costumbre.
A los 16 años, Michell viajó a Bogotá para comenzar sus estudios de comunicación social en la Universidad Externado de Colombia. En la facultad nunca quiso usar el baño de hombres; sentía que intimidaba a los muchachos, y ella también se sentía ajena a ese lugar. Recuerda que en una ocasión, una estudiante redactó una carta para que el decano prohibiera el ingreso de Michell al baño femenino. El decano llamó a la aludida y le dijo que si ella se sentía una dama podía escoger el baño que se acomodara a su condición.
A los 18 años, Jhoan y Michell empezaron a tomar hormonas femeninas para el desarrollo de la cadera, el pecho y evitar la salida de folículo en el rostro y en las extremidades. Fueron cambiando poco a poco hasta convertirse en dos hermosas mujeres. Michell tiene 25 años y mide 1,76 m. de estatura. Jhoan es un año mayor y mide 1.60 m.
Michell solo tiene una cirugía estética, en los glúteos. Sus incipientes senos son producto de las hormonas. No le interesa tener unos senos inmensos, se siente una hermosa mujer.
Cuando terminó los estudios de periodismo, Michell entró como practicante a un canal de televisión. Recuerda que al verla un comentarista deportivo dijo que ese ‘él o ella’ debería estar en una peluquería. También recuerda que en varias oportunidades, cuando entregó su hoja de vida en busca de trabajo, recibió burlas por parte de los contratantes.
Hoy, después de encontrar varias puertas cerradas, desfila por la feria haciendo entrevistas. Se ganó un espacio en la televisión de la capital. Sabe que varias jóvenes la miran con recelo y eso hace que Michell comprenda que logró lo que quería, abrirse paso con pasos de mujer.