Ernesto Andrade tiene una cicatriz en su mano izquierda. Un accidente de carro lo mantuvo incapacitado durante un mes, el mayor espacio de tiempo en el que ha estado sin ejercer su profesión de cirujano plástico. Empezó hace dieciséis años y la primera operación de tetas se la hizo a su novia del momento. Reconoce que le quedaron espectaculares.
Desde entonces se ha dedicado a operar todo lo operable en el ser humano: desde narices y orejas, hasta senos y abdomen. Y aunque su nombre se ha convertido en el más destacado del mundo de las cirugías estéticas en Colombia, el detalle que lo pone por encima de sus colegas es el hecho de que no solo es cirujano. Andrade tiene su propia fábrica de implantes de silicona, SIMA, fundada con una inversión inicial de 4,5 millones de dólares.
Entrar a la fábrica de implantes mamarios del cirujano Ernesto Andrade es como entrar a una estación espacial. Los 26 empleados que trabajan en turnos de ocho horas pueden llegar vestidos como quieran, pero siempre deben llevar calzoncillos y medias de color blanco. A la entrada quedan en ropa interior, pasan por una cápsula de esterilización y se ponen el uniforme de trabajo, que consta en un traje enterizo blanco, guantes, gafas y zapatos. El proceso tarda varios minutos y al finalizar el cuerpo termina 100% cubierto y tan protegido que podría pensarse que la especie humana fue atacada por un virus mortal. Lo de la ropa blanca tiene que ver con el estado de extrema asepsia que se maneja al interior de la planta, porque la ropa de color tiene componentes sintéticos que podrían contaminar el producto. El protocolo de esterilización es tan inflexible que el proceso debe repetirse incluso si la persona tiene que ir al baño.
Andrade, dueño de un pulso firme y olfato de negociante, vio que el mercado de la cirugía estética superaba los tres billones de dólares al año, pero que sólo dos lugares en Latinoamérica fabricaban implantes de silicona: Costa Rica y Brasil. Empezó a producir implantes hace cuatro años, a razón de veinte por mes. Hoy hace cinco mil y en dos años espera llegar a los quince mil mensuales. Todos sus números son impresionantes: su empresa mueve nueve millones de dólares al año, en el futuro cercano generará cien empleos directos y trescientos indirectos, sólo uno de cada mil productos es desechado por presentar imperfectos y sólo 6% de su producción se queda en Colombia. El resto se va a lugares como Medio oriente, África y Latinoamérica.
Ernesto Andrade es una marca registrada. Así lo afirma el letrero de su clínica, ubicada en el norte de Bogotá. Es un mundo aparte, un universo paralelo donde todo huele bien, suena música ambiental y los seres que lo habitan son bellos. Casi todo el que pasa por la Clínica Ernesto Andrade, ya sea cliente o empleado, tiene algo operado.
Por el lugar de 800 metros cuadrados, tres salas de espera, tres de cirugía, nueve consultorios y dos habitaciones de reposo han pasado más de doce mil personas, entre los que se cuentan tres señoritas Colombia, dos Miss Mundo, actores y actrices de televisión, políticos y modelos. Eso sí, pese al amplio catálogo de famosos que han pasado por sus manos, el grueso de clientes de Andrade es gente del común. De hecho, él mismo reconoce que sus mejores trabajos los ha hecho con gente anónima, y que las tetas más bonitas que recuerde se las puso a mujeres que no tienen nada que ver con la farándula. Su lista de clientes es uno de los secretos mejor guardados, y aunque la reserva de Andrade al respecto es total, han sido famosas las transformaciones que le ha hecho al ex futbolista René Higuita, la ex reina Marta Liliana Ruiz y el poeta nadaísta Jota Mario Arbeláez.
El papá y el abuelo de Ernesto fueron médicos, por eso él nunca se vio en otra profesión. Enfundado en su uniforme de cirujano revela que fue su complejo de feo en la adolescencia la razón que lo llevó a especializarse en cirugía estética. Es coherente con su discurso y cree con firmeza que de las pocas cosas en las que la ciencia le ha ganado la carrera a la madre naturaleza son las tetas operadas. Reconoce la belleza de las naturales, pero también afirma que nada supera una hecha de silicona. A aquellos que dicen que las operadas parecen de caucho y sin movimiento, él les responde que no les ha tocado ver las que él hace. A su favor aboga que a una mujer que se opera las tetas la vida le cambia de forma radical, no sólo en materia sexual, sino en todo. De hecho, dice que sólo 20% del cambio tiene que ver con el sexo, el resto está más ligado a las actividades cotidianas. Es algo en el movimiento, en el manejo del cuerpo, aún con la ropa puesta. Se nota que una mujer está feliz con sus tetas hasta cuando va a hacer mercado.
Hacer un implante de silicona, uno sólo, no el par, toma 72 horas y tiene un valor de trescientos mil pesos, aunque Andrade se lo vende al usuario final en cerca de medio millón de pesos. Eso quiere decir que una operación de tetas en su clínica cuesta seis millones de pesos: un millón por el par de implantes, dos millones del uso de la clínica y tres que cobra el cirujano.
Andrade no inventó nada, los implantes de silicona existen desde hace décadas en Estados Unidos y tuvieron su réplica en Francia, pero rellenos de agua, que fueron un fracaso. En Francia se fabricó el famoso implante de silicona que se le reventó a la presentadora Laura Acuña, marca PIP (Poly Implant Prothese). Treinta mil mujeres en el mundo tuvieron un problema similar. El gobierno francés hizo un llamado a las mujeres operadas con siliconas PIP para someterse a una revisión médica.
El mercado de implantes en Colombia es de sesenta mil unidades, mientras que las grandes empresas del mundo pueden alcanzar el millón de piezas fabricadas cada doce meses. Andrade se precia de haberle adicionado a los suyos dos detalles pequeños, pero no por eso menores: un anillo en la parte inferior que contiene al implante y lo moldea, y un punto en la parte superior que emula a un pezón y que fue ideado para que a la hora de ponerlo en el pecho de la paciente se supiera que está al derecho. Suena obvio, pero casos se han visto. Nunca, eso sí, en la mesa de cirugía de Andrade.
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