
El tiempo ha pasado, pero Juan sigue siendo el mismo. No porque no haya cambiado —cambió todo—, sino porque ese espíritu errante, narrador y testigo de historias humanas, sigue latiendo detrás de cada palabra que pronuncia y cada libro que escribe. Volvió a Bogotá, su ciudad natal, con la mochila cargada de testimonios, acentos ajenos, tristezas lejanas y una dosis de esperanza que, aunque tenue, aún sobrevive entre páginas.
Hace un año, el escritor y creador de contenido Planeta Juan presentó su primer libro. Hoy regresa a la Feria Internacional del Libro de Bogotá para presentar Migrantes, un compendio de relatos desgarradores, emotivos y profundamente humanos que retratan lo que significa dejarlo todo atrás, incluso sin tenerlo todo claro. No es literatura de ficción ni tampoco un reportaje frío: es una forma distinta de contar lo que la estadística no puede decir.
“Advertencia: no es apto para corazones blandos”, dice con una sonrisa que esconde el peso de lo que está por revelar. Hay historias felices, sí, pero otras sin final, como las vidas migrantes que siguen suspendidas en el limbo de un sistema que no las reconoce ni las protege.
Juan lo sabe: migrar no es una palabra, es un verbo con cuerpo. Él lo ha vivido. Lo hizo hace 15 años y, como él mismo dice, “una vez migrante, siempre migrante”. Volver a casa ya no es regresar; es migrar hacia el recuerdo de lo que fue hogar y hoy es un lugar más del mapa emocional que habita. Por eso, Migrantes no es solo una serie de relatos ajenos: es también un espejo. “Todos migramos. Algunos lo hacen con visa y avión; otros, con el alma a rastras y los pies rotos”, dice.
El libro reúne historias reales de migración forzada, desde Asia hasta América Latina, pasando por África y Europa. Algunas tienen nombre y apellido —las que acabaron bien y quisieron contarse—, otras guardan la identidad bajo seudónimos por seguridad o dignidad. Todas, sin excepción, son testimonio del desarraigo. “Ahí no hay ficción. Lo único ficticio es el nombre. Lo demás es verdad pura”.
No se pierda la entrevista completa de Kienyke.com a Planeta Juan:
Hay una historia que no logra soltar. No da nombres, apenas pistas. Son jóvenes, muy jóvenes. Están atrapados en una ruta migratoria de horror. Y él, testigo impotente, siente la frustración de no poder sacarlos con un clic, como si Google Maps sirviera para salvar vidas. “No soy un superhéroe. Solo puedo contarlo. Y espero que eso sirva de algo”.
Migrar, insiste, no es solo cruzar una frontera. Es perder una tierra, una lengua, una infancia. “El migrante no huye solo del país, también de una versión de sí mismo”. Por eso, en cada página hay algo de él: sus viajes, sus dudas, su propio desarraigo. “Este libro es de migrantes para migrantes. Y para quienes nunca han migrado, pero quieren entender qué hay detrás de esa decisión”.
Juan habla con naturalidad, sin pretensiones. Podría hacerlo como influencer viral —porque lo es—, pero prefiere la honestidad de quien lleva una bitácora de humanidad.
Uno de sus contenidos más virales lo muestra en las Islas Malvinas, frente a las tumbas de los soldados argentinos caídos. Un colombiano, solo, izando la bandera de un país que no es el suyo, pero sí de su sangre. “Fue una forma de decir: estamos juntos. Somos el mismo continente. La misma historia”.
Eso también lo mueve: romper fronteras narrativas, conectar audiencias con causas. Por eso su libro no es solo un relato. Es un manifiesto. “Migrar también puede ser por crecimiento, por cultura, por amor. No siempre es por hambre o guerra. Pero todas las formas duelen”.
Aunque Juan ya tiene dos libros publicados, asegura que esto apenas empieza. Migrantes podría tener segunda, tercera y hasta centésima parte. “Hay tantas historias, tantos destinos inconclusos… que apenas estamos rascando la superficie”. Lo dice entre risas nerviosas, las mismas que lo acompañan antes de cada presentación. Pero se nota la convicción en su voz.
Su regreso a Bogotá, en la FILBO, es más que un evento literario. Es una forma de reconciliación. “Estar aquí es recuperar el arraigo. Saber que aún hay lectores que quieren abrir un libro, escuchar una historia. Eso ya es motivo para seguir”.
Y aunque su rumbo sigue marcado por el viento —“soy un velero a la deriva” dice entre risas—, tiene claro que su destino, mientras pueda contarlo, será seguir escribiendo para los que no tienen voz.