
Aura María lleva diez años trabajando en sex shops. Es una mujer elegante, de unos ojos infantiles y expresivos. Vende aceites, juguetes y lencería con una propiedad de culebrero. Sabe de lo que habla. “Los Sex shops están hechos para personas que quieren oxigenar la relación. Hay gente que lleva 15, 20 años o más de casados y el tiempo hace que se pierda la pasión. Por eso hay que innovar”.
El negocio es rentable. Parece que hay mucha gente que necesita “ponerle picante a su relación”: así dijo Johana, otra mujer que atiende un Sex Shop en el tradicional barrio bogotano de Chapinero. A ella lo que más le compran es potenciadores y aceites; luego está la lencería provocativa y por últimos los “juguetitos”. “Esto se mueve bastante bien”–dijo, refiriéndose a su leal clientela y a los novatos o curiosos, que no sólo acuden a la tienda de Johana sino a las muchas que están cerca de la plaza de Lourdes.
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Se ve de todo para todos. Dice un viejo y conocido refrán: “en la variedad está el placer”. Placer: esa es la palabra. Estamos hablando de algo natural, tan humano como comer o dormir. Y por eso acuden hombres y mujeres, jóvenes y mayores, heterosexuales y gais, gente sola o en pareja. “Hay para todo gusto”, dijo Sergio, que lleva un año trabajando en esto.
“Más que todo es un negocio familiar” –continúa Sergio–. Tíos y tías de él también viven de esto. En Colombia, un país conservador, tradicionalista, con muchos tabús, una familia invertiría, supongamos, una panadería, una papelería, un supermecado ¿Pero un sex shop? “Una vecina que trabajaba en este tema le comentó a un tío y él se envolvió en esto. Y nos unimos otros después porque es un negocio rentable. Antes era un tabú, pero hoy en día ya es lo más normal. Las parejas lo necesitan para salir de la monotonía”, explicó.
Desde mediados de los 60, con la revolución contracultural y el movimiento Hippie, que ayudaron a quitar el velo de prohibición y los prejuicios que había en el sexo, el negocio del placer empezó a tomar forma, en Estados Unidos, Inglaterra y Francia especialmente, y se empezó a ver más allá. El sexo ya no era solamente una cuestión biología, reproductiva, sino algo que se podría disfrutar, en todo el sentido de la palabra. Y para disfrutar más y mejor, hacían falta algunos elementos adicionales –vibradores, aceites, píldoras potenciadoras, lencería sugestiva–, que empezaron a hacerse populares en la medida que se aceptaba que el sexo por placer no era pecado.
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Después, especialmente desde la década de los 80, con la expansión sin precedentes que tuvo el entretenimiento para adultos, las tiendas destinadas a la venta de productos para el placer, que empezaron con películas y revistas, ampliaron la oferta y vendía toda clase de aparatos y cosas para ellas y ellos. Hoy, y en esto coinciden muchos de los propietarios de sex Shops, “eso es lo más normal del mundo”.
La normalización paulatina del negocio ha hecho que la oferta de mercancía sea amplia. Se encuentra de todo. En una de los almacenes había una muñeca inflable ‘gordita’. “Se llama ‘Patty’, y se vende muy bien” –explicó Johana–. En cuanto a juguetes, los hay de muchas formas, tamaños, materiales y precios. El más barato es una ‘balita’ de estimulación, que está entre cuarenta y cien mil pesos; o consoladores de “marca” que cuestan hasta novecientos mil pesos.
La ropa interior, especialmente la femenina es otra de las cosas que más se venden. Es más: esa es la clave del negocio. Por eso, además, parecen ser las mujeres las clientas más regulares de los sex shops.
Y finalmente están los aceites, que sirven para humectar, estimular, y para ayudar a que la relación sexual se dé más fácilmente.

El Placer como negocio
En este mundo moderno, tan loco a veces, regido casi siempre por las inhumanas reglas de la oferta y la demanda, nada de especial tiene que, como otras cosas, el placer se haya convertido en un negocio. Y mueve millones de pesos. No hace falta conocer a profundidad la historia de los sex shops en el mundo. Basta saber que el primero nació en la ciudad alemana de Flensburgo, en 1962. Lo fundó Beate Ushe. “el sexo vende”, pensaba la mujer, que luego fue dueña de un imperio: Beate Ushe internacional.
La clientela
Por obvias razones, ella prefiere que no digan su nombre. Es una mujer joven, alta y delgada. Muy bella. Sonríe con un poco de rubor en sus mejillas. Sale de un sex shop con una bolsita pequeña en la que lleva un liguero rojo de encaje, pequeñito, que poco deja a la imaginación. “Es que vamos a festejar 'Amor y Amistad' con mi novio y quiero regalarle algo bonito”, dijo. Él dijo que podríamos llamarlo ‘Luis’ porque “Luis se llama cualquiera”, y ella María, porque “María se llama cualquiera”. Los dos tienen más de treinta años. Llevan cinco de “matrimonio feliz”. Feliz porque “tiran mucho”. Descubrieron los Sex Shops hace tres años, por sugerencia de ella, y desde entonces los visitan cada vez que pueden. “Tenemos un consolador que es una maravilla; y mucha ropita de esa –y María señala la vitrina donde hay un maniquí ataviado con un vestido de cuero muy ceñido–. Eso nos ha ayudado a aprender cosas, a conocernos y a sentir mucho placer. Además siempre le da cosas nuevas e interesantes a la relación. Es muy divertido”. [single-related post_id="665594"] Luis se ve un poco más tímido. Casi no habla, pero sonríe con sinceridad cada vez que a su esposa, desparpajada y amable, suelta un comentario del tipo “somos felices porque tiramos mucho”. “Yo hago lo que ella diga –fue lo único que se atrevió a decir–; o bueno, no todo. Hay algunas cosas a las que no le jalo; pues porque no. Pero en general a casi todo. No es tan malo como parece. Y los dos gozamos mucho”. Y fueron los únicos que hablaron. Los demás –hombres y mujeres por igual–, pasaban por alguna de las tiendas, miraban para adentro con curiosidad, como sin saber sin entrar o no, y al ver la cámara, que siempre intimida, salían dando pasos largos como perritos asustados. “Ya volverán –dijo otro de los dueños de un local–. Así son los clientes: vienen, curiosean por encimita y se van. Regresan al rato, cuando sienten que no los mira nadie. Es que les da como pena. Esto sigue dándole pena a la gente y yo no sé por qué”.La mercancía
No es tan simple como vestir un maniquí con un liguero y ponerlo en una vitrina, o exhibir un exuberante pene de goma que no podría tener ningún hombre. Hay propias dificultades detrás de este negocio. El más grande es el Tabú. Tabú que lo mantiene en las sombras, que lo asocia con los bajos mundos o con hábitos poco sanos de algunos depravados. Sin embargo, poco a poco, se ha ido desmitificando el negocio del placer y ahora, para bien de unos y mal de quién sabe qué otros, esto es “como vendiendo dulces”, dijo Sergio.