El pastor que adora tanto el heavy metal como a Jesús

Sáb, 31/03/2012 - 15:00
Cristian Martínez ha nacido dos veces. La primera en 1983, el año en que la banda de heavy metal Metallica lanzaba su opera prima Kill Em’ All, y la segunda en 1996

Cristian Martínez ha nacido dos veces. La primera en 1983, el año en que la banda de heavy metal Metallica lanzaba su opera prima Kill Em’ All, y la segunda en 1996 cuando conoció a Cristo. Hoy, a sus 28 años, conserva lo más significativo de ambos instantes, pues hace nueve años - desde el 29 de enero de 2003 - es el pastor de Pantokrator: la única iglesia cristiana en Bogotá donde sus asistentes son fanáticos del heavy metal y de Jesús.

Cada sábado, un promedio de 120 feligreses se reúnen para hacer parte del culto semanal en la Pantokrator, en un mezzanine de casi 80 metros, construida sobre un local de ferretería en el centro de Bosa, al sur de Bogotá. Pendones con el logotipo de la iglesia decoran el lugar, donde predominan los colores negro y rojo. Al cruzar la puerta es posible encontrar una vitrina que exhibe un pequeño mercado de miscelánea metalera en la que se encuentran CD’s, parches para coser a la ropa, botones con los emblemas de bandas de heavy metal y manuales de bolsillo para acercarse a Jesús.

“Lo primordial en esta iglesia es el cristianismo. A la mayoría nos gusta el metal, pero debemos ser reconocidos por congregarnos ante Cristo y no por el metal”, dice Martínez, a quien le faltan dos años para cumplir los  30, y luce muy joven en su apariencia y forma de ser. Es el típico ‘metalero’ de pelo crespo que le crece hasta la mitad de la espalda, usa camiseta negra, pantalones negros, botas y chaquetas militares negras. De su pecho cuelga una gran cruz plateada sujeta también a un cordón negro: “Muchos me critican que use la cruz. A la mayoría de los cristianos no les gusta porque la ven como representación de Jesús muerto. Para mí es el símbolo y testimonio del sacrificio que él hizo por nosotros”.

La mayoría de los asistentes a Pantokrator lucen como Martínez, tal vez hasta parezcan uniformados. Quienes los ven reunidos no se atreverían a pensar que tantos metaleros juntos buscan alabar a Dios. Pero la iglesia no es excluyente, y cualquiera que se sienta bien asistiendo a sus servicios es bienvenido. Don XXXX es uno de los más fieles, y a sus 70 años tiene claro que de cualquier género musical que pudiera escoger, el rock siempre sería el último, pero encuentra reconfortante la forma como Martínez predica, y la unión que se siente entre quienes frecuentan el templo. Como él, también asisten niños y adultos que no tienen ningún tipo de afición por el heavy metal.

“Al comienzo éramos solo 14 mechudos. Nos reuníamos a las 10 de la mañana. Hacíamos parte de la iglesia ‘Misionera Gracia y Paz’, pero éramos un grupo independiente que se creó gracias al apoyo del pastor Victor Buitrago. Cuando llegábamos era como ver una mancha negra, todos juntos vestidos de colores oscuros, y la gente nos miraba mucho, les parecía rarísimo. Oraban en voz alta como tratando de reprender al demonio”. Sin embargo, el grupo creció y Martínez le pidió permiso a Buitrago para tener su propio espacio, pero la aceptación no fue inmediata. Con el tiempo se enteró que muchos de los dirigentes de la iglesia estuvieron orando para que el proyecto Pantokrator se cayera, y entiende el porqué: “No es fácil, la iglesia tiende a ser tradicional y, que de un momento a otro, haya un movimiento que rompe con lo pre concebido, es casi como meter el dedo en la llaga. Era normal que se quejaran y que nos rechazaran”.

Pero las cosas cambiaron y Martínez fue aceptado, no solo por congregar cada vez a más creyentes, sino porque quienes lo conocían sabían de sus largos años de estudios y dedicación al servicio de la cristiandad. Martínez trabajó desde los 16 años junto a las Asambleas de Dios y Manantial de vida eterna. Estudió la Biblia y se internó durante dos años. Luego trabajó como maestro de escuela y guía de jóvenes en diferentes regiones de Colombia, tuvo una emisora y fomentaba la cultura a través de obras de teatro. La gente sabía que a pesar del temperamento perfeccionista de Martínez, y de que no hubiese dinero, todo siempre salía bien. “Se dieron cuenta que aunque mi pinta era diferente, no tenía nada que ver con mi claridad mental”, dice Martínez.

En su vida primero estuvo el rock. El pastor recuerda que su papá les compraba música a él y a sus hermanos, sin importar que ese  género musical no fuera de su agrado. “Mi papá oía Pimpinela y Leo Dan, pero nos traía discos de Michael Jackson y otras bandas de los ochenta. Recuerdo mi infancia al ritmo de canciones de Metallica y Guns N’ Roses”. Luego vino Cristo. Martínez se convirtió al cristianismo gracias a su mamá, quien ya frecuentaba la iglesia. Ella lo llevó y él sintió ese llamado que quienes están fuera de la fe no pueden entender: “Dios no se paró frente a mi a hablarme, pero tuve una visión”. Un día el Pastor Jorge Rivera visitó Colombia y estuvo en la iglesia en la que estaba Martínez: “Me pidió que pasara al frente y empezó a orar por mí. Yo abrí los ojos, y vi como una niebla espesa me rodeaba y se desvanecía poco a poco. Al final pude ver un cielo azul y claro. Era algo muy bonito”, cuenta Martínez, a quien le cambió la vida después de esa experiencia.

Nunca fue un hijo modelo. A los ocho años aprendió a fumar y a los doce empezó a consumir drogas: marihuana, bazuco y pegante cuando no tenía dinero. Aunque para ese tiempo ya hacía parte de la iglesia, cuando terminaba el culto salía a drogarse. Después de la experiencia con el pastor Rivera dejó las drogas sin problemas, jamás ha vuelto a recaer y hoy no fuma ni toma. “La mayoría de los ateos dicen que los que creemos, somos esclavos de la religión. Yo no soy esclavo, yo escogí creer en Dios. Esclavo es fumar, es sentir la necesidad de beber o drogarse para pasarla bien. No es mojigatería, es solo que todo esto le hace daño al cuerpo, y aun siendo conscientes de esto, lo hacemos. Eso no es muy pensante".

Los cultos terminan a las ocho de la noche, pero la gente a veces se queda hasta las 11. Oyen música, comen algo y conversan. Es una pequeña fiesta roquera en la que no hay necesidad de vicios.

Pantokrator no solo ha sido el lugar en el que Martínez pone a prueba sus conocimientos en teología y su amor a Dios, allí también conoció a Adriana Ardila, quien desde hace tres años es su esposa: “Yo nunca fui de muchas novias. Era un poco odioso y prefería mantenerme alejado. Entonces llegó Adriana y decidí abrirme a ella. Compartimos mucho tiempo juntos, nos cuadramos y a los quince días le propuse matrimonio”. Martínez se refiere a ella como la mujer más hermosa del mundo. También es fanática del metal y aceptó la propuesta de él cuando le explicó que su ideal con ella era algo para siempre y definitivo, lejos de un simple noviazgo. Como todavía no hay hijos en sus planes futuros, Martínez y Ardila pasan el tiempo yendo a cine, cocinando, disfrutando de la música y trabajando para Pantokrator.

Aunque Martínez va a cumplir una década como pastor, su imagen aún causan situaciones que a él le caen en gracia: “Esta mañana estuve en una reunión de pastores de la zona. Era la primera vez que iba, y cuando entré, uno de ellos se me acercó con un folleto de clases para aprender a leer la Biblia en un año. Mi jefe, el pastor Yeison Jiménez,  vio la escena y se murió de la risa porque me estaban predicando”.

El silencio se rompe con una canción de la banda de metal cristiano Jesus Freak, que es el ringtone del celular de Martínez. Atiende la llamada, cuelga, y antes de seguir con sus actividades diarias explica sin titubear el significado de Dios en su vida: “Dios es el principio y el fin, es el padre, y cuando nosotros entendemos ese concepto, entendemos que el amor que él nos tiene ya no es cualquier amor. Es algo que trasciende cualquier sentimiento. Es protección, cuidado, acompañamiento, respaldo, es amor verdadero. La historia universal siempre se parte en dos y lo hace en referencia sólo a Cristo. Y a través del hijo se conoce al Padre, el único capaz de sacrificar a su hijo para salvar a la humanidad del pecado”.

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