Desde 1986 Colombia no recibía a un Papa. En aquella ocasión fue Juan Pablo II quien estuvo aquí entre el 1 y el 7 de julio. Ya antes había venido Su Santidad Pablo VI, en 1968. Por la diferencia de años, y por la importancia que tiene un Pontífice para un país altamente católico, la visita de Francisco es, sin duda, un hecho histórico.
Luego de 12 horas de vuelo desde Roma, a bordo del ‘Pastor 1’, Francisco llegó a Colombia. Lo primero que vimos de él aquí, apenas se asomó a la puerta del Airbus A 330-200 fue su sonrisa amable. Empezó bien. Gustó. Pegó. Y más que nada: emocionó.
El Papa Francisco entre miles de fieles
Tan pronto bajó del avión, Su Santidad recibió los saludos protocolarios del Presidente, la Primera Dama y algunos miembros del gabinete. Mientras tanto la Orquesta sinfónica de Colombia interpretaba música colombiana. Con su propia generosidad y desparpajo, Francisco rompió la dureza del protocolo y saludó algunos niños y luego militares heridos por el conflicto. Un afortunado soldado, víctima de esta guerra criminal –afortunado por estar tan cerca del Papa– recibió un largo abrazo.
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La puntualidad de la estricta agenda no se alteró con los amables “deslices” de Su Santidad. A las 5 en punto ya estaba sobre el Papamóvil, que a no más de 15 kilómetros por hora, empezó el recorrido por la Calle 26 hasta la Nunciatura Apostólica, en Teusaquillo. Puede que hasta ese momento, Francisco no se imaginara la dimensión de la bienvenida que la gente de este país le tenía preparada. Algo sin precedentes. Y pasarán años –ojalá no muchos– para que una cosa así se repita.
Durante todo el trayecto por la 26, miles, miles de personas salieron a encontrarse, aunque fuera brevemente y desde lejos con uno de los hombres más influyentes del mundo moderno. Influyente pero con la humildad de un siervo. Porque eso es él: el siervo de Cristo.
En algunos tramos, el paso del Papamóvil casi que se hacía imposible y, en medio de las peripecias del personal de seguridad, la caravana avanzó a pasos lentos. Pero aun así, y con santísima puntualidad, el itinerario se cumplía con precisión. Y así Francisco pudo llegar, luego de navegar entre ríos de fieles a la Nunciatura, lugar en el que pasará su primera noche en Colombia.
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Visiblemente cansado, pero siempre amable, sonriente, vio el espectáculo que los chicos del Idipron: cantaron, le dieron su testimonio, le entregaron unos regalos, bailaron para él. Y Francisco con esa sonrisa paternal todo el tiempo.
“Muchas gracias por el camino que se han animado a realizar. Y eso se llama heroísmo…. ¡Sigan adelante! ¡sigan adelante así!. no se dejen vencer, no se dejen engañar, no pierdan la alegría, no pierdan la esperanza, sigan así”, les dijo. “No se dejen robar la alegría, que nadie los engañe. No se dejen robar la esperanza. Recen por mí”.
Y después, ni más faltaba, porque tiene la fuerza de Dios pero es humano, Francisco se fue a descansar. Se lo merecía. Le esperan días largo, difíciles, pero de los que seguramente se llevará un buen recuerdo. Y a los colombianos les dejará mucho también.