El sitio es privilegiado, en el norte de la ciudad, frente al Centro Comercial Santa Ana (9ª con 110), por donde van y vienen miles de personas. Contigua a la antigua estación del Ferrocarril de Usaquén, hay una “casita” desvencijada, que alguien dejó a la buena de Dios, convertida en un lugar incómodo y muy visible.
Nadie responde por ese bodrio. La Alcaldía de Usaquén dice que es un inmueble de la Nación. Invias sostiene que era de Ferrovías, y ésta, que pasó a FENOCO. En las más altas esferas del Estado me informaron que el predio –con bodega y todo– fue vendido a la empresa Gaira, de Carlos Vives, quien sería, entonces, responsable de la mancha.
Felipe Noguera, quien trabaja con el cantante y empresario vallenato, admite que Vives es el dueño desde hace varios años y que compró el predio con la intención inicial de montar en allí un pequeño centro cultural, ligado al Tren de la Sabana, que pertenece hoy a particulares.
Sin embargo, no ha podido concretar la idea porque el enjambre burocrático y la tramitología impiden todo. El Ministerio de Cultura negó por años un permiso. Planeación Nacional atravesó un par de leyes. El Distrito dice que proyecta levantar un puente peatonal en el sitio.
Vives pintó y volvió a pintar cientos de veces el exterior de la bodega y puso vigilancia para impedir el saqueo constante. Logró sacar a decenas de indigentes que convertían el sitio en un confortable hogar de paso. Y finalmente se cansó de meterle plata. Se limitó a cerrar herméticamente el inmueble, porque tumbarlo también se lo impiden varias autoridades.
La casucha fue cediendo ante el fuerte invierno y hoy se cae a pedazos, ante la indiferencia de las entidades nacionales y locales que, a través de más de una década, han impedido cualquier solución.
Zongo le dio a Borondongo y Borondongo le dio a Bernabé, y éste a Muchilanga (¡qué lío!), canción convertida en el segundo himno nacional, está produciendo sus efectos en este asunto, que si bien no es una tragedia nacional sí afea la ciudad e incomoda el paisaje.
Quizá el Presidente Santos logre convocar a la Mesa de Unidad Nacional para estudiar alguna salida. O el tema se convierta en un punto de la agenda del Alcalde electo, Gustavo Petro. Quizá declaren el lugar “zona de distensión”. O llamen a Uribe para que bombardee el inmueble ya destartalado. Pienso que ante la demora de todas las anteriores posibilidades, lo más seguro es que la maleza haga de las suyas.