Las nuevas reinas de El Castillo serán las artes

Vie, 18/12/2020 - 08:34
El Castillo cuenta la historia del barrio donde está ubicado. De fábrica textil pasó a casa de citas y ahora será “El Castillo de las putas artes”, según la alcaldesa local Tatiana Piñeros. Kienyke.com cuenta lo que fue y lo que será este lugar.

Durante el evento de inauguración del edificio, que desde 2021 funcionará como centro cultural y de apoyo social, la alcaldesa local encargada de Los Mártires lo bautizó como “El castillo de las putas artes”. Quienes la escuchaban dentro y fuera de las barreras que se pusieron en la calle “para evitar aglomeraciones” —que igual ocurrieron afuera, porque en algunos sectores son inevitables— vitorearon y aplaudieron. Tatiana Piñeros, quien fue la primera alcaldesa local transgénero de Bogotá, explica en su discurso por qué se llena la boca con este nombre.

El barrio Santa Fe, como lo dice ella en su discurso, es un recuerdo borrado de la vida pública. Las mujeres bogotanas que no ejercen el trabajo sexual nunca van porque allí no encuentran nada que les interese. Los hombres que han ido para buscar esos servicios solo lo confiesan en confianza o tras un par de tragos. Las imágenes que la ciudadanía recuerda de este barrio son grabaciones de archivo que los canales usan una y otra vez: un carro pasa a toda velocidad mientras graba a las mujeres que esperan con ropas sugestivas en los portones

A toda velocidad y sin mirar —o mirando, pero tan discretamente como la cultura heterosexual se los permite— cruzan también todos aquellos que deben pasar por la zona, porque el sitio tiene fama de peligroso. “En esta calle no se roban nada porque las chicas y todos cuidan a los que pasan por acá; la cosa cambia cuando sales de esta calle”, señala Tatiana. El Santa Fe es hogar de población empobrecida, femenina, migrante y trans, esquivo ante la institucionalidad y sujeto de muchos prejuicios; pero no siempre ha sido así. 

Vea también: El Castillo: lo que fue y lo que será

Lo que quiso ser

En los años 30, las calles del Santa Fe solían ser conocidas como “el corredor polaco”. El barrio alojaba los hogares y negocios de inmigrantes judíos, para quienes era perfectamente normal vivir en construcciones de carácter mixto: con espacio para la fábrica y los dormitorios de la familia. Por ese motivo, las edificaciones del sector tienen áreas altas que hacían las veces de bodega.

En la construcción de El Castillo estuvieron involucradas varias familias judías. Su propósito original era el de ser residencia familiar y fábrica de telas, que luego serían vendidas en los locales que esas familias tenían a lo largo del “corredor polaco”. 

Este edificio en particular fue enchapado en una costosa piedra caliza traída de Sesquilé, Cundinamarca. Por ese motivo la fachada de El Castillo ha resultado tan llamativa desde hace décadas: en una ciudad acostumbrada a las fachadas de ladrillo rojo, un edificio cubierto en caliza se roba fácilmente todas las miradas.

Hubo un gran esfuerzo en la construcción de las casas del barrio, con el propósito de valorizarlas, venderlas a muy buenos precios y convertir al Santa Fe en uno de los sitios más prestigiosos del sector. Sin embargo, las casas no despertaban mucho interés entre familias no judías, que no estaban interesadas en vivir en residencias de carácter mixto. Con el tiempo, los judíos se trasladaron a otros sectores que sí se valorizaron mejor: el Park Way, la calle 76 y la calle 94. La decadencia comenzó.

Lo que fue

Hasta el Santa Fe llegaban los buses intermunicipales a recoger y dejar pasajeros. Cuando los judíos se fueron, las casas se convirtieron en alojamientos para conductores y recién llegados. Al mismo tiempo, la capital comenzó a verse como un lugar seguro para quienes escapaban del conflicto armado que tomaba cada vez más fuerza en el resto del país.

Las niñas y mujeres son especialmente vulnerables en escenarios de conflicto, porque se vuelven botín de guerra y territorio de uso libre para sus actores. Por eso era común que, conforme las niñas más pobres del altiplano crecían, llegaban a Bogotá para huir del destino inevitable y buscar trabajo en el servicio doméstico. 

Por supuesto, algunas recién llegadas sí llegaron a convertirse en empleadas domésticas. Sin embargo, el contexto de puerto terrestre y la enorme disponibilidad de alojamiento de los alrededores, que bajó hasta la categoría de motel e inquilinato, fue el caldo de cultivo para la aparición del trabajo sexual en el sector. Un buen número de recién llegadas nunca llegó a ejercer el servicio doméstico. Con el paso del tiempo las flotas dejaron de llegar hasta allá, pero el trabajo sexual no se fue con ellas.

Un vecino del sector trató de sacar los prostíbulos del sector con una acción de tutela, bajo el argumento de que las trabajadoras sexuales atentaban contra la sana convivencia del sector. La jugada le salió al revés: el juez penal municipal dio la orden al alcalde Antanas Mockus para reglamentar zonas de tolerancia para el ejercicio del trabajo sexual, y la primera autorizada fue precisamente esta. 

El Castillo, como el negocio por el que es conocido en la ciudad, apareció en los años 90. Era descrito por sus propietarios como un negocio honrado, cuyos inversionistas se dedicaban al ganado y la agricultura. Sin embargo, algunos de los empresarios involucrados con su creación tenían nexos con el narcotráfico. 

El club era conocido por sus fiestas, que tenían lugar en el sitio donde antes se almacenaban los enormes rollos de tela, y por las bellas mujeres que ofrecían sus servicios allí. Los clientes de mejor categoría eran atendidos en habitaciones con tubos de pole, espejos y tinas amplias. De todas formas, todas las habitaciones eran espaciosas y contaban con un baño privado. 

Finalmente, el sitio fue cerrado en 2017 por una operación de extinción de dominio. Las investigaciones concluyeron que José Ricardo Pedraza Díaz y Carlos Manuel Medina Acosta habían usado el lugar en sus primeros años para lavar dinero del negocio del narcotráfico. Desde entonces hasta ahora, el sitio permaneció cerrado y el predio estuvo en manos de la Sociedad de Activos Especiales (SAE).

Vea también: El Castillo: la casa de citas que acogerá a las artes

Lo que será

“¡Abrir esto es vender algo que tiene un estigma que no te lo compra nadie!”, le dijo Tatiana Piñeros a Kienyke.com, al hablar de la decisión de habilitar El Castillo para la cultura y las artes. De acuerdo con varias personas que estuvieron involucradas en la limpieza inicial del lugar, la energía que se sentía adentro sugería que muchas cosas pasaron allí. Además, esta es la acción institucional más directa que ha ocurrido en este sector deprimido en varias décadas.

Una de las habitaciones ahora es utilizada para guardar los objetos que fueron olvidados allí en el momento del cierre: libros contables, zapatos, ropa, cédulas extraviadas, talonarios en blanco con la leyenda “Lavandería El Castillo”, entre otros. Según Tatiana, el propósito de guardar estas cosas es que la memoria del sitio no se borre; que sea conocida por quienes habitan esas calles y quienes llegan de paso.

El resto de las habitaciones está vacío. Las baterías de los baños no funcionan, no hay luz eléctrica, los armarios están llenos de polvo y los soportes metálicos para televisión cuelgan de las paredes junto con los cables que alguna vez transmitieron imágenes análogas. Los vinilos decorativos con temas eróticos no han sido despegados de las paredes. Los tubos de pole siguen instalados en las que fueron espaciosas habitaciones VIP.

El miércoles 16, día que tuvo lugar el gran evento de reapertura, una comunidad indígena hizo rituales de purificación en el edificio para deshacerse de la energía que estaba concentrada allí. En horas de la tarde, un fuerte aguacero cayó sobre el barrio. Algunas personas de los colectivos artísticos que asistieron al evento aseguraron que esta lluvia fue provocada para limpiar el lugar. El primer piso de El Castillo quedó cubierto de agua. Mientras tenía lugar un foro sobre la importancia de este lugar, los trabajadores rasos del Distrito se armaron con baldes y comenzaron a sacar el agua hacia la calle.

Mientras el agua salía del edificio, sobre el cual ondeaban las telas bordadas por los colectivos femeninos de arte y memoria, algunos líderes comunitarios se acercaron para reflexionar sobre lo que esperan que este lugar llegue a ser

“Hay que hablar desde la verdad: no podemos llegar a estos espacios y crear castillos en el aire, ilusionar a la gente y luego que sean los mismos los que terminen interviniéndolo, o que se termine limitando para cierta gente”, dice Camila Arias, líder de un colectivo artístico de la localidad. Como a ella, a otros líderes les preocupa que el sitio se convierta en otro Castillo VIP en el que se pierda el objetivo comunitario con el que fue planteado. 

La cantaora y líder comunitaria Daira Quiñones, quien regaló su canto tumaqueño a la inauguración de este lugar, recuerda lo que pasó con el proyecto de los kilombos: comunidades que se reunirían en torno a la ancestralidad y la curación. Según ella, la institucionalidad desvirtuó el propósito de los kilombos y las matronas decidieron seguir con sus procesos de forma itinerante y autónoma. Estos cismas ocurren cuando las instituciones no se detienen a escuchar los motivos y las formas de las comunidades. No debe volver a pasar.

Cuando el foro terminó, un colectivo artístico trans hizo una bella presentación de cierre con bailes, disfraces y baladas cantadas a grito herido. La gente alrededor aplaudía y cantaba La gata bajo la lluvia a todo pulmón, mientras las proyecciones grabadas por los colectivos se dibujaban sobre las viejas paredes de caliza, llamando la atención de los transeúntes con sus luces brillantes y actividad repentina tras mucho tiempo de oscuridad. 

Tras el final del evento, El Castillo fue cerrado y se volverá a abrir en los próximos meses, tras las adecuaciones necesarias, para que se convierta en una de las muchas ideas que ahora se posan sobre él.

Creado Por
Erika Mesa Díaz
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