"Las palabras abren puertas sobre el mar”: Rafael Alberti

Sáb, 31/12/2011 - 09:30
Rafael Alberti fue hijo de comerciantes de vinos y jereces, y eso le permitió conocer desde muy temprano, además de los límites de su hígado, los límites de su país. Nació en el puerto de Santa
Rafael Alberti fue hijo de comerciantes de vinos y jereces, y eso le permitió conocer desde muy temprano, además de los límites de su hígado, los límites de su país. Nació en el puerto de Santa María, en la Bahía de Cádiz, y creció junto al mar, del que se enamoró a tal grado, que su vida bien podría verse como un constante alejarse y acercarse de nuevo a ese mar, como una ola. Terminado el colegio, o aburrido de intentar terminarlo, Alberti se fue a Madrid, donde frecuentó la Residencia de Estudiantes y conoció a varios de los poetas de la futura generación del 27, de la que habría de hacer parte. Ahí escribió su primer libro de poemas, llamado Marinero en Tierra, con el que ganó el Premio Nacional de Literatura, y que está compuesto en su mayoría por poemas de una inocencia casi infantil y de una destreza nada inocente, todos motivados por su amor al mar, entonces tan lejano: Branquias quisiera tener, Porque me quiero casar. Mi novia vive en el mar Y nunca la puedo ver. Entonces Alberti inició una etapa de una producción poética maravillosa, la cual sin embargo, lo alejaría del mar cada vez más. La afiliación al partido comunista lo arrastró hasta la Unión Soviética, y la resaca de esa misma ola lo trajo de vuelta a Europa, pero esta vez ya no a España, bajo el comando de Franco, sino exiliado en París. Pero sus convicciones políticas, al servicio de las cuales puso su poesía de esa época, también lo sacó de Francia, obligándolo a cruzar el Atlántico y ver el mar desde la orilla opuesta, desde el Río de la Plata, en Buenos Aires. Ni sus poemas más comprometidos dejaron detrás su mar y su inocencia: Me llamo Juan Panadero, Por la tierra y por el mar. El pan que amaso es de harina Que nadie puede comprar.   El exilio duró cerca de cuarenta años, los últimos de los cuales los vivió en Roma, tal vez tratando de acercarse a España, a la que pudo volver en el 77, después de la muerte de Franco. Entonces regresó, y lo recibieron como se recibe a un maestro tantos años desterrado. Ese Alberti que volvió, ya viejo y ya canoso, es tal vez el que produjo las mejores obras, de tono más calmado y comprensivo, siempre capaz de burlarse de sí mismo: Es multiforme, el más diverso, Maneja como nadie el verso. Poeta de todo el Universo. Es usted tan tonto como perverso. Fue el más perfecto gongorino. Hoy a distancia un gran cretino. Y luego se metió en política. Ahí comienza a volverse su musa paralítica. ¡Qué me va usted a decir! Para mí dejó de existir. Sólo entonces pudo Alberti volver a su casa natal, y morir, a los 99 años, en el mismo lugar en que nació. Y así como del mar vino, al mismo mar regresó, esparcidas sus cenizas sobre las olas de la Bahía de Cádiz. Tu no te irás, mi amor, y si te fueras Aún yéndote, mi amor, jamás te irías
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