En 2009 el Hermano Ray Schambach agonizaba en su cuarto en la casona de infancia de Arroyohondo, en Dapa (Cali), lugar que su familia cedió para albergar a ancianos solos, empobrecidos y desesperanzados. No llegaba a los sesenta kilos, que en sus 1.80 mts de estatura lo hacían ver escuálido. Todo indicaba que iba a perder la batalla con la muerte. Parecía desahuciado de un tercer cáncer que padecía a los 57 años y que, consecuente con sus convicciones, decidió enfrentar como cualquier ciudadano con los precarios servicios de salud de cualquier hospital público.
Dejaba un lado, como tantas veces lo ha hecho en su vida, los privilegios y las posibilidades excepcionales que le brindaba su familia, una de las de mayor alcurnia y tradición en el Valle del Cauca, para ponerse en los zapatos de los más humildes. Ray, como le gusta que lo llamen, no quería ser tratado con las excepcionalidades de un tratamiento especializado en la Fundación del Valle del Lili que le ofrecía su familia. “Si uno se ha de morir, se muere en cualquier parte –me dijo– Y mejor hacerlo sin complicaciones, como todo el mundo y sin molestar a nadie”.
En contravía de todos los pronósticos médicos, Ray se recuperó. Y con su salud regresó la vitalidad y el entusiasmo para moverse por todo el país con sus hábitos, uno carmelito para el clima frío, y otro blanco y fresco para los climas cálidos. Tenía un único propósito: servir a los más necesitados. Así lo decidió a los 22 años, cuando dejó su carrera de medicina en la Universidad Javeriana y su mundo de privilegios para seguir los pasos de Francisco de Asís. Se ordenó sacerdote con el nombre de Sandalio María y, creo, con la bendición de Monseñor Pedro Rubiano, la Fraternidad de la Divina Providencia que tiene 120 hermanos. Las puertas de la Catedral de Bogotá se abrieron para consagrarlo sacerdote. Su trabajo humanitario lo llevó a acercarse a niños y jóvenes abandonados. Terminó adoptando a catorce huérfanos a quienes les dio apellido, techo, abrigo, educación y afecto.
El hermano Ray recorre el país haciendo caridad. Su ejemplo es Francisco de Asís.
El afán de servir no le da tregua. Como si la vida se le fuera a agotar, Viaja de Cachipay (Cundinamarca) al Doncello o a Puerto Rico (Caquetá), donde los micos han logrado sobrevivir en medio de los latifundios ganaderos, en pleno territorio de las Farc, a darle vuelta a las setenta casas de menesterosos que sobreviven con donaciones de muchas personas pudientes, casi siempre anónimas. Su fortaleza espiritual le ha permitido interactuar con guerrilleros y paramilitares, ayudar discretamente a la liberación de secuestrados y acompañar acciones humanitarias, pero sobre todo relacionarse con cualquier ser humano sin importar ideologías o condición social. Se reúne con presidentes, ministros y dueños de empresas. Acompaña moribundos, celebra matrimonios y despide difuntos. Sabe sumergirse en lo profundo de la miseria humana, como cuando acompañó en un encuentro por la paz a 500 jóvenes en El Calvario, un barrio de Cali donde sobrevivir es el desafío.
Y regresa siempre al Hogar San Francisco de Asís, su casa, que adecuó gracias a una donación del maestro Fernando Botero en la finca de la familia en Cali, donde los esperan muchos ancianos y su mamá, Pepetica Garcés de Schambach. “Uno tiene que devolver con generosidad lo recibido en vida de los mayores”, dice para explicar su devoción por los desesperanzados de la tercera edad.
Este es el apóstol a quien primero la juez Primera Penal del Circuito, Beatriz Eugenia Medina y ahora tres magistrados del Tribunal de Cali, Roberto Felipe Muñoz, Juan Manuel Tello y Víctor Manuel Chaparro, quieren condenar a 82 meses de cárcel por haber cometido el supuesto delito de lavado de activos.
El caso se remonta al año 2000. El Hermano Ray se echó sobre sus hombros la administración del hospital mental de Sibaté, donde vivían de la caridad más de mil enfermos mentales. Un grupo de empresarios le ofrecieron apoyo económico para asumir los costos de Sibaté, con lo cual además obtendrían beneficios tributarios, y abrieron una cuenta fiduciaria a nombre del Hogar San Francisco de Asis del cual Ray era su representante legal, en CorfiPacífico, de propiedad de Álvaro José Lloreda, quien tiene orden de captura internacional de Interpol. Una vez lograda la donación destinada a las obras de Sibaté, el hermano Ray dejó abierta la cuenta con un pequeño saldo cuya última cifra que recuerda fue de $123.000, sin controlar sus movimientos ni revisar si quiera los extractos bancarios.
El maestro Fernando Botero es uno de los muchos donantes a las obras sociales del hermano Ray.
Cuál no sería su sorpresa cuando meses después, a través de una citación de la Fiscalía, se percató de que sin su conocimiento ni su consentimiento, la cuenta había tenido un millonario movimiento atribuido por los investigadores a actividades de lavado de dinero. Se le acusa de no haber controlado el origen de dineros que pudieron entrar y salir de la cuenta del Hogar San Francisco de Asis. El hermano Ray estaba en otra cosa: atendiendo a los más necesitados. Entre tanto su firma y los sellos de la fundación había sido falsificados.
Decenas de testigos, empezando por los altos jerarcas de la iglesia, asi como muchos beneficiados de sus obras de caridad han testificado y dado fe de la inocencia del padre Ray y sus calidades morales, mientras los tres magistrados del Tribunal de Cali, Muñoz, Tello y Chaparro, a cuyas manos llegó la apelación de segunda instancia, atrapados en formalismos jurídicos se niegan a sopesar las evidencias de una vida de austeridad y rectitud, entregada a los más pobres que explicaría cualquier posible omisión o descuido. La Procuraduría lo absolvió y pidió el cierre del expediente. Pero nada ha valido. Una visita al Hogar San Francisco de Asis pro parte de los magistrados habría sido suficiente para derrumbar cualquier prejuicio formalista y decidir en justicia. Ahora la última palabra, para evitar que el Padre Ray Schambach termine en prisión la tiene la sala penal de la Corte Suprema de Justicia a donde llegará el recurso de casación.
Un apóstol amenazado
Lun, 23/01/2012 - 16:03
En 2009 el Hermano Ray Schambach agonizaba en su cuarto en la casona de infancia de Arroyohondo, en Dapa (Cali), lugar que su familia cedió para albergar a ancianos solos, empobrecidos y desesperanza