El próximo presidente de Colombia gobernará, por los impactos del Covid-19, un país en emergencia y con urgencias.
El punto es que la política y las instituciones son inadecuadas para gobernar el mundo contemporáneo, con Covid o sin Covid. Esas instituciones son caducas, pero son las que hay; respondía a las sociedades del siglo XIX y XX o sea, las relativamente homogéneas, con pocas interacciones y articulaciones; jerárquicas y verticales; sin tecnologías on line y poco pluralismo político y, además, se desenvuelve en espacios autárquicos y desconectados.
Las sociedades ya no son así, hoy todo se conecta, no hay centro omnipresente, existe pluralismo y están en red. Pero las instituciones, la política y la forma de gobernar y ejercer el poder son obsoletas, obedecen a categorías que no calzan con el mundo actual: un mundo complejo, pluridimensional, con simultaneidad de eventos, inestable, incierto, con giros sorpresivos y cisnes negros, acelerado e interdependiente.
La izquierda y la derecha por ser compartimentos estancos no alcanzan a explicar el mundo complejo de hoy día, tampoco su heterogeneidad ni su diversidad ni muchos menos sus interacciones, conexiones e interdependencias. Al Centro ideológico, por su capacidad de amalgamar, le va mejor en ese intento.
Pero además, Colombia como otras partes del mundo, se está viendo sacudida por olas de indignación que se manifiestan con protestas, movilizaciones, populismo e indisposición social pero ello es un fenómeno que responde a un malestar difuso, desconcentrado, que dispara en perdigones, está extendido, es coincidente y no tiene un claro conductor. El halo que desprende es de desconfianza contra el gobierno, la institucionalidad y contra todo el mundo.
Y es ahí cuando el nuevo presidente debe saber y comunicar que la responsabilidad es colectiva y la salida de la crisis es compartida, coordinada y colaborativa. No hay de otra. Además, debe trabajar en redes y no jerárquicamente. El Mesías era de otra época.
El nuevo presidente debe impulsar un gobierno más horizontal porque, dependiendo de donde se viva, en las grandes ciudades o en la provincia, existe una pluralización del poder, una poliarquía, una multiplicidad de actores, divergencia de intereses, pluralidad de voces, es decir, una sociedad en redes que no obedece a la jerarquía ni es homogénea.
En el ejercicio jerárquico el mando es unidireccional y vertical. La jerarquía es rígida, no permite la interacción y por lo mismo, la imposición y el unilateralismo son disfuncionales en un mundo policéntrico, cambiante, veloz, de respuestas rápidas (hasta la creación de la vacuna del Covid lo fue) como el de hoy. La forma de gobernar debe ser a través de la heterarquía que rompe el modelo de la jerarquía. No hay poder omnímodo. Se cambia el concepto de ordenar, por el de influir. Hay libertad de pensamiento. En vez de mando se habla de relación y esta es bidireccional y horizontal. Así funcionan los gobiernos que funcionan.
La forma de gobernar cambió y esperemos que el próximo presidente lo sepa.