Alejandro Toro

Conferencista y defensor de derechos humanos en Colombia. En la actualidad Representante a la Cámara del departamento de Antioquia por el Pacto Histórico, período 2022-2026. ​​​​

Alejandro Toro

Drones letales: inteligencia artificial al servicio de la muerte

Hace unos días se conoció que Daniel Ek, el CEO de Spotify, ha invertido millones de euros en una empresa de defensa llamada Helsing, dedicada al desarrollo de tecnologías de inteligencia artificial para fines militares. Entre sus productos se encuentran sistemas de enjambres de drones, una de las innovaciones más disruptivas —y menos comprendidas— en el campo de la guerra moderna.

Pero esta columna no es sobre Ek. Ni sobre Spotify. Es sobre el fenómeno que su inversión representa: la acelerada transformación de los conflictos armados por cuenta de tecnologías que ya no solo multiplican la capacidad de daño, sino que la automatizan, la descentralizan y la vuelven más difícil de controlar.

Un enjambre de drones no es simplemente un grupo de vehículos voladores no tripulados. Es una red de drones interconectados, que se comunican entre sí en tiempo real y toman decisiones de manera autónoma o semi-autónoma, con un propósito común: localizar, rodear, atacar, distraer o neutralizar un objetivo. Imitan el comportamiento de las colonias de insectos o las bandadas de aves, pero con poder letal.

A diferencia del uso tradicional de drones —controlados uno a uno por humanos—, los enjambres funcionan como una inteligencia colectiva, donde la pérdida de una unidad no afecta la misión general. Esto los hace extremadamente difíciles de detener.

Los enjambres de drones están rediseñando el concepto de superioridad militar. Ya no se trata de tener el avión más rápido o el tanque más blindado, sino de tener la mejor red de sensores, algoritmos y respuestas coordinadas en tiempo real. Un solo soldado con un dispositivo puede desplegar decenas o cientos de drones autónomos que reconozcan el terreno, bloqueen comunicaciones enemigas o ejecuten ataques sincronizados.

Esto no es ciencia ficción: en conflictos recientes como el de Nagorno-Karabaj, Ucrania o Gaza, el uso masivo y coordinado de drones ha demostrado ser más eficaz que muchas armas tradicionales. Y cada vez más países —incluidos actores no estatales— están accediendo a esta tecnología.

Ucrania, por ejemplo, desarrolló la operación “Spiderweb” en la que más de 100 drones fueron coordinados para atacar bases aéreas rusas. En el Mar Negro, los drones marítimos Magura V5 y Magura V7 han sido utilizados para atacar las embarcaciones y aeronaves rusas en la región. El ejército israelí ha sido pionero en el uso de enjambres para atacar civiles en Gaza, con la operación “Guardianes de las Paredes” del 2021 en la que por once días desplegaron más de 30 misiones con enjambres.

Frente a esta nueva realidad, no basta con ver desde lejos. América Latina, y Colombia en particular, deben comenzar a entender, anticipar y regular el uso de este tipo de tecnologías. Aunque por ahora los enjambres de drones no son parte activa de nuestras guerras internas o amenazas regionales, su aparición es inevitable. Y si no nos preparamos, seremos simplemente el próximo campo de prueba.

Las preguntas son muchas: ¿Quién regula el uso de drones autónomos armados? ¿Qué pasa si un error algorítmico produce una masacre? ¿Qué mecanismos de rendición de cuentas existen si no hay intervención humana directa en una decisión letal? ¿Debe permitirse el desarrollo de estas tecnologías por parte de empresas privadas sin control estatal? ¿Cuál debe ser el papel de las fuerzas militares en su uso, y cuáles sus límites?

Hoy, buena parte del desarrollo de enjambres de drones lo están liderando empresas tecnológicas privadas, sin el mismo tipo de regulación ética o jurídica que tienen los Estados. Helsing es apenas un ejemplo de una industria que crece a doble dígito, con capital de riesgo, sin transparencia pública y con un fuerte incentivo comercial para acelerar su implementación.

Por eso, la clave no está solo en lo militar, sino en lo normativo y lo institucional. Necesitamos iniciar desde ya un debate nacional e internacional sobre los límites éticos de la inteligencia artificial aplicada a la guerra. El Congreso colombiano, la academia, los organismos multilaterales y las fuerzas armadas deben trabajar de manera anticipada en protocolos de uso, sistemas de rendición de cuentas, estándares de supervisión humana y cooperación internacional para prevenir abusos.

No se trata de detener el avance tecnológico. Se trata de garantizar que la tecnología no avance más rápido que nuestra capacidad para controlarla.

La guerra del futuro ya comenzó. Pero aún estamos a tiempo de escribir sus reglas.

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