El país debe retornar al socialismo para reanudar la prosperidad y conjurar el caos.
Bolivia está cada vez más cerca de un régimen militar. En cada instancia desde que Evo Morales fue derrocado el pasado noviembre, la presidenta interina Jeanine Añez ha decidido adoptar una postura autoritaria en lugar de un tono conciliador, más recientemente contra manifestantes que exigían elecciones bloqueando las principales ciudades del país.
Solo elecciones libres y justas, hoy previstas para el 18 de octubre, pero aún no aseguradas, pueden sacar a Bolivia de su atolladero, que fue provocado por Morales.
Morales, el primer presidente indígena del país podía haber dejado el cargo con la estatura de Nelson Mandela si hubiera aceptado los resultados del referéndum del 21 de febrero de 2016 sobre la reelección, que perdió por poco. Tal vez seducido por los atuendos del poder, debilitó la independencia judicial y concentró la autoridad en sí mismo para tratar de reformar la constitución y obtener la posibilidad de presentarse a una tercera reelección, descuidando la formación de nuevos líderes dentro de su partido y de alejarse de asesores con sospechas de corrupción.
Más recientemente, han caído sobre el otrora venerado líder incluso acusaciones de pedofilia— sobre las que ha dicho “Si tienen pruebas, procésenme”.
Por lo tanto, era comprensible que mientras Morales huía a México, vastos segmentos de la sociedad boliviana quisieran algo nuevo. Sin embargo, en lugar de que Añez guiara al país a las elecciones lo antes posible (lo que había prometido) y asegurar su lugar como una figura importante en la historia de la democracia boliviana, la presidenta interina inició una serie de acciones políticas que debió haber sometido a un consenso amplio. La mayoría, como la suspension del nuevo año escolar, han sido desastrosas.
Desde noviembre las elecciones se han retrasado cuatro veces y Añez solo ha aceptado a regañadientes la nueva fecha de octubre. Se ha producido una contracción económica del 5,6 por ciento. La crisis de la COVID-19 ha sido mal administrada, ya que Bolivia tiene ahora más de 121.000 casos.
Ha habido casos frecuentes de corrupción, incluyendo la detención de un ministro de Salud por la compra con sobreprecios de ventiladores para el tratamiento de la COVID-19. Además, como han demostrado Harvard International Human Rights Clinic y Amnistía Internacional, durante el gobierno de Añez ha habido abusos generalizados contra los derechos humanos, incluyendo restricciones a la libertad de expresión y detenciones arbitrarias.
Encuestas recientes muestran que, a pesar de la debacle de Morales, el partido del Movimiento al Socialismo (MAS) sigue liderando la intención de voto. Algunas encuestas tienen a su candidato, Luis Arce, ex ministro de economía de Morales, de primero con una intención de voto del 26.2 por ciento, mientras que Carlos Mesa, un expresidente neoliberal, lo sigue con 17.1 por ciento.
Añez y el ultra derechista Luis Camacho, cuyo partido ha exigido un estado de sitio y el cierre de la legislatura, sondean alrededor del 14.4 por ciento 12.4 por ciento, respectivamente.
En estas circunstancias de tumulto, Arce es, paradójicamente, la mejor elección. A pesar de quienes piensan que solo la democracia liberal es aceptable, hay tres razones principales por las que el socialismo debe regresar a Bolivia, especialmente por la posibilidad de que Añez forme una coalición con los otros partidos de derecha (incluido el de Mesa) como algunos han instado.
Primero, Luis Arce no es Evo Morales. Es un líder tecnócrata, pragmático y cosmopolita. Economista educado en el Reino Unido, fue el principal arquitecto del ascenso económico de Bolivia con Morales, liderado por la nacionalización del gas.
Según el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, el país experimentó aproximadamente un crecimiento anual del 4,8 por ciento, un cuadruplicamiento del PIB y una disminución superior al 30 por ciento en la pobreza extrema en catorce años. Arce es simplemente cortado con otra tijera cuando se contrasta con la personalidad populista de Morales.
La segunda razón es que Arce es probablemente el único candidato presidencial que defendería firmemente el modelo económico comunitario del período del MAS ante presiones neoliberales para privatizar industrias. Las reservas de litio de Bolivia son recursos geopolíticamente estratégicos.
Ahora más que nunca, con la crisis de la Covid-19, Bolivia necesita un nuevo motor económico, particularmente uno basado en la energía verde que utilice tecnologías de extracción de litio sostenibles. Compañías líderes internacionales en la industria del litio han respaldado el plan para extracción sin privatización de Arce.
En tercer lugar, a pesar del humillante fin de la presidencia de Morales, el MAS sigue teniendo un alto nivel de apoyo entre la gente indígena y de clase trabajadora de Bolivia; en otras palabras, la mayoría de los bolivianos.
El candidato del partido a la vicepresidencia, David Choquehuanca, es un eminente intelectual aimara con vasta experiencia en relaciones exteriores, algo que elevaría el perfil de líderes indígenas en una época de creciente conciencia sobre el racismo en las Américas.
En cambio, los otros partidos parecen incapaces de ponerse de acuerdo ni siquiera sobre si deben conspirar contra Arce. Mesa, quien ha permanecido en gran medida en silencio durante los últimos seis meses, ya fracasó como presidente entre 2003 y 2005 cuando remplazó a Gonzalo Sánchez de Lozada, un empresario criado en Estados Unidos que intentó privatizar el gas con Mesa como vicepresidente, con consecuencias sociales catastróficas.
Conocido principalmente como periodista e historiador, Mesa no tiene la capacidad para defender el litio de Bolivia y generar crecimiento económico a largo plazo.
En lugar de aceptar una creciente ola de autoritarismo que podría provocar un golpe militar en cualquier momento bajo el régimen de Añez, la comunidad internacional debería apoyar elecciones limpias en Bolivia para el 18 de octubre, idealmente supervisadas por la ONU, la Unión Europea y el Centro Carter.
Si eso sucede, un retorno a la relativa estabilidad y prosperidad del MAS bajo Arce es un camino más prometedor que el sendero neoliberal de Mesa o la ruta de una coalición de derecha liderada por Añez.