Del mismo modo y de idéntica manera

Cuenta Álvaro Perea en la revista digital Cecan E3 que hace cinco años entrevistó a Iván Duque en su oficina del Congreso, cuando nadie podía sospechar siquiera que llegaría a presidente. Y que lo que más le llamó la atención del joven y desconocido parlamentario, ya que la entrevista resultó insustancial, fue una estatuilla de Julio César Turbay que tenía en un lugar destacado.
 
Cuando un político tiene en su despacho la foto o la figura de un personaje público, no hay que haber hecho un máster en psicología para saber de qué pie cojea; ya sea de Lenin, Mao, Che Guevara, Hitler o Groucho Marx. Quienes tuvieron ocasión de ver aquel detalle en la oficina de Duque, antes de que llegase a la presidencia, supieron con antelación lo que le esperaba al país.
 
El modelo de Duque, a pesar de que resultó el que dijo Uribe, es el político más manzanillo y clientelista que ha habido en Colombia. Y así se entienden ahora muchas cosas. Cómo asombrarse que apoye en vísperas de elecciones el reparto del dinero público para perpetuar la actual maquinaria de corrupción e ineficacia que mueve a este país. Y que el Centro Democrático, su partido, tenga copados todos los organismos de control del Estado previo a una elección presidencial.
 
El padre del presidente, Iván Duque Escobar, fue estrecho colaborador de Turbay Ayala y se ve que aquel ejemplo lo marcó desde niño. Quien quiera comprobar que esto no es una exageración puede hacer un análisis de sus discursos (qué tarea más ingrata, por cierto), y encontrará en ellos frases textuales pronunciadas por Turbay, con aquel tono gangoso y prosopopéyico que tantos conocimos. No solo eso, encontrará el afán de imitarlo en sus chistes malos y en las frases pretendidamente ingeniosas. Y hasta en las lejanas referencias turbayistas, como aquella a Darío Echandía según la cual, “en el Tolima ya se puede pescar de noche”.
 
Seguramente detrás de los desafueros de la fuerza pública que marcarán su gobierno, de aquel querer “hacer trizas” el proceso de paz, del conteo de líderes sociales asesinados, de los muertos en las protestas callejeras, de la insensibilidad que mostró vistiendo el uniforme de la policía después de que este cuerpo hubiese matado a varias personas, está la fascinación que siente por el creador del Estatuto de Seguridad, de tan ingrato recuerdo para los colombianos; sus ansias de imitar lo que llamaba su modelo “firmeza frente a la insurgencia”.
 
En el verano de 1978, encontré en la isla griega de Mykonos a Turbay Ayala, descendiendo del yate de uno de sus amigos en aquella región del mundo. La nave ondeaba una enorme y orgullosa bandera de Colombia. El recién elegido presidente de aquella lejana y exótica nación iba en bermudas, chanclas, cubierto con gorra marinera y con una sandia bajo el brazo; una amplia camisa suelta pretendía disimular su prominente barriga. “¡Oh, ahí va la patria!”, me dije.
 
Turbay y su nutrido séquito de familiares y amigos celebraban el triunfo electoral de apenas un mes atrás. Lo que yo no sabía entonces era que aquel viaje inauguraba un estilo turístico institucional que marcaría toda una época. El presidente bailarín y mujeriego, dejó para la Historia también el viaje más esperpéntico que haya realizado ningún mandatario de este país.
 
Quien quiera conocerlo con detalle podrá encontrarlo en el libro de José Joaquín García "Crónicas sobre un emirato y una dinastía". La salida de Bogotá fue digna de las novelas que han retratado a los sátrapas de este continente: honores militares, cuerpo diplomático, gabinete en pleno; y el séquito que llenaba el avión era lo nunca visto: señora, hijos, hijas, ministros validos y amigos, médico libanés, secretaria, periodistas, fotógrafos, camarera y ayuda de cámara. Y aquella especie de emir que gobernaba al país declaró, al pie de la escalerilla, que iba a presentar a Colombia en sociedad, internacionalmente.
 
El viaje, que duró más de un mes y llevó a Turbay y su séquito por varias capitales europeas, fue una antología del disparate. Las gestiones desde Helsinki para que lo recibiera Breznev en Moscú o el encuentro de Turbay Ayala en sacoleva y el asistente del mariscal Tito de Yugoslavia en pantaloneta son dignas de la mejor y más divertida comedia de enredo que pueda imaginarse. Antes de regresar a Bogotá, estuvieron dos días en una playa de Puerto Rico descansando de tan ajetreada turné. 
 
¿Alguna sorpresa pues ante los viajes que emprende Iván Duque cuando ya tiene el sol a sus espaldas? Ninguna. Visto el modelo, aun con el nutrido séquito que ha llevado a Europa y Medio Oriente en estos días, se está quedando corto. Pero quedan meses de presidencia por delante y la pulsión viajera, y el espíritu turbayista lo posee, todavía nos pueden deparar algún que otro pasmo.

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