La creciente egolatría presidencial que comenté en la columna anterior, durante la semana estuvo más que desbordada y acompañada de muchas y cada vez más exóticas incoherencias en el actuar de los miembros del gobierno y de la familia presidencial. Todo esto no hace sino acrecentar la desconfianza en el presidente, su gobierno y su familia. Situación que terminará afectando a todos.
El mismo presidente, preso de sus constantes ligerezas mediáticas, desató una tormenta nacional con impacto y efectos internacionales, cuando afirmó ser el jefe del fiscal general de la nación, llevándose torpemente por delante la premisa constitucional según la cual en Colombia existe la división de los poderes públicos. La Fiscalía lejos está de ser parte del poder ejecutivo.
No alcanzó el presidente a llegar afanosa y cumplidamente -esta vez sí- a la cita con los representantes de las altas cortes para tratar de enmendar el mayúsculo yerro cometido, cuando su hijo Nicolás -que según el propio presidente no es el resultado de su crianza- también en un derroche de ligereza mediática se lanzó a expresar que recusaría al fiscal Barbosa por la respuesta que éste diera con vehemencia y acierto en defensa de la autonomía e independencia de la Fiscalía General de la Nación.
Lo uno y lo otro, lo del padre y su hijo, es casi idéntico: estrategia mediática pura con claros fines de protagonismo político y el propósito de enrarecer y dilatar la investigación en contra de Nicolás Petro por las gravísimas denuncias que su esposa públicamente presentara y ratificara, al parecer, de manera sustentada ante el ente acusador. Baste recordar que el fiscal Barbosa no investiga a Nicolás Petro, sino algún fiscal que goza de la autonomía e independencia de ley para esos efectos. La recusación es hasta temeraria.
En el marco de las exóticas declaraciones de Nicolás Petro, la señora vicepresidente, Francia Márquez, anuncia su viaje oficial “al continente de África” a donde llegará “sin grilletes” a visitar a sus “ancestros”, “ancestras” y, ya metidos en estas honduras, a sus “ancestres”. La acompañan 56 personas en un avión oficial del estado colombiano y sin que a la fecha haya podido explicar con seriedad y rigor las razones que ameritan tanto derroche e ineficiencia en el manejo de los recursos públicos. Lo del helicóptero se quedó en minucias.
La respuesta de la vicepresidente fue similar a decir que lo hace porque puede y no le da miedo. Escuchar sus razones para el viaje da vergüenza ajena y molestia cuando arbitrariamente omite contestar quienes son sus 56 acompañantes. Una vez más su acostumbrada soberbia resulta inocultable.
Da la sensación que este viaje de carácter racial es la compensación presidencial a la vicepresidente por su anonimato en los meses que lleva el gobierno y, en especial, frente a los no menos exóticos viajes de la primera dama: dos funerales de estado (Reino Unido y Japón) y la coronación del rey Carlos III. Todo con cargo al erario, para dar rienda suelta a la chabacanería.
La narrativa progresista en Colombia no es distinta a la que opera en otras latitudes de donde claramente se trajo el libreto. Arengas en contra del imperialismo de EEUU y las monarquías (parlamentarias o constitucionales), pero a la hora de la verdad, rodilla al piso para hacerles la venia.
Nos esperan aún tres (3) años y dos (2) meses de similares y probablemente mayores incoherencias, contradicciones y mucha demagogia. Colombia no puede permitirse más de un periodo presidencial de ésta incompetente clase política progresista. El retraso será significativo, pero también será posible revertirlo en un próximo gobierno eficaz, empezando por los gobiernos locales que elegiremos en octubre. El futuro está en nuestras manos. Si en estos pocos meses no hemos aprendido la lección, es que definitivamente somos muy torpes y testarudos.
