El extraño caso del computador de Palacio

Ese día, el Presidente llegó al despacho a las 6:30 de la mañana, y saludó al Libertador, cuya imagen, obra de un artista quiteño del siglo 19, lucía detrás de su silla giratoria, en la que tomó asiento y se despojó de los zapatos. Lo hacía para estar cómodo y escudriñar el resumen de medios y redes sociales que el Departamento de Comunicación le elaboraba con anterioridad, tarea que también ejecutaba al mediodía y la tarde. Los temas eran muy variados: política, asuntos sociales, economía, ciencia, tecnología, tendencias, hechos cercanos y remotos de posible utilidad, incluso chismes y decires sobre miembros de su equipo, con algunos de los cuales efectuaba in situ tertulias de 60 minutos y agenda abierta. 

Por concentrarse en el resumen citado, no observó que en una de las esquinas de su escritorio había un computador portátil, o algo así, que no estaba antes, debido a lo cual, por precaución, se puso de pie a modo de defensa, no fuera a estar sucediendo algo “raro”. La sensación que experimentó fue tan singular, que de inmediato convocó Gabinete de Crisis, compuesto por integrantes del equipo central, como la directora del Departamento de Inteligencia Previa, el jefe de Análisis Estructural Estratégico, la subdirectora de Operaciones de Acción Inmediata, y otros (el jefe de seguridad, un especialista en explosivos, una experta en entrevistas, etc.), que arribaron en cuestión de segundos. 

De una, el Presidente explicó el motivo de la reunión: la presencia de un objeto sospechoso, en apariencia un portátil, sin marca, en su mesa de trabajo, sobre lo cual nadie le advirtió, circunstancia que le producía temor y malestar por la omisión de quien lo puso allí. Por lo tanto, la línea inicial de trabajo era determinar de qué se trataba el artefacto, de dónde había salido, cómo había arribado allí, quién o quiénes sabrían algo, etc. 

Se acordaron acciones: verificar que el “computador” sí fuera un computador, lo que efectivamente se confirmó; analizar las grabaciones de las cámaras, que no mostraron a quien hubiera colocado tal cosa en el escritorio; entrevistar a distintas personas con ayuda de polígrafos, y otras operaciones. Ninguna arrojó ninguna pista concluyente. 

Dada la falta de información útil, el Gabinete desarrolló una sesión de hipótesis que pudieran proporcionar luces: que era un regalo de alguien que apreciaba mucho al jefe, un presente de una admiradora secreta con fotos muy personales, un obsequio del fabricante o distribuidor, una broma a ver cómo reaccionaba el Presidente, una idea “loca” de alguien para armar la que se armó, etc. Incluso un atentado terrorista. Puras conjeturas.

Hasta ese momento, el jefe del Departamento de Análisis Estratégico, fiel a su costumbre, no había hablado. Se reservaba de último, tras escuchar las ideas y anotaciones de los demás. Cuál no sería la sorpresa de estos y el jefe al oír decir a “Marco” –lo llamaban así porque en sus análisis siempre se basaba en un marco de referencia– que si no se sabía nada del origen del computador, era porque “se había hecho solo” en el escritorio del Presidente… ¡Mamma mía! El líder reaccionó fuerte: “¿Que ese computador se hizo solo y surgió en mi escritorio así porque sí? Pensarlo y decirlo es un irrespeto a la inteligencia de todos, caballero. No estoy para chistes, esperaba un aporte a la altura de su cargo. ¿Es que usted no sabe quién soy yo?”. Y le indicó que a partir de ese jueves quedaba cesante.

Pese a todo, Marco tuvo la fortaleza de responderle: “En diversas ocasiones, usted, en las tertulias sobre ciencia y astronomía, ha dicho que el Universo se formó a sí mismo, solo, sin la intervención de nadie, a partir del Bing Bang, que también se configuró a sí mismo, ¡y ahora a usted, doctor Palacio, le parece absurdo e irrespetuoso que yo crea que el computador del que hablamos pudo haberse hecho a sí mismo! O sea, acepta que el Cosmos se hizo por su cuenta, pero rechaza considerar esa opción para este minúsculo artefacto. No lo entiendo”. 

En medio de un silencio sepulcral, Marco abandonó la reunión. Y la institución. Como era de esperar, las redes y los medios no tardaron en hablar de ello y de lo que llamaron “el extraño caso del computador de Palacio”…

INFLEXIÓN. Según el biógrafo René J. Dubos, Pasteur enfrentaba a sus contrincantes diciéndoles: “Si ustedes comprendieron el problema, ¿dónde está su conciencia? Y si no lo comprendieron, ¿cómo se atreven a hablar de ello?”.

Por: Ignacio Arizmendi Posada

17/07/21

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