Colombia recorre como nunca un camino fangoso con destinos variados e inciertos, o más bien ciertos pero probablemente nefastos.
Quienes contribuyeron por acción o por omisión con la llegada a la Casa de Nariño de la actual familia presidencial, no pueden alegar que no sabían del talante del entonces candidato y hoy mandatario de los colombianos y su familia. Cuando estuvieron en el Palacio Liévano de la Alcaldía Mayor de Bogotá, lo dejaron ver sin tapujos.
Bienvenidos los crecientes actos de contrición de electores arrepentidos del Pacto Histórico, pero no pueden decir que no sabían quiénes eran y como se comportaban el hoy presidente, su esposa actual, su hijo y quienes lo acompañaban de siempre y sus nuevos amigos. Si no lo sabían, solo denota un nivel de desinformación inexcusable e inaceptable.
No pueden decir, por ejemplo, que no sabían de la existencia en la campaña y de las escazas calidades de un personaje como Armando Benedetti, quién luego de su “valentía” frente a Laura Sarabia terminó demostrando una exuberante cobardía y falta de gallardía para contarle al país las graves verdades que conoce y con las que amenazaba al presidente por conducto de la entonces jefe de gabinete.
Salvo por los políticos de oposición, otros que eran de gobierno o independientes y frente a los protuberantes desaciertos del gobierno han dejado de serlo, muchos actores sociales, algún sector del periodismo y no pocos influenciadores que vienen diciendo las cosas como son, la verdad es que la mayoría de colombianos, unos por miedo y otros por la misma postura acomodada que denota Benedetti, solo se pronuncian con claridad en privado, pero en público lo hacen según las circunstancias y conveniencias personales.
Los gremios en general, salvo por contadas excepciones y una buena mayoría de empresarios individualmente considerados, al igual que Benedetti son tan vehementes y directos en privado como tibios y escurridizos en público. Pareciera que no se dieran cuenta que lo que está en juego es el país, no solo sus empresas y patrimonios.
El actuar del gobierno es bastante gris. Como todos los gobiernos progres del momento se despacha con discursos grandilocuentes pero mentirosos que solo incautos -que siguen siendo muchos- acogen. Pareciera que el empresariado no quisiera ver la realidad. Su afán parece inclinarse por acomodarse frente a las personas que gobiernan, buscando para su exclusivo beneficio al amigo del amigo de alguien del gobierno.
Esa indiferencia de los empresarios puede salirles muy costosa, pues son los que tienen mucho más que perder, aun cuando hayan sacado sus capitales o parte de ellos. Lo que nunca podrán sacar y olvidar es que tienen un deber como colombianos con Colombia, que pueden esquivar pero nunca borrar de sus conciencias y de la de sus hijos.
El pueblo en general ya sufre situaciones difíciles y por eso viene reaccionando cada vez con mayor ímpetu y coherencia, pero el empresariado no. Seguramente aún no ha sufrido como, por ejemplo, lo hicieron los empresarios venezolanos y argentinos o, lo que es peor, le apuestan a ser empresarios del régimen.
Solo los grandes conglomerados empresariales colombianos -que son pocos- tienen un futuro exitoso en otros países, los demás no. Tendrán que lucharla muy duro y en desventaja como extranjeros entregando buena parte de sus esfuerzos a empresarios locales.
Es mejor jugársela a tiempo por Colombia como ya lo vienen haciendo día a día los sectores sociales y políticos que le hablan claro, de frente y con verdades al gobierno Petro.
El país no resiste la indiferencia y la tibieza de ningún colombiano.