Jimmy Bedoya

Profesional en administración policial y de empresas, doctorando en estudios sociales (UExternado), máster en administración de recursos humanos (Ucav de España), máster en administración de negocios -MBA- (UExternado), especialista en seguridad (Espol), gobierno y gerencia pública (EAN) y control interno (UJaveriana), y CIDENAL (Esdeg). Es columnista y consultor con más de 30 años de experiencia en seguridad pública, capital humano y control interno.

Jimmy Bedoya

El placer de escuchar “En agosto nos vemos”

El 6 de marzo salió al público la novela póstuma de Gabriel García Márquez, fallecido hace ya 10 años, como un obsequio para sus millones de lectores alrededor del mundo; editada con la misma exquisitez y humildad con la que el autor narraba sus historias. El significado de esta publicación convierte a esta novela corta en una obra imprescindible en cualquier biblioteca.

Debemos agradecer la “traición” de sus hijos, Rodrigo y Gonzalo, por ofrecernos esta píldora de su padre, ya que fue publicada en contra de los deseos del nobel colombiano. Esta historia rápida y controversial narra las aventuras eróticas de una mujer de mediana edad, Ana Magdalena Bach, quien cada 16 de agosto deja su ciudad durante 24 horas para visitar la tumba de su madre en una isla caribeña, donde ella eligió ser sepultada.

La protagonista viaja en ferry para poner flores en la tumba de su madre antes de regresar con su marido, y por una noche escoger un nuevo amante. Bajo un escenario de cielos tropicales, Ana Magdalena, viaja cada año al interior de su deseo y el miedo escondido en su corazón. Es un escrito con una profunda meditación sobre la libertad, el arrepentimiento, la autotransformación y los misterios del amor.

Uno de los puntos más interesantes de leer “En agosto nos vemos” son las emociones impredecibles que genera la propia historia en sí mediante la música, desde las primeras páginas el autor menciona a un compositor, una pieza de jazz o de música clásica, una salsa, un vals, o un bolero, alimentando el texto con una gran procacidad musical. Como lectores podemos identificarnos con cada escenario en donde se desentraña la historia por la forma en que su musicalidad nos une con el relato, mientras escuchamos una banda sonora que nos llena de imágenes y sensaciones.

Esta novela corta es un texto pletórico de música, en un primer momento se escucha Claro de Luna de Debussy en un atrevido arreglo en piano como bolero, menciona grandes melodías de compositores de música clásica como Grieg, Mozart, Schubert, Dvorâk, Chaikovski, Brahms y Aaron Copland, y exalta el Danubio Azul del austriaco Johann Strauss, para alimentar los oídos de quienes nos adentramos en esta obra del nobel.

Igualmente, el autor nos deja un delicioso mix con Celia Cruz, Elena Burke, Los Panchos, boleros del mexicano Agustín Lara e interpretaciones de música italiana gracias al saxofón de Fausto Papetti, y bellos momentos amenizados con un danzón cubano al modo de Rajmáninov y algunos arreglos para bolero al estilo de Chopin. Con la finalidad de internarnos a un mundo fascinante para lograr imaginar las escenas descritas, el rostro de los personajes, y que en cada línea nos emocionemos más.

La música se filtra en toda esta novela, así como narra Aristóteles en su libro “La Política”, la música es una invención primordial en la formación de la sociedad, afirmando que esta alivia las pasiones, y tiene una fuerte incidencia en la moral social. Sostiene Aristóteles, que construir el carácter social en la convivencia mediante la música es más que necesario, es trascendental, ya que la música imita las pasiones del hombre en sí mismo.

El nobel colombiano se deleitaba con la música clásica y en particular con la del húngaro Béla Bartók, como también sabemos era un amante del vallenato, lo que influyó en sus libros. Contaba con un gusto irrefrenable por el bolero, especialmente de Daniel Santos, así como por el son cubano, la ranchera e incluso algo de tango. En los últimos años de vida atesoró una amistad con Juan Peña, un cantautor flamenco conocido como “El Lebrijano”, quien le dedicó un disco entero a la obra de García Márquez.

En esta novela póstuma, los lectores lograremos percibir con éxtasis la profunda musicalidad que impregna el lenguaje de su relato, su estilo y su prosa los cuales son únicos del universo garciamarquiano, cualidad con la que contó hasta sus últimos años antes de perder la memoria.

Es así, como en la lectura de esta novela se compendia toda la magia que descubriremos al sumergirnos en las páginas de su literatura, en este encontraremos el valor de enamorarnos de la palabra escrita como una compañera inseparable en el viaje de la vida; y como en la banda sonora de esta obra, nos permitirá canalizar y expresar los sentimientos de miedo, alegría, y las emociones más profundas, y hacer que se nos aliviane las penas y nos eleve el espíritu más allá de lo terrenal y permita que alcancemos un estado de sosiego.

Adentrarnos en “En agosto nos vemos” es rendir un homenaje a García Márquez y su legado a través de los libros, como bien lo decía otro nobel de Literatura, el poeta bengalí, Rabindranath Tagore, -citado por Irene Vallejo en su libro “El infinito en un junco”- “un libro abierto es un cerebro que habla. Cerrado, un amigo que espera. Olvidado, un alma que perdona. Destruido, un corazón que llora”. Abramos, pues, los ojos, los oídos y el corazón a esta última voz del nobel de literatura colombiano.

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