El presente es de todos

El eterno presente es la condición de la existencia en el que el pasado puede actualizarse y el futuro animar, con las expectativas que despierta, nuestra acción. Jorge Luis Borges en “El tiempo circular” dice con gracia: “Yo suelo regresar eternamente al Eterno Regreso”. Parodiandolo se podría decir que el presente eternamente suele ser el Eterno Presente.

Cuando leemos “En busca del tiempo perdido” comprendemos que Proust actualizaba el pasado a partir de ese presente de la escritura permitiendo que, cuando lo leemos, ejecutamos el acto en el presente de la lectura y, ahora, en este presente en el que lo evoco, es el presente de quien esté leyendo lo escrito aquí.

Borges cita dos frases que, a pesar de ser escritas con siglos de diferencia, parecieran contemporáneas. Con jugadas como ésta el presente se deleita. 

La primera es de Marco Aurelio:

“Aunque los años de tu vida fueran tres mil o diez veces tres mil, recuerda que ninguno pierde otra vida que la que vive ahora ni vive otra que la que pierde. El término más largo y el más breve son, pues, iguales. El presente es de todos; morir es perder el presente, que es un lapso brevísimo. Nadie pierde el pasado ni el porvenir, pues a nadie pueden quitarle lo que no tiene”.

La segunda es de Arthur Shopenhauer:

“Nadie ha vivido en el pasado y nadie vivirá en el futuro, sino que toda vida es únicamente en el presente. El presente constituye el único patrimonio de la vida, que nunca puede ser arrebatado. Es el único consuelo de la fugacidad del individuo, mientras esté ahí la voluntad de vivir”.

El hombre tiene un patrimonio en el presente que “nunca puede serle arrebatado” aunque “morir es perder el presente”. No tenemos ni el pasado ni el porvenir, ellos son fundamentos del presente pero no podemos vivir ni en el uno ni en el otro. “Toda vida  es únicamente en el presente” y “el presente es de todos”.

Hay dos inquietudes que he venido compartiendo con ustedes durante este año. La primera ha sido la generada por la copia de La Bachué de Rozo constituyéndose en un juego arriesgado con el pasado. La segunda es la que nos aturde como colombianos ante un futuro que nos llena de preocupante incertidumbre, el que encontrará definición en las elecciones del próximo año. A la primera le he dado cierre con mi anterior artículo para pasar a editar un libro que acompañará la exposición en Saatchi, de la que tantas veces he hablado. Voy a referirme a la segunda, la que apenas está comenzando su ciclo.

Óscar Iván Zuluaga es mi candidato, de eso no tengo la menor duda. Su candidatura vuelve al Eterno Presente. En el pasado logró ganarle batallas a un monstruo de mil cabezas pero al final se vio derrotado, víctima del fraude. Siete años han transcurrido viendo con tristeza cómo perdimos una oportunidad de enfrentar los verdaderos retos del país, encabezados por el fin de la pobreza a punta de desarrollo.

En el gobierno ilegítimo de Santos se hicieron todas las marrullas para imponer un acuerdo maldito que ha causado daños inmensos que pueden ser irreparables si no se busca un nuevo sendero. ¿Será revolcandonos en el pasado como saldremos del barrizal en el que nos encontramos? o ¿será a punta de falsas promesas que milagrosamente se encontrarán las soluciones? Óscar Iván Zuluaga no le apuesta a ninguna de las dos. 

Creo entender su posición a partir de cierto punto de vista. Por ejemplo, a cambio de desgastarnos tratando de demoler un edificio en concreto jurídico que construyeron con el acuerdo con las FARC, ocupemos esas energías en buscar el desarrollo y el equilibrio social. Un país tan rico como el nuestro no debe tolerar la pobreza, Un país democratico no puede seguir siendo ofendido por los criminales que le arrebatan las posibilidades de desarrollo. El problema principal no es el narcotráfico como tampoco la estructura de falsa legalidad impuesta para que siga operando. Esos son asuntos que se resuelven dentro del mismo orden democratico para garantizar la seguridad y el bienestar de los colombianos.

Si el país enfrenta los retos jerarquizando las prioridades -sin las nostalgias de los buenos gobiernos pasados como tampoco con la amargura por los desastres de otros gobiernos-, tendremos presentes promisorios.

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