Frisby es, sin rodeos, el restaurante que más factura en Colombia. Lejos de ser una moda o una tendencia pasajera, es una marca consolidada que supera a gigantes como KFC. En 2024 volvió a romper récords con más de 926 mil millones de pesos en ventas, demostrando que el pollo también puede ser una potencia económica.
La historia es impresionante: de apenas 9 restaurantes en 2011 a 165 sedes en todo el país hoy. Pero lo más impresionante no son sus cifras, sino su capacidad para mantenerse vigente sin escándalos, sin polémicas forzadas y sin depender de la falsa narrativa de víctima. Frisby se ha ganado su lugar en la mesa de los colombianos a punta de trabajo, innovación y sabor.
Por eso sorprende la reciente avalancha de “solidaridad” que despertó el caso del plagio descarado en España, donde una empresa copió hasta la mascota: el icónico pollo con sombrero. Sí, fue un atropello a la propiedad intelectual. Sí, indignó a muchos. Pero más que indignación, lo que vimos fue una coreografía perfectamente calculada de marcas, políticos y hasta instituciones, buscando cinco minutos de protagonismo.
De un día para otro, decenas de marcas que jamás habían mencionado a Frisby se sumaron a la ola, como si fueran parte de su comité directivo. Memes, campañas improvisadas, tuits solidarios y declaraciones encendidas llenaron redes sociales. Pero no nos digamos mentiras: pocos lo hicieron por convicción; la mayoría lo hizo por conveniencia.
Esa supuesta solidaridad no fue más que una oportunidad de marketing disfrazada de empatía. Las empresas vieron una tendencia y corrieron a montarse. No para defender a Frisby, sino para colgarse de su audiencia, su engagement y su presencia emocional en el corazón de millones. Es el manual clásico del oportunismo digital: tomar prestado el dolor ajeno para ganar visibilidad.
Y mientras muchos fingían lágrimas en redes, Frisby no lloraba: facturaba. Con una estructura financiera sólida, una marca querida y un producto probado, está muy lejos de ser la cenicienta del paseo. Es un titán del pollo, y su liderazgo en el mercado no se ve amenazado ni por franquicias extranjeras ni por farsantes solidarios.
Los números hablan solos: la compañía ha crecido más del 20% en los últimos dos años, algo que ni las grandes cadenas internacionales han logrado en el mismo periodo en Colombia. Su única amenaza real hoy no está en el país, sino en el espejo deformado que le apareció en España, donde un clon intenta capitalizar su éxito con un disfraz grotesco.
Pero el espectáculo mediático que se armó alrededor no fue gratuito. Cada marca que se pronunció ganó algo: clics, likes, notoriedad, e incluso ventas. Frisby, en cambio, fue utilizada como excusa para el lucimiento ajeno. Que no nos vendan solidaridad cuando lo que hubo fue espectáculo.
Porque si algo quedó claro en todo este episodio es que Frisby no necesita aplausos prestados, ni gestos vacíos para mantenerse en la cima. Frisby no llora, Frisby sabe facturar. Y los demás, simplemente, se arriman al éxito para ver si algo se les pega.