Para saborearlo. Para justificar la retórica desbordada, para admitir el elogio sin límites, para redimir la calidad del torneo.
Cargado de emociones, con todos los ingredientes para enloquecer las tribunas siempre en llamas, con arrebatos técnicos y descontroles emocionales que nunca destrozaron el espectáculo, a pesar del nerviosismo y resultado indefinido hasta el pitazo del cierre.
El esfuerzo y el fútbol, la táctica y el músculo, con intensidad y habilidad de los protagonistas, con goles hermosos e imposibles, a pesar del controvertido árbitro.
Dos rivales duros de matar.
Con errores y expulsiones, con voladas espectaculares de los porteros, con niños, jóvenes y viejos, en ambiente familiar, celebrando en las tribunas.
¡Qué espectáculo!
En este fútbol a la carta, con tedio, tan común en nuestro medio, ver juegos de tan elevada emoción y categoría, invita a la positiva reflexión porque hay técnicos y jugadores, con el corazón a flor de piel a la hora de competir y esfuerzo extremo, para reanimar el espectáculo.
La revancha de Alejandro Restrepo, dominador del pulso ante Comesaña, con bofetón incluido a Nacional que lo rechazó para darle cabida a otros discursos de entrenadores extranjeros, manipulables, vanidosos y vacíos.
Restrepo, con sus zonas de apoyo e influencia, con su toque en velocidad evolutiva, con su ritmo sostenido, conectando líneas con pase, con un equipo que tiene envase y contenido desde la modestia de sus recursos financieros… Mucho con poco.
Nunca el desánimo atacó al Pereira, a pesar de su futuro incierto, porque desde los juzgados o los directivos codiciosos quieren aniquilarlo.
Leo Castro, el goleador, caso típico del desperdicio y el rechazo en Medellín. “Renacido” en el Pereira, donde reencontró su fútbol y su gente, en su función de goleador impecable.
Pereira ya ganó el año, porque ha luchado contra sí mismo, contra normas y quiebras, contra los rivales, reivindicando el fútbol como fuerza inspiradora de vida, prodigando espectáculo.