Cuando leí este numeral en el libro de Rosa Montero “La ridícula idea de no volver a verte” realmente hizo mucho eco en mi cabeza, porque tiene todo de razón. Existe un sometimiento mental, principalmente en nosotras las mujeres, en acatar los deberes que la sociedad nos ha impuesto o que incluso la propia familia ha tratado de “conservar” en todas las generaciones.
La autora describe cómo Marie Curie, la primera persona en recibir dos premios Nobel en Física y Química, en las categorías de mayor prestigio en los galardones, se debatía entre sus obligaciones como mujer y poder desarrollar una profesión, porque en sus tiempos poder brillar por cuenta propia era considerado algo anormal, presuntuoso y hasta ridículo. Incluso, luego de ser reconocida con los galardones que le valieron su vida, porque Marie estuvo expuesta a la radiactividad siempre y esto generó con el paso de los años una enfermedad silenciosa que la desvanecía cada vez más, fue juzgada, rechazada y ridiculizada por sus propios colegas, hombres en su mayoría, por ser una mujer dedicada a la física y la química; lo que demostró el miedo del mundo masculino a la ascensión social de la mujer.
Las mujeres, en ocasiones, somos mal vistas y valoradas, al mismo tiempo, por descuidar nuestras obligaciones y no #HacerLoQueSeDebe porque el compromiso nuestro es un mandato no discutido, como por ejemplo cuidar del hogar; lo que incluye asumir las responsabilidades de los hijos, la casa, la alimentación y otras funciones que son consideradas “cosas de mujeres” que no se discuten, sin embargo, en ocasiones se comparten.
Otra de las consecuencias de no #HacerLoQueSeDebe es la culpabilidad, que es una emoción tradicionalmente femenina, pues ésta induce socialmente a quienes se atreven a seguir sus deseos y su instinto.
También existe el temor a ocupar lugares no comunes para las mujeres, aunque hay ejemplos de muchas féminas que fueron la antítesis del arquetipo de mujeres de la época. Lo muestra con ejemplaridad la leyenda de la Papisa Juana, que ha sido inmortalizada en documentales y películas. Se trata de la primera y única mujer que habría sido Papa ocultando su verdadero sexo. Como en la época (855 y 857) las mujeres tenían prohibido estudiar, Juana, con el apoyo de su madre y a escondidas de su padre se disfrazó de monje para poder hacerlo, y debido a su amor por el conocimiento llegó a Roma y conquistó de tal manera que al poco tiempo fue elegida papa. La triste historia de Juana terminó en que, ya siendo Papisa, sin que el mundo supiera de su identidad, después de dos años, en un recorrido dio a luz a su bebé, tras el hecho fue arrastrada y golpeada hasta morir. Cuentan que después del “infortunado hecho” para la iglesia y tras el intento de Juana por usurpar el máximo #LugarDelHombre, se instituyó un curioso ritual para corroborar la sexualidad en la elección de los pontífices, entonces les revisaban manualmente sus atributos sexuales. Que sea verdad o mentira, da lo mismo; lo que importa es su increíble fuerza simbólica.
Pero fortuna las cosas han estado cambiando en las últimas generaciones, pues hasta hace nada el mayor miedo de la mujer occidental era no saber vivir sus propios deseos: siempre viviendo el deseo de los demás, de sus padres o de sus hijos, como si las aspiraciones nuestras fueran secundarias.
Para ti que lees esto, ¿Qué has dejado de realizar por #HacerLoQueSeDebe?