La caída de Ícaro y… la Bachué

“Un paisaje bucólico”, “El comienzo del otoño”, “Un labrador y el mar” y otros títulos por el estilo eran los que mis alumnos le daban a una pintura de Peter Brueghel cuando les propuse, hace más de veinte años, un ejercicio en el que se hacía evidente cómo una obra de arte cambia, a los ojos del espectador, cuando se conoce su verdadero título. Está en cuestión era “Paisaje con la caída de Ícaro”. Al conocerse de lo que trataba el asunto, resaltaban, ante los ojos de los jóvenes estudiantes, las diminutas piernas de alguien que caía al mar. Era Ícaro, hijo de Dédalo, el arquitecto constructor del laberinto y quién fabricó las alas para huir, él y su hijo, de las garras de Minos. Cómo es conocido por muchos, el joven Ícaro quiso acercarse al sol y se fundió la cera con las que estaban pegadas las plumas de sus alas

Los mitos son ficciones, con los que el hombre ha querido dotar de sentido a una experiencia terrenal que lo confunde y agobia, vinculadas con un mundo de dioses y seres extraordinarios. La ficción literaria es el equivalente en la pintura a la figuración como el ensayo  a la abstracción. Van íntimamente ligados ficció con ensayo  y figuración con abstracción, como lo demuestra Borges en sus cuentos y poemas.

La Bachué es la protagonista del mito muisca de la creación de los seres humanos. Surge de una laguna, como nosotros del húmedo vientre materno. Ícaro se sumerge en las aguas como la Bachué pero, mientras que la diosa penetra en ellas victoriosa, él cae derrotado por su ingenua arrogancia. La Bachué es una deidad inmortal, Ícaro es mortal y el agua que para ella es vida para él es la muerte.

En el cuadro de Brueghel aparece, casi en primer plano, un labrador ocupado en su arado sin enterarse de nada, el cielo no ha enviado ninguna señal como si la dio cuando cayó Pablo de su caballo, que fue pintado por Brueghel perdido entre la multitud. Pablo recibió, en la versión del pintor flamenco, la revelación pero nadie se percató de la luz del cielo que lo envolvió. Cómo ese labrador me siento hoy cuando ocurren sucesos graves y me ocupo de arar.

Hay quienes  hacen bulla, queman y destruyen queriendo hacerse notar pero serán olvidados, mientras que nuestro antihéroe seguirá en el recuerdo. Nuestras vidas, por más que nos esforcemos, difícilmente llegarán a ser heroicas, lo que nos duele profundamente en momentos como este en el que, por descuido, terminaremos más parecidos al buey que al labrador que lo conduce en la magnífica representación del mito que realizó el maestro holandés.

En el presente nos identificamos más con Ícaro que con Sísifo. Somos pretenciosos creyendo alcanzar el sol y no somos, ni siquiera, quienes subimos la pesada roca y nos reponemos para hacerlo de nuevo cuando caiga. Tan solo somos quienes creemos alcanzar el sol sin percatarnos de que su calor derretirá nuestras alas y caeremos para no levantarnos más.

P.S.: Tenemos que hacer un esfuerzo y cambiar sino estaremos perdidos. Nos están ganando la partida.

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