La mujer de mi hermano

“Enséñame a vivir para que sea una estrella" –dijo el Principito.

No pedí escribir obituarios pero todo pasa por algo. Es lo que dice la gente. Y aquí estamos, de luto, con la innombrable, la que preferimos no invocar.  

Me enteré de la muerte de mi cuñada por Facebook y la noticia me dolió por muchas razones. Primero, porque era muy joven, apenas tenía 36 años; la misma edad de mi hermano, el benjamín de la familia paterna; segundo, porque era la mamá de dos bebés, Emmanuel, de tres años y Helena, de seis meses. Y tercero, porque todos hicimos planes para conocernos por fin: iríamos donde mi papá porque él tampoco conoce a Melanie Sofía, mi primera nieta y su segunda bisnieta. 

Sin los niños, el destino nos juntó en un velorio. 

Aunque no murió de coronavirus, el deceso de Diana en medio de esta pandemia es otra de esas tragedias ocultas: el intruso se ha entrometido tanto en nuestra vida social que el temor al contagio nos alejó de los seres queridos, más de lo que ya estábamos. Y la tecnología, por maravillosa que parezca, no reemplaza el abrazo cálido, el beso fraterno, el estrechón de manos, el almuerzo dominical. 

¡Vaya ironía! Mientras el virus nos acorrala, individualiza y separa como en un gueto, la muerte victoriosa nos reúne en la funeraria, en la iglesia o en el cementerio, como si jugara con nosotros. Con su disfraz de Covid-19, nos condena a una mascarilla, obligándonos a abrazar con la mirada hasta cuando decida largarse. Por ahora sigue muy amañada. 

A través de las historias en las redes sociales percibí la hermosa familia que con genuino amor conformaron  Diana y Jonny durante cuatro años, llenos de tesón en medio de esta incertidumbre. 

Fue sometida a una operación riesgosa para extirpar un quiste  que crecía como la maleza en su cabeza. Se llama neurinoma del acústico (schwannoma vestibular), un tumor en el nervio principal que conecta al oído interno con el cerebro.

Abrió los ojos tras salir del quirófano pero sin tiempo para recuperarse, sin tiempo para seguir jugando con mis sobrinos. Se declaró su muerte cerebral y fue desconectada para evitarle más padecimientos. 

Me contaron que ella presentía su partida y aquello me desconcertó. Gabriel García Márquez tuvo  razón cuando en 1995 le dijo lo siguiente a una  periodista española: "La muerte es una trampa, es una traición, que le sueltan a uno sin ponerle condición. Para mí es muy serio el hecho de que esto se acabe prácticamente sin ninguna participación de uno, sino cuando llega. Creo que es injusto".

Claro que es injusto, porque la parca lleva las de ganar desde que el mundo nos recibe con llanto y dolor, de la misma forma en que nos despacha sin que uno pueda chistar o patalear. Me consuela pensar que existe algo  más allá de este plano, como lo plantea El libro tibetano de la vida y de la muerte

-“Mi religión es vivir, y morir, sin remordimientos”, dijo Milarepa, el poeta nacido en Tíbet.  

La vida sigue para un hombre viudo antes de los cuarenta, para unos hijos que crecerán sin más consuelo que las fotografías de Instagram al lado de su amorosa madre y para unos padres con el alma hecha trizas, contrariando el deber ser que nos enseñaron: que son los hijos los que entierran a los padres, no al revés. La penosa experiencia revivió en mí el sentimiento de derrota cuando otro hermano sepultó a su hijo de dieciséis años, apenas a cinco meses de iniciada esta horrorosa pandemia. 

Afuera, en el desfile de lutos de aquel lunes festivo, hicimos la promesa –otra vez- de reunirnos con un pretexto menos ingrato, como pasa siempre en el encuentro de familiares que no se veían desde el último muerto.  

Adentro, al observar el ataúd, recordé el capítulo inicial de la serie El método Kominsky, la tragicomedia de Netflix, donde el personaje de Michael Douglas asiste al funeral de su mejor amiga. Ella ha dejado instrucciones precisas para que la pongan en un féretro hecho con madera de un barco hundido. Me gusta la parte en que  el guionista le da una licencia a la difunta para que “regrese” de vez en cuando a la Tierra a ver cómo está todo en casa. ¡Cómo sería si tal cosa sucediera de verdad! 

Ha pensado el lector ¿cuál sería su última voluntad antes de? Se los dejo de tarea. 

La mujer de mi hermano

Repaso con incredulidad las imágenes del feis. En el muro de Diana hay una frase sobrecogedora: La escribió el 13 de febrero de 2021: “Cuando yo era pequeña siempre quise tener un hermano mayor que me cuidara y defendiera, pero me tocó ser la hermanita mayor. Algo que me queda seguro es que si en algún momento de la vida no estoy, Emmanuel cuidará y protegerá a su hermanita Helena como hermano mayor.  Gracias Dios por permitirme dar vida y traer vida al mundo, gracias Dios por permitirme formar un hogar al lado de un hombre maravilloso”. 

Cuando vea a Helena y a Emmanuel quiero leerles esto que encontré en el libro de El Principito: "Cuando muera quiero ser una estrella. Sólo las personas que aman de verdad son como estrellas, y su luz sigue brillando sobre nosotros después de que se hayan ido. Enséñame a vivir para que sea una estrella" –dijo el Principito.

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