El protagonista de La ventana indiscreta de Hitchcock es un fotógrafo que, por su pierna rota, se ha visto obligado a un largo confinamiento durante un caluroso verano neoyorquino. Contando su edificio con ventanales sobre el patio interior, este personaje se complace en mirar lo que hacen los vecinos, lo que le significa una distracción que le ayuda a sobrellevar los largos y tediosos días. En su condición de fotógrafo, enfocar con el lente de la cámara lo ha convertido en un agudo observador. Este clásico del cine nos sigue haciendo cuestionar sobre los límites en el observar a los otros y nuestra disposición a ser observados.
Cómo artista me he visto obligado a sacrificar parte de mi privacidad a pesar de ser una persona reservada debido a mí timidez. Para un pintor es inevitable exponerse públicamente a través de sus cuadros. Comienza temprano en su existencia desde cuando van ocupando las paredes de su casa, las de algunos cercanos y, luego, las de aficionados y coleccionistas.
Realizar una exposición es como revelar el diario personal, ahí se podrían descifrar hasta los secretos más ocultos pero casi nadie se pone en esa tarea a no ser que se trate de un experto dedicado a desentrañar lo oculto en la obra de un gran artista ya fallecido. En una obra abstracta, cómo la mía, es difícil leer en las formas, colores y trazos lo que puede haber de trasfondo pero no es del todo imposible.
Por otro lado, hay que tener presente que el taller del artista puede ser, entre los espacios privados, el más público de todos. No hay lugar de trabajo que atraiga tanto las miradas como este, tanto así que algunos han sido transformados en museos. Cuando un comprador, por poner un ejemplo, visita el taller del artista se siente en plena libertad de mirar por todos los rincones con el pretexto de encontrar algo de su interés.
En esta intromisión en el mundo íntimo también juegan un papel importante los libros que incluyen, junto al análisis crítico de la obra, una breve biografía del artista. Hay diálogos que con frecuencia se ocupan de la intimidad de la vida y hasta de la mente del personaje. Picasso fue fotografiado en su cotidianeidad sin mostrar el menor pudor. En forma de postales se ofrecen a los turistas esas fotografías junto a las de la Torre Eiffel o el Arco del Triunfo.
Películas y documentales se suman a esos registros que permiten acceder al mundo privado del artista. Centros de documentación, fundaciones y museos se encargan de preservar todo el material que se ha ido recogiendo con el tiempo, incluyendo hasta los trapos con los que se limpiaron pinceles. Tanto el caótico taller de Bacon que fue cuidadosamente trasladado de Londres a Dublín, como el ordenado de Brancusi, reconstruido y convertido en lugar de peregrinación, son ejemplos del afán por conservar y hacer públicos los espacios privados de importantes maestros.
Estas reflexiones las hago a raíz de la publicación de mi casa taller en la revista de arquitectura y diseño AXXIS. Agradezco el excelente trabajo editorial con fotografías y textos de la mayor calidad. Me complace que le dedicarán la portada en la edición impresa y la muy especial edición en formato digital.
Cuando me propusieron publicar, mi hija Palomar me preguntó por qué permitiría que nuestra casa saliera en una revista. Le respondí que era similar a ver publicados artículos sobre mi retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Bogotá en 1999. La casa es parte de mí obra y es una síntesis entre las distintas formas de expresión por las que he transitado como artista. Para Carl Jung La Torre, cómo llamaba a la casa que se construyó en Bollingen a orillas del lago de Zúrich, era el testimonio en piedra de lo que habitaba en lo más profundo de su alma. Cómo a Jung, mí casa me ha tomado cerca de una década y no está concluida.
Durante veinticinco años tuve mi taller en Bogotá, un espacio cerrado con una mágica luz cenital que penetraba a través de unas especies de cometas en vidrio opaco. Mi relación con el exterior era mínima, apenas los ruidos que se filtraban de la calle o la muy remota visita de algún amigo y, más remota, de un coleccionista. Aparte de una que otra fiesta mi taller permaneció cerrado hasta que mi hija Ana realizó En el taller, una película en la que quedó registrado lo que transcurría entre las cuatro paredes mientras pintaba un cuadro circular de tres metros de diámetro. Cómo despedida monté, a comienzos del año, Mí casa, mi taller, mi pintura bajo el signo de Saturno, una exposición que quedó confinada en estos tiempos de pandemia.
En mi nuevo taller hay grandes ventanas a través de las cuales se presencia la vegetación y el paisaje de montaña. Es una relación distinta con el espacio anterior. No niego cierta nostalgia por el taller de Bogotá. Recuerdo, cuando vivía con mi hija Sara, una mañana apacible de domingo en la que resolví el diseño de la casa. Mí hermano Eduardo había construido una maqueta del terreno en la que se apreciaba la escarpada geografía en esa hectárea de terreno con una diferencia de cincuenta metros de altura en su parte más inclinada y en la parte “plana” con cerca de quince metros. Realicé el primer boceto con el que quedé comprometido, cómo con tanta frecuencia ocurre en el diseño arquitectónico, y fue el mismo que tracé, durante un viaje a París, para mostrarles a mis tres hijas lo que sería la casa.
-¿Y mí cuarto?- reclamó Ana.
A partir de ahí la casa comenzó a crecer… y lo sigue haciendo.
Ya llevo dos años habitandola.