El desconocimiento a los ídolos del deporte de antaño es una de las consecuencias de la falta de memoria deportiva, que no se estimula desde la dirigencia o desde los medios. Las despiadadas críticas en las derrotas, sin perdón en los desfallecimientos, prevalecen sobre las victorias jubilosas del pasado, que nos hicieron felices.
Nairo y Falcao son dos casos.
Nairo ya no es el campeón invencible, dominante, en encarnizada lucha con los astros del ciclismo del mundo. Los miles de kilómetros a cuestas tienen su gravamen, y las expectativas sin techo sobre su rendimiento, a veces fantasiosas, ya no traen jugosas respuestas.
Pero sigue pedaleando. Sigue sufriendo. Así sus objetivos no sean los mismos.
Falcao también es un guerrero.
Agitando discordias que van desde su convocatoria, su rendimiento y las dudas en su aporte, por lo inconstante con su equipo.
Siempre a la expectativa de un examen riguroso por parte de los críticos, que ven en él, por un gol, un héroe sublime, o en su declive, una máquina oxidada, un atleta en descenso, sin importar su influyente historia y la espectacularidad de sus pasados picos de rendimiento.
Falcao es un ídolo. Lidera desde sus palabras o desde sus actos. Al primer llamado a la selección responde presuroso, como lo hizo siempre, con incidencia dentro y fuera de la cancha, como comandante del ataque o sentado en el banco, donde siempre mostró respeto.
Qué bueno que su influencia tocara a James, su amigo, su aliado en faenas prodigiosas, otro ídolo, pero en conflicto, para extraerlo del foco de las críticas y encarrillarlo hacia la cúspide que aún lo espera. En condiciones, puesto a punto, futbolísticamente, James es un banquete.
Nairo y Falcao...Quizás James. Con ellos “La insoportable levedad del ser” como escribió Milán Kundera. O "El olvido que seremos" como lo dijo el afamado, Héctor Abad Faciolince.
