Lo obvio y lo oculto del paro

En las transmisiones de los medios sobre el denominado “paro nacional” –que otros llamamos “paro insurreccional”– se distinguen, como lo dijimos en una columna anterior, dos escenarios distintos y complementarios: uno, el retórico, cuyos integrantes, valiéndose de las fallas del gobierno y el sistema vigente, arman frases pegajosas, consignas fuertes, acusaciones hirientes, con el propósito de desacreditar a gobierno y sistema. Junto a dicho escenario se perfila otro, el bélico, de ciudadanos que se inspiran en las mismas fallas, pero para incendiar toda clase de cosas o lugares, devastar cuanto encuentren, asaltar y saquear negocios, inhabilitar vehículos, atacar al Esmad, bloquear vías y ciudades, afectar la producción y distribución de bienes, provocar desempleo, etc., con el fin de destruir al gobierno y el sistema.

Los actuantes, entonces, a semejanza del movimiento tectónico del que habla la geología, se desempeñan en bloques que se empujan unos a otros, tras los dos objetivos señalados: desacreditar al gobierno y destruir el sistema. Es lo obvio del paro. Lo más singular es la convicción de los marchantes cuando vociferan y la decisión cuando acuden a las vías de hecho, el rencor que los acompaña, la ira que los impulsa, proyecciones de su desprecio por “el sistema” y la administración. Y cabe preguntarse: ¿eso que dicen y hacen los dos frentes surge de modo espontáneo? ¡Ni de vainas! Entonces, siendo así, toca hablar de lo oculto

Miren unas claves:

• Muchos de los participantes proceden de centros de estudio, privados y públicos, donde sus directivas y/o docentes los adoctrinan en dos grandes pistas: el odio y el amor. La vertiente del odio la configuran para convencerlos de que el sistema político actual estimula y protege la desigualdad, la injusticia social, el hambre, los privilegios, la inequidad, la pobreza, la falta de educación, el desempleo, la segregación, la corrupción, y más rasgos. Por todo ello les insisten en la necesidad y conveniencia de desprestigiarlo a fondo (lo retórico) y destruirlo sin misericordia (lo bélico), cueste lo que cueste, caigan las estatuas que caigan. 

• Sin embargo, como las cosas no pueden quedar ahí, tienen que hablar de una alternativa.

Es cuando elaboran la vertiente del amor, orientada a inspirar querencia por la causa. ¿Cuál causa? Pues la revolución, presentada como la mejor opción posible, bajo la conducción exclusiva, eso sí, del glorioso partido comunista, o como se le denomine (Comunes, Colombia Humana, Unión Patriótica, etc.), que nos llevará al cielo en la tierra porque reinarán la equidad, la igualdad, la sonrisa sin fin, la felicidad individual, la exultación de las masas, la bondad y la luz, entre otros premios, dado el arribo de esa cosmovisión a la dirección de la totalidad (de ahí viene “totalitario”) de la sociedad. Por lo tanto, los adoctrinadores siembran ilusiones en la mente y los corazones de sus discípulos para que amen a fondo esa ideología mesiánica y “se hagan matar” por la misma. 

El tema me evoca lo que se conoce con el nombre de “microbioma humano”, existente en cada uno de nosotros, formado por 100 billones de microorganismos, cuya diversidad es determinante en el sistema inmunitario y, en consecuencia, en la salud. Pues bien, los profetas de la visión salvadora, en función del triunfo final, van detrás de instalar en cada militante un microbioma revolucionario con diversidad de “microideas” (conceptos, análisis, argumentos, citas de autores, estudios, falacias, cifras, etc.), lo que igualmente podría llamarse un proceso de "acreción", que se da cuando un cuerpo crece por adición de cuerpos menores. Así también hablaríamos de una acreción revolucionaria

Todo lo expuesto tiene como teatro primario las ciudades. Porque lo que esta izquierda ejecuta en las selvas es otro cuento en la misma línea: reclutamiento de niñas, niños y adolescentes, minas antipersonal, extorsión, masacres, desapariciones, desplazamientos forzados, homicidios selectivos o indiscriminados, enfrentamientos con interposición de la población civil, emboscadas, secuestros, asaltos, terrorismo variado, tomas sangrientas de poblaciones… Con razón la (¿ex?) candidata Íngrid Betancur, en su reciente encuentro con las Farc, dijo que sus comandantes eran “duros de corazón”. Es que, doña Íngrid, sin la tal dureza sería imposible luchar por el tal “paraíso”, despreciado por los pueblos y la Historia.

El inmortal Miguel Ángel sostenía que en los senos de su nodriza, mujer de un cincelador, había mamado "el escoplo y el mazo para hacer las estatuas". En Colombia, en cambio, muchos marchantes parecen haber mamado los mazos de las leches de petros y petras para derribarlas. 

INFLEXIÓN. En realidad, lo de las estatuas es simbólico: lo que quieren derribar es el sistema que las erigió.

Por: Ignacio Arizmendi Posada

03/07/2021

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