Mario Huertas

Analista de asuntos estratégicos y hemisféricos (Énfasis: Brasil y EE.UU.) Columnista de opinión, diario La Nación. Voluntario internacional para la promoción de nuevos liderazgos, Universal Wonderful Street Academy (UWSA), Jamestown-Accra. Colaborador del Goldstreet Business (Ghana). Profesor de Geopolítica y Geoestrategia. Infante de Marina, Armada República de Colombia (A.R.C).

Mario Huertas

Resignificar los hechos

Una lectura mal intencionada de la historia contemporánea ha querido mentir diciendo que la Administración por Sobresaltos llegó al poder gracias a que el uribismo gobernó consecutivamente desde 2002.

Obviamente, con esa vulgar mentira cooptaron a millones de colombianos que tienen un sentido histórico tan deplorable como infantil, pues, para ellos nombres como Eustorgio Salgar, Manuel María Mallarino, Santos Acosta y Santos Gutiérrez pueden ser asociados a todo menos que a la historia presidencial.

Algunos con ínfulas de intelectuales, como las de Gustavo Petro, dirán que los dos últimos son antepasados de Santos Calderón (Juan Manuel) y que eso ratifica que el uribismo, según ellos, gobierna a Colombia desde el siglo XVII aun cuando la república nace dos siglos después.

He anotado lo anterior porque precisamente la falta de sentido histórico en la política puede conducir a lo que la guerrilla del M-19 ha denominado: resignificar los hechos.

Para no referir trabajos anteriores, convengamos en que "resignificar los hechos" es una táctica subversiva que consiste en falsificar la historia, es decir, en subvertir el pasado para legitimar el presente. 

De tal suerte, uno de los objetivos estratégicos de la guerrilla ha sido convertir a sus más grandes criminales en héroes nacionales y al terrorismo en épica nacional, tal como lo hicieron en América Latina con Ernesto Guevara.

En otras palabras, la táctica de la guerrilla ha sido apropiarse de adjetivos políticos como paz, derechos humanos, democracia, justicia social a fin de camuflar lo que ellos verdaderamente representan: guerra, crímenes contra la humanidad, totalitarismo, terrorismo; es decir, en todo lo opuesto a lo que tanto pregonan. De la justicia social podemos decir que, por un lado, se asocia a la justicia revolucionaria (modelo castrista) de eliminar al opositor y, por el otro, a la concentración y al despilfarro del dinero públicos solo para quienes forman el régimen o la nomenclatura. 

Así, la única manera que tienen las guerrillas para legitimar su pasado criminal es "resignificar los hechos" y para eso cuentan con un aparato bien especializado al servicio de la causa. Este núcleo se compone de escritores, artistas, periodistas, jueces, magistrados, profesores y demás sectores que comulgan soterradamente con la lucha armada y con la combinación de las formas de lucha.

Romantizando el terrorismo con falacias tan recurrentes como “nos revelamos contra el sistema dictatorial” y “nos alzamos contra la injusticia social”, los guerrilleros se han apropiado de un lenguaje que, a pesar de sus crímenes, les ha permitido posar de defensores de derechos humanos, adalides de la paz y faros morales de la justicia. 

Ahora, la verdadera cultura de paz se promueve eliminando del lenguaje falacias como la que sostiene que el secuestro es apenas una retención con fines económicos, que la paz es un adjetivo exclusivo de la guerrilla a pesar de que solo han sido una serie de procesos para legalizar el crimen organizado y que los rebeldes son agrupaciones filantrópicas de orden intelectual con fines políticos. Sin subvertir el lenguaje para invertir la realidad y el pasado se empieza a construir la paz.

Y si hay mucho interés por parte de la Administración por Sobresaltos en promover los museos como parte de una política de memoria que contribuya a que el pasado se preserve, la invito para que todo el dinero que derrocha la pareja presidencial vaya a un fondo que diseñe un plan de turismo histórico en Ambalema, centro económico del siglo XIX, o para enaltecer la casa en Bello de don Marco Fidel Suárez, verdadero y auténtico presidente-intelectual. 

Para ir cerrando, la figura de Bolívar es lo totalmente opuesto a lo que un guerrillero, financiado por dineros del Cartel de Medellín, representa para la historia nacional toda vez que cualquier lector entrenado en nuestro pretérito sabe que Bolívar tuvo tres estadios: el radical, el liberal y el conservador pero, por encima de estas mutaciones, las tres facetas conducen a un solo frente: el republicano. De hecho, Bolívar nunca fue un holgazán y sub-intelectual que mamando de la savia del Estado haya querido vivir de las instituciones (coloniales) mientras renegaba de ellas, las deslegitimara y las intentara destruir. Todo lo contrario, fue un hombre que, al paso de sus tropas, le seguía la creación de instituciones tal como lo refleja sus discursos y su legado bien ponderado para la historia jurídica de América. 

Solo una anécdota: Bolívar pagó con sus propios recursos la misión que lideró ante la corona británica en 1810. Esto lo obligó a que él mismo haya respondido financieramente por sus dos colaboradores, Andrés Bello y Luis López Méndez. 

Esperamos que los colombianos que gozan de un elevado sentido ético e intelectual de la política no caigan en la trampa de dejarse “resignificar los hechos” con el objetivo de limpiar la imagen de la guerrilla del M-19 que tanto daño le hizo a nuestro país. 

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