Mi mamá nunca le tuvo miedo a la muerte, lo que la atormentó en sus últimos días fue el dolor de estar muriéndose. Y en esta situación insoportable, sacó fuerzas para decirnos siempre, que estaba mejorcita, tal vez fue una de sus frases más repetidas en las horas finales.
Y lo hacía por nosotros, para no escucharnos tristes. Su batalla final la emprendió en solitario y hasta pasó su cumpleaños 65 el pasado primero de noviembre, en esa misma condición, en total soledad, y justo ese día, hablamos por espacio de una hora, en una especie de relato de su última voluntad, encargándome una tarea que acepté sin pensarlo, en mi calidad de hijo mayor: Estaré siempre, del lado correcto de las cosas.
A mi mamá no la venció la muerte, por el contrario, ahora ella descansa, tenía rostro de tranquilidad el día que dejó este mundo y lo tenía por una razón: Ahora es un Ángel y desde ese día he sentido muy intensa su presencia.
Mi mamá se murió sin ella, porque María Charris de Castillo vivirá en la eternidad de la mano de Dios y todos quienes la amamos, la mantendremos viva en nuestros corazones, hasta que otra vez, estemos de nuevo juntos.
Su tiempo en la tierra se detuvo, pero su mejor tiempo comienza al lado de Dios. Allá tendrá paz, tranquilidad y su condición de madre se fortalecerá, nos cuidará mejor que antes. ¡No tengo duda!
Vivió un calvario en los últimos tres años. Pero no sólo fue por la enfermedad que la aquejaba, también por un sistema de salud indolente, precario y que en muchos casos no apunta a mantener viva a la persona, sino a comercializar con los enfermos. Es una tragedia.
Los trámites administrativos son otra vergüenza. Para toda clase de asuntos inherentes al proceso de atención, existe una especie de carrusel de autorizaciones. Inhumano y patético.
Entonces el padecimiento de mi mamá fue doble. Nos tocó acudir a la tutela y hasta interponer incidentes de desacato a la tutela. Un servicio de salud malévolo. Pero soportó con templanza, fuerza y carácter sin fin. Una guerrera, que cada día libró una batalla.
Siento un vacío profundo, la sonrisa eterna de mamá se fue. Entender su adiós es tan incomprensible como triste. Con ella también se va un pedacito de mi. Es una marcha sin retorno, el fin de su paso por este mundo. Yo aún necesitaba mucho más de ti.
Aún en la amarga tristeza de sus últimos momentos, ella quería vivir, hasta sacaba coraje para sonreir. Jamás pensé que la última vez que nos miramos, estaba a punto de partir. Mis ojos y mi alma, han conversado en un solo llanto.
Dímele a Dios todo lo que forjaste como madre. Recuerdo tu empeño por sacar adelante junto a mi padre a cinco hijos, no obstante las condiciones tan limitadas de tus años jóvenes. Te quitaste el pan de la boca para vernos crecer.
Me duele que no estés. Abrazaré tus recuerdos y enseñanzas, como el más puro legado. Tu ausencia me hace sufrir y sufro mucho por tu ausencia. Desde que te fuiste; tu rostro y presencia, son cada vez más fuertes.
¿Pude haber hecho más? Siempre será la pregunta más incómoda para mi, pero siempre seré inferior a tu fuerza. Te extraño al despertar, al anocher. Nunca seré un olvido.
Existe un camino que debo continuar, cumpliendo siempre lo que me enseñaste y aprendí: Ser buena persona. Mi mamá nos lleva una ventaja a todos nosotros, ahora está más cerca de Dios.