Oro por ti, por mí, por la salud, por la vida… y por el fútbol. Este fútbol-pandemia que me enloquece porque se juega en los escritorios, sin la pelota.
Cuanto añoro los viejos directivos, porque discutían, pero discernían. Peleaban por el dinero, pero planteaban alternativas para el juego, con soluciones especiales para los tiempos de crisis.
Entre tanto me deleito con la liga inglesa. Bendita sea, porque satisface mi apetito futbolero, lo sacia fecha a fecha, con esplendidos partidos. Corro con ello un riesgo que me induce a la injusticia de menospreciar el futbol nuestro. La distancia fractura los sentimientos.
Morboso y atento le sigo la huella a la española, donde dos equipos pelean frenéticamente por un título, con señalamientos descarados de los periodistas partidarios, por las ayudas arbitrales, que a ambos benefician, mientras las demás reman y compiten entre injusticias.
En Colombia profusa difusión de protocolos, tan susceptibles de incumplirse. Tan propensos somos a sacarle el cuerpo a la obediencia. Mientras unos discuten otros se adecuan con prudencia, frente a la eventualidad de un colapso sanitario, pero con futbolistas contaminados por su indisciplina.
Por eso el retorno, a pesar de las especulaciones, presiones y fechas programadas, sigue siendo incierto. Vacilante, además, porque la carencia de dinero aflige. Ya hay equipos que no disimulan la exhibición de sus miserias económicas. Al fin y al cabo la crisis es de todos y no de unos pocos, así, prepotentes, queramos compararnos con las grandes instituciones futboleras de Europa.
El castigo a la soberbia para aquellos que se pavonearon con suficiencia, sin medir las propias consecuencias, en un mundo enfermo y en crisis.