Las medidas de aislamiento durante la pandemia lesionaron nuestra economía. En el peor momento -abril 2020- se perdieron 5.4 millones de empleos. En enero de 2021 inició una importante reactivación. La tasa de desempleo fue de 17.3%, es decir que 19.9 millones de personas se ocuparon. Sin embargo, esta buena cifra muestra la pérdida de 1.6 millones de empleos respecto al mismo mes del año pasado. De estos desempleados hay que dolernos especialmente por los 938 mil empleos perdidos de mujeres. Además de la muy siniestra tasa de desempleo juvenil de 22.5%, que extrapolada es de 16.8% para hombres y 30.2% para mujeres.
Además de este tremendo impacto sobre el empleo, perdimos más de una década de política social. De acuerdo con estimaciones de Fedesarrollo, 5.6 millones de colombianos estarían en riesgo de ingresar a la pobreza, lo que equivale a un aumento proyectado a un nivel de entre 47% y 49% para el 2021.
Hablar de reactivación tiene, al menos, dos temas de fondo: empleo y superación de pobreza. El empleo tiene que ver con las Mipymes -máximas generadoras de empleo en el país- la informalidad y el campo. Dejaré esto para una segunda columna. Me ocuparé hoy de la superación de la pobreza.
Algunos hablan de la necesidad de una renta básica mensual, para que cada colombiano en dificultades tenga ingresos y sobreviva. Sostiene que debe alcanzar al menos un salario mínimo y que cada ciudadano disponga de él como considere (lo que se llama un subsidio no condicionado).
Aquello rompe una enorme tradición de nuestro país en términos del condicionamiento de los programas y desconoce la capacidad fiscal de la nación. En esa dirección, tener ingreso para los más pobres, el gobierno hizo un enorme esfuerzo con familias en acción, el subsidio al adulto mayor y la creación de jóvenes en acción y el exitoso ingreso solidario. Ya anunció el Presidente su intención de alargar su duración. Es un buen inicio.
Sin embargo, he venido sosteniendo que Colombia requiere más para superar esas tremendas cifras de pobreza.
Ser pobre no es sólo no tener ingresos; es no tener vivienda, o tenerla en muy malas condiciones. Es no tener agua potable, ni alcantarillado, ser desempleado o informal, tener rezago educativo e incluso trabajo infantil. Creo que en medio de esta pandemia urge superar todas estas falencias, además de garantizar algún tipo de ingreso.
Por eso, debemos empezar a trabajar con las Juntas de Acción Comunal y las asociaciones de vecinos en proyectos de auto construcción: que paguen sueldos, pero además construyan vivienda, las mejoren, hagan los acueductos y los alcantarillados, las vías terciarias, los andenes, los espacios públicos. Sin grandes contratistas, con ingenieros tutores, profesionales de apoyo, pero sobre todo con la ciudadanía interesada.
Quiero que construyamos todo lo que les hace falta a los municipios pobres de nuestro país, a los barrios marginados de nuestras ciudades, que lleguemos a las veredas y las casas campesinas... y que lo hagamos pagándole a nuestros ciudadanos para que construyan lo que les hace falta, de una vez, se formen en un oficio. Este ambicioso proyecto se ha ejecutado antes, y ahora lo necesitamos.
Debemos volcarnos en la construcción de todas las obras que requieren los colombianos más pobres y contratarlos para hacerlo. Sin descuidar los grandes esfuerzos de infraestructura nacional. Tengo la convicción de que los dolores de la pandemia pueden ser sublimados en un gran proyecto de inclusión nacional. La resiliencia, tantas veces demostrada por mis conciudadanos, puede probarse hoy más que nunca soñando y construyendo lo que nos hace tanta falta: obras y cercanía con esa Colombia olvidada.