Carlos Lehder resolvió para la mafia el principal problema del negocio de la cocaína en Colombia: el contrabando, es decir, el narcotráfico. En 1978, el Cartel de Medellín había racionalizado la producción, modernizado el refinamiento y tenía expertos trabajando en el lavado del dinero. Pero en el contrabando, en el “traqueteo” como dijo uno de ellos, “estábamos en el siglo XIX”.
Enviaban la droga en maletas de doble fondo, en ropa interior femenina; Pablo Escobar llegó a enviar cocaína a Norteamérica en lápidas de mármol para cementerio. Aquellos eran sistema que limitaban las ganancias, eso lo tenían muy claro; hasta que Lehder les dio la solución. Estableció un pequeño estado semi independiente en Cayo Norman, Bahamas, con buen puerto, en unas aguas infestadas de tiburones y conveniente localización entre Colombia y Estados Unidos. Así, la droga empezó a llegar a su mayor mercado en vuelos directos.
Vale la pena detenerse un momento en la personalidad de este “pionero”, porque es él quien verdaderamente convierte el narcotráfico colombiano en el negocio de una commodity que cambió la vida de este país. A diferencia de otros capos colombianos, Lehder había comenzado su carrera delictiva en Estados Unidos, país en el que residía. Sus padres, un ingeniero alemán casado con una colombiana, se separaron pronto; y madre e hijo se fueron a vivir a Norteamérica.
En Estados Unidos Lehder tuvo problemas con la justicia por robo de coches y venta de marihuana. Pasó tiempo en la cárcel en donde conoció George Jung, un norteamericano preso por llevar marihuana de México al otro lado de la frontera; y entre los dos planearon importar cocaína desde Colombia cuando salieran de la cárcel. Entraron en contacto con Pablo Escobar y los hermanos Ochoa, y el resto es bien conocido.
El momento de inflexión es el asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla en 1984 por parte del Cartel de Medellín, y el enfrentamiento de Pablo Escobar con el Estado. Ahí comprendió la sociedad colombiana la verdadera naturaleza de aquella “clase emergente” como los llamó Turbay Ayala, la índole de aquellos nuevos ricos.
Luego, la entrada de la guerrilla de las Farc en el negocio señala un segundo hito de la cuestión. En un continente en donde ha habido grupos subversivos en prácticamente todos los países al sur de la frontera con Estados Unidos, la única explicación para la supervivencia de una guerrilla como la de las Farc fue la entrada de este grupo armado en el narcotráfico.
Este punto fue crucial, como es bien sabido, en las negociaciones que durante cuatro años sostuvieron en La Habana las Farc y el Estado colombiano para poner fin a un conflicto armado que duró medio siglo. No obstante, pensar que con el acuerdo de paz firmado entre ambas partes se le iba a dar un duro golpe al negocio de la cocaína resultó ingenuo y contraproducente. No solo no disminuyó, sino que el espacio dejado por las Farc fue ocupado por otros protagonistas, los cultivos crecieron hasta alcanzar las 177.000 hectáreas que tiene hoy Colombia sembradas con hoja de coca; y si cuando las Farc estaban involucradas había unas cabezas a perseguir, hoy todo es más difuso y aparecen a diario nuevos y cada vez más aguerridos actores.
Desde mi punto de vista el episodio de Jesús Santrich, negociador en La Habana que pasó de nuevo a la clandestinidad junto al hombre clave del acuerdo de paz, Iván Márquez, cierra un ciclo en la historia de la cocaína en Colombia. La vuelta de estos dos hombres al enfrentamiento armado con el Estado está ligada al testimonio en Estados Unidos de Marlon Marín, sobrino de Márquez, sobre este oscuro asunto.
A Santrich, recordémoslo, se le acusa de estar comprometido en la venta de diez toneladas de cocaína que negociaba con el Cartel de Sinaloa. Y esto después de haberse reintegrado a la sociedad, firmado un acuerdo con el Estado colombiano, comprometerse a no volver al “traqueteo”, etc. etc.
Se ha dicho que cayó en una trampa tendida no se sabe por quién para desacreditar el proceso de paz. No creo tal cosa. ¿Quién era la contraparte del ex guerrillero en ese negocio? Un viejo conocido de quien hablamos en la segunda entrega de esta serie: Rafael Caro Quintero.
Las agencias norteamericanas no descansarán hasta ver de nuevo en la cárcel a Caro Quintero quien, gracias a un juez venal en México, salió en libertad sin terminar de cumplir la condena por el asesinato de Enrique Camarena.
En estas cosas los gringos son implacables, calvinistas, a ellos les pagas lo que debes. La muerte de Camarena fue la más grande afrenta del narco hacia la DEA, y en su persecución, siguiendo el rastro de Caro Quintero, se encontraron con Santrich. Y de paso, con el sobrino de Márquez. Y en el embrollo quedó pringado el máximo negociador de las Farc, cuyo papel en todo esto conoceremos algún día.
Carlos Lehder, recién salido de una cárcel en Estados Unidos después de purgar treinta y cuatro años de prisión, retirado discretamente hoy en Alemania, seguramente puede contemplar quizá con indisimulado orgullo, que su visión empresarial al cabo de varias generaciones, sigue dando rendimientos económicos tan prósperos y boyantes como siempre. Eso sí, mediante el derramamiento de ríos de sangre en Colombia.