El Procurador General Gregorio Eljach conserva intacto un agradecimiento genuino por su maestro de infancia, Carlos Ariza Molina, a quien no duda en considerar un verdadero héroe en su vida.
Es difícil borrar de la memoria a quien ayudó a moldear, desde los primeros años, la vocación y el carácter de un hombre que ha dedicado gran parte de su existencia al servicio público.
A este profesor, conocido con entrañable afecto como Pelongo, el actual jefe del Ministerio Público admite que lo marcó mucho: “Yo me eduqué con él, me transmitió los valores, la disciplina, un poco a la brava, pero disciplina al fin y al cabo”
Y agrega: “Siempre he pregonado, que tuve ese privilegio que mi padre y mi madre me pusieron en sus manos, interno en el Colegio San Juan Bautista y gracias a esas enseñanzas aquí estamos” relató el Procurador General.
Del profe también destaca que lo involucró en los círculos literarios y de este buen hábito, se desprende una faceta que caracteriza al Procurador, el estudio por la historia.
Ese recuerdo, entre muchos otros, volvió a tomar fuerza durante el homenaje que hace pocos días le rindió La Asamblea de La Guajira y la Academia de Historia del departamento, como reconocimiento a su trayectoria y valores.
“Este reconocimiento representa la gratitud de un pueblo caribeño que se honra en reconocer a uno de los suyos como símbolo de rectitud y dignidad”, reza un aparte de la resolución emitida por la Academia.
Cada regreso al punto de partida fortalece los lazos con la raíz, impide olvidar de dónde se viene y permite dimensionar el camino recorrido. Quizá este homenaje también sea una manera del Procurador de rendir tributo a quienes hicieron posible su presente. En ese grupo, el profesor Carlos Ariza Molina ocupa un lugar esencial.
Aún hoy, los reencuentros entre maestro y alumno conservan un halo de asombro. Son encuentros atravesados por la admiración, el afecto sincero y, sobre todo, por una poderosa lección de humildad por parte del actual procurador.
Volver a La Guajira, y en particular a San Juan del Cesar —la tierra que lo vio crecer—, es para Eljach un anhelo constante. Allí, cada emoción revive, como si el tiempo no hubiera pasado.