Las Farc y el secuestro
Las Farc confesaron en esas audiencias haber incurrido de manera reiterada en asesinato, desaparición, violencia sexual en cautiverio, tortura y secuestro, entre otros delitos de lesa humanidad. Hay que recordar que las Farc cometieron cerca de 21.000 secuestros. Esas confesiones son paso importante de la justicia, que da cuenta de la voluntad de paz de las Farc y de los alcances de la JEP; sin embargo, es un paso que debe ser ahondado para que no queden heridas ni fisuras.
Veamos un resumen de lo que dijeron las Farc en esas audiencias:
De un lado, con humildad, sinceridad y arrepentimiento dijeron que sentían “asco, vergüenza, responsabilidad, culpa”; que sus actos generaron “angustia, barbarie, crueldad, dolor espantoso”; que lo que hicieron fue una barbarie, una locura, un absurdo, algo irracional, espantoso”. En particular, Pastor Alape, el más conmovedor, anotó que “nuestra organización se convirtió en una fábrica de odio y de dolor” y sobre todo dijo luego que “creíamos que estábamos haciendo las cosas bien (se refiere al secuestro), y hoy descubrimos que eso era un error, sino un horror”. También Rodrigo Londoño Echeverry, conocido como Timochenko, anotó: “estamos ante ustedes reconociendo que, a nombre de ideas revolucionarias, cometimos estos crímenes de lesa humanidad”; y agregó que sentía “asco” por lo que hicieron.
Pero, de otro lado, quedaron algunas fisuras, pues Pablo Catatumbo sostuvo que “de 60 o 70 hombres que tenía esa columna (la que secuestraba) casi todos fallecieron”. Y sobre todo Milton Toncel, alias Joaquín Gómez, empeoró la cosa: “la mayoría de sus cuestionamientos son ciertos”, hay algunos “vacíos” en las respuestas, pues no las tiene.
De aquí surgen varios comentarios:
Primero, hay un compromiso de paz de las Farc, un arrepentimiento por las barbaridades cometidas y un deseo de ser perdonados.
Segundo, el Secretariado, que era la máxima autoridad, no sabía dónde estaban los cadáveres ni quién ejecutaba las acciones, como si la institucionalidad de las Farc no gobernase, como si las cosas hubiesen sucedido a espaldas de ellos. No es admisible que tengan “vacíos” en la información, ni que “la mayoría de los cuestionamientos”, o sea no todos, fuesen ciertos (no se supo cuáles sí y cuáles no), ni que “casi todos (los responsables) fallecieron”. Esto último es inaceptable: el “casi”, significa que aún sobreviven algunos responsables: ¿cuáles son? Y, además, si todo lo hicieron personas fallecidas, ¿entonces ellos son inocentes?
Tercero, y derivado de lo anterior, todo el horror pareció institucional, cometido por militantes desconocidos o muertos, un horror sin rostro.
Sobre esto último hay que anotar que esta fue la misma respuesta que dieron los nazis en sus procesos judiciales. Por ejemplo, en el juicio a Eichmann quedó de manifiesto que los nazis asumieron una culpa burocrática, impersonal.
Hannah Arendt (La condición humana) denominó esa actitud como “la banalidad del mal”, que ella relata así: “el totalitarismo busca, no la dominación despótica sobre los hombres, sino un sistema en el que los hombres sean superfluos… me impresionó la manifiesta superficialidad del acusado… los actos fueron monstruosos, pero el responsable era totalmente corriente, del montón… (el padre de familia) es el gran criminal del siglo”.
Primo Levi (Deber de memoria) por su parte señala que “para ser sincero, no encontré monstruos, sino funcionarios”.
Los procesados nazis aparecieron como una especie de “idiota moral” del que hablaba Bilbeny, un ser que éticamente no comprende la gravedad de sus actos, lo que queda de manifiesto cuando confesaron: “creíamos que estábamos haciendo las cosas bien”.
Subraya Agamben (Lo que queda de Auschwitz) que Hannah Arendt, “nos ha recordado que la sorprendente disponibilidad de los alemanes de cualquier edad a asumir durante la posguerra una culpa colectiva con respecto al nazismo, a sentirse culpables por lo que sus padres o su pueblo habían hecho, desvelaba una no menos sorprendente mala voluntad en cuanto al establecimiento de las responsabilidades individuales y los delitos singulares”. Frente a esto Primo Levi anota: “de las culpas y de los errores se debe responder personalmente, pues de otra manera cualquier vestigio de reconciliación desaparecería de la faz de la tierra”.
Así las cosas, las explicaciones de la Farc en las audiencias con las víctimas son valiosas pero insuficientes. Aún si no sabían quién secuestró o quién dio la orden, los comandantes de las Farc, para tomar prestadas las palabras de Zizek, a través del secuestro “fueron todos parte de esta economía obscena de goce”, y lo fueron de un modo “perverso”. Dice el filósofo (Arriesgar lo imposible), para deconstruir la opacidad del victimario: “somos responsables de forma incondicional de aquello que constituye nuestro deber… lo que ocurrió no es que personas como Eichmann fueran simplemente funcionarios que cumplían su deber; fueron funcionarios de un modo perverso… Las burocracias elaboradas y los rituales de poder fueron todos parte de esta economía obscena de goce. En este sentido, los nazis jugaron papeles burocráticos para incrementar su placer… Así que fue una especie de juego perverso”. Agrega Foucault (Historia de la sexualidad) que “el placer irradia sobre el poder que lo persigue… Placer de ejercer un poder”.
En consecuencia, los comandantes de las Farc, aun si no sabían un dato concreto de un secuestro, de todos modos participaron de una economía obscena de goce silencioso y dirigieron una organización en la que disfrutaron el placer de ejercer el poder.
Las Farc tienen el derecho a una redención moral y a reintegrarse a la sociedad, pues no se puede llegar al extremo de la pena perpetua o de la venganza permanente. Por ejemplo, en el caso de la ETA en España, Reyes Mate (Las víctimas como precio necesario) preguntaba ¿qué es lo que quieren las víctimas?, y algunas asociaciones de víctimas muy radicalizadas respondieron que lo que deseaban era venganza, “que el asesino no se redima moralmente”. Eso es inaceptable entre nosotros. Avanzar hacia el perdón siempre será mejor que quedarse estancado en el pantano de la rabia. Y la sociedad tiene el deber de mostrar compasión.
La JEP y el secuestro
Sobre el secuestro la JEP realizó dos tipos de audiencias: unas preparatorias y luego las audiencias formales ante los magistrados. Y los resultados son contrarios: lo primero muy mal, lo segundo mejor. Veamos.
Primero, en cuanto las audiencias previas, el Departamento de Atención a Víctimas (DAV) de la JEP, con el fin de brindar un acompañamiento psicosocial a las víctimas, realizó unos encuentros preparatorios entre secuestradores y secuestrados, que no pudieron ser más desacertados.
La JEP empezó así: “para romper el hielo, queremos que se paren y vengan al centro los que se casaron con el primer novio o novia”.
La JEP incurre, ella también, en una la banalización del mal, en el sentido de que trata de integrar secuestradores con secuestrados, para que rompan el hielo y casi que pasen a ser amigos. De esta manera el horror abismal del secuestro se diluye en un taller de aparente normalidad.
Primo Levi, citado por Agamben (Lo que queda de Auschwitz), relata que un testigo llamado Nyiszli, sobreviviente de Auschwitz, asistió allí a un partido de fútbol entre las Schutzstaffel (las SS) y representantes del Sonderkomando (los deportados encargados de las cámaras de gas). Anota que los asistentes al partido de fútbol “muestran sus preferencias, apuestan, aplauden, animan a los jugadores, como si, en lugar de las puertas del infierno, el partido se estuviera celebrando en el campo de un pueblo”.
Agamben vuelve añicos el gesto: “a algunos este partido les podrá parecer quizás una breve pausa de humanidad en medio de un horror infinito. Pero para mí, como para los testigos, este partido, este momento de normalidad, es el verdadero horror del campo… Ese partido no ha acabado nunca… De allí proceden la angustia y la vergüenza de los supervivientes”.
Los talleres de la JEP para “romper el hielo” en animadas sesiones previas a las audiencias se desarrollan juguetonamente, “en las puertas del infierno”. Eso es inaceptable y ofende a las víctimas, a las que invitaron a “subirse al bus” de la lúdica trivial. Ante la atrocidad, la barbarie y el salvajismo del secuestro, la JEP responde con una recreativa dinámica de grupo, como las que se hacen en los simpáticos campamentos de verano.
Por otra parte, no se conocen en Colombia precedentes judiciales de ensayos de audiencias entre víctimas y victimarios, liderados por el órgano que debe dictar la sentencia. Con esas preparaciones la audiencia se vuelve teatro y la historia judicial se convierte en ficción. El día de la audiencia basta repetir el libreto ya ensayado, libreto que deja de ser judicial para pasar a ser narrativo. Eso es tan inédito como absurdo. El lenguaje pierde todo su significado político y jurídico y pasa a ser una obra teatral. De esta manera hay cambio de narrativa: lo político (la guerra) pasa a lo jurídico (el proceso judicial), pero de aquí pasa a la ficción (la representación teatral). Por esta vía el horror se despolitiza y se desjudicializa.
Como anota Ester Kaufman a propósito del juicio a los militares argentinos, “las prácticas judiciales no dejan indemnes las historias que ingresan en su campo; éstas son capturadas por mecanismos clasificatorios complejos que desplazan su entendimiento hacia grupos especializados (los juristas) y que despojan a los hechos narrados del lenguaje político”.
Según Garapon (Bien juger), el primer gesto de la justicia no es intelectual ni moral, sino arquitectónico y simbólico: delimitar un espacio sensible que mantenga a distancia la indignación moral y la cólera pública, separar un tiempo para ello, expedir unas reglas de juego, convenir un objetivo e institucionalizar los actores. El proceso es el enraizamiento del derecho en la vida, es la experiencia estética de la justicia”. Estas características del proceso y del rito judicial se desnaturalizan por completo en una representación teatral.
El Instituto Colombiano de Derecho Procesal ha publicado reflexiones sobre el rito judicial (Compartim... - Instituto Colombiano de Derecho Procesal - ICDP | Facebook). Allí puede advertirse que el tiempo judicial, la toga, los actores, los gestos y la palabra configuran un ritual completo, que no puede libretearse previamente. Estos ritos son tan importantes como las normas mismas y, en todo caso, se unen a ellas, se re-constituyen entre sí, pues tienen un fin común y espectacular: regular la vida en sociedad, asegurar el orden, castigar al responsable, disciplinar la venganza social para que la vida sea vivible, para no regresar a la época de las cavernas. Son temas muy hondos como para volverlos teatro.
En cuanto a la invitación de la JEP a las víctimas a “subirse al bus desde el principio”, hay que decir que eso es inaceptable: primero, ello parte de la premisa de que “el bus” es la solución correcta y el que no se suba es un desadaptado; segundo, a ese bus habría que subirse obligatoriamente, tarde o temprano; tercero, sobre todo, la gravedad del terror queda asimilada a un transporte intermunicipal, con lo cual se incurre en una violencia sutil, suave, terapéutica.
Según Baudrillard (La agonía del poder), hoy “se opone una forma propiamente contemporánea de violencia, más sutil que la de la agresión: es la violencia de la disuasión, de la pacificación, de la neutralización, del control, la violencia suave del exterminio. Violencia terapéutica, genética, comunicacional: violencia del consenso”.
Esto le pega al corazón de la forma como se ha entendido la justicia restaurativa y cuestiona el afán por la reconciliación, que de esta manera termina siendo, según Baudrillard, una nueva forma de violencia.
En síntesis, la banalización de la justicia es una forma de impunidad y de violencia sutil: por esa vía no habrá restauración ni reconciliación ni tampoco habrá una paz verdadera.
Segundo, en cuanto a las audiencias formales ante los magistrados, la Sala de Reconocimiento de Verdad, de Responsabilidad y de Determinación de los Hechos y Conductas condujo bien la audiencia y le otorgó la solemnidad y gravedad que el ameritaba el acontecimiento. En particular las magistradas Catalina Díaz y Julieta Lemaitre evitaron que el Secretariado de las Farc trajeran a colación los aislados actos de bondad en medio del horror.
Sin embargo, en las próximas audiencias de las Farc sobre el secuestro, que de todos modos se tendrán que realizar en una Sección que deberá dictar sentencia, hará falta hacerle un interrogatorio más severo a las Farc. En particular habrá que pedirle al Secretariado de las Farc respuestas concretas sobre los nombres de los autores intelectuales y materiales, la identificación del papel que cada miembro del Secretariado jugó, cómo se benefició de esta economía del goce, cómo sintió placer en medio de su rol burocrático, cómo disfrutó de algo perverso y por qué creyó durante tantos años que secuestrar era “estar haciendo las cosas bien”. En particular preguntar si cuando se enteraban de un secuestro ¿se alegraban por la noticia? ¿celebraban?
En fin, las Farc todavía tienen oportunidad ante la JEP de responder estos y otros interrogantes, de reconocer cómo se beneficiaron de una máquina infernal que gozaba con el horror y, en fin, tienen la oportunidad de redimirse moralmente, para que se integren a la sociedad y rehagan sus vidas, frente a una sociedad que tiene el deber de mostrar compasión y de avanzar hacia el perdón.
BREVE PERFIL: Néstor Raúl Correa es abogado de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín y luego hizo dos especializaciones y una maestría en la Universidad de París-2 Panteón-Sorbona. Ha sido magistrado en las cuatro altas cortes de justicia. También fue Secretario Ejecutivo de la Jurisdicción Especial para la Paz.