Signos de los tiempos

No es necesario poseer estudios doctorales o posdoctorales, ni tener a mano sesudos estudios de universidades empingorotadas para “sentir” o descifrar, grosso modo, algunos de los rasgos o signos de los tiempos que corren en nuestro país y en otros. El tema da y ha dado para congresos, simposios, encuentros y más formatos de conversación, y aportes en los medios. En esa línea, con mentalidad periodística, me refiero solo a nueve de los muchos signos o claves que proyecta la Colombia actual, identificados, especialmente, en las llamadas “nuevas generaciones”: 

Desconfianza hacia los mayores. Recelo hacia las cohortes que van de salida, hacia sus principios y prácticas, sus visiones de la sociedad y la vida, escenario que ha conducido al desapego respecto de la familia, la institucionalidad y el país, y a desarrollar esquemas contestatarios de efectos impredecibles en la proclividad a compaginar clases sociales, culturas, etnias, idiosincrasias, apetencias.

Desencanto con las creencias recibidas. Es demostrable el descreimiento religioso generalizado, enraizado en un ‘no’ rotundo a dogmas paralizantes en todos los terrenos, salvo en los propios. “Ya no creo en nada ni en nadie”, me dijo una profesional de edad mediana. Lo que, traducido al español sencillo, significa: ya no creo ni en lo que me como.

Torrentes de odio. Los factores anteriores han suscitado verdaderos torrentes de rabia y odio “contra todo y contra todos”, como está pasando en Colombia, donde, con sentido anecdótico, hemos visto el derribo de estatuas de personajes a quienes muchos jóvenes les niegan sus méritos, mientras las erigen a quienes serían dignos de su veneración. 

Mayor autonomía. Las juventudes desean más autonomía: “Nos subordinaron, ahora nos insubordinamos”, afirman. Ello da cobijo a pulsiones de emprendimiento e innovación, corriente en la cual la mujer se halla en plena fase de conquista, para siempre, de todos los roles posibles, sin importar mucho el costo que les suponga. 

Más demandantes. La ola de autonomía estimula que los jóvenes sean más exigentes que en otras épocas del país, aunque con la noción tóxica de creer que lo merecen todo y de inmediato, sin que les inquiete su reducida noción de los propios deberes.

Socialización vs. ensimismamiento. Se manifiesta en un afán de camaradería con cuanto ser humano pase cerca, de relacionamiento continuo, de rebaño, de destino común. Sin embargo, junto a tal rasgo también se destaca en no pocos una soledad creciente, agudizada por la pandemia, soledad que es causa/efecto del no compromiso, de la no unión, de la no “barra”, que conduce a muchos a una confusión existencial infame.

Sexualidad atrevida. Otro signo es el registro y disfrute más tempranos del sexo y su valor en la cotidianidad, acogido de tal modo que se degusta, ad líbitum, a solas, en pareja, en grupo, en público, sin importar día, hora, sitio, circunstancias, forma, frecuencia, duración. “Es que el sexo ya no es pecado, por eso ya no está prohibido”, se comentaba en una reunión familiar. Es el clímax del sexo libre, sin ataduras. Universo en el que toma asiento la liberalidad ante el consumo de sustancias psicoactivas.

Amaos los unos con los otros. En buena parte apalancadas por el entorno anterior, en el país son crecientes las “salidas del clóset” en un concepto casi ilimitado, con lo que esto significa en los afectos y en la mirada convencional de familia. La película de uniones de parejas del mismo género, o de tríos, o de más integrantes, o de conformación de núcleos “con los míos, con los tuyos y con los nuestros”, llegó para reproducirse más y más veces. Como para invitar de testigos a Da Vinci y Miguel Angel.

Disolvencia de las fronteras. Un signo final, en este breve escrutinio, es la uniformidad en la apariencia. Se aprecia al contemplar las huestes que marchan sobre zapatos tenis; con tatuajes en cuanto sitio se puede (quien no tenga al menos uno está out); con fronteras cada vez más disueltas entre la moda femenina, adoptada por los varones, y la moda masculina, adoptada por las mujeres, quienes, junto con los hombres, ya van camino de salir solo en ropa íntima transparente, encubierta con algo, para disfrute de turistas y fisgones.  

INFLEXIÓN. Lo expuesto hace ochas y panochas con las estupendas reflexiones del cura jesuita Alberto Parra (El Tiempo, 15ag21): “La generación posmoderna reclama de sus progenitores, educadores y gobernantes más experiencia que ciencia; más relatos culturales y sociales propios que relatos universales sin rostro ni atractivo; más ética que metafísica; más trascendencia divina que religiones establecidas; más amor que reglas matrimoniales; más realizaciones ciertas que partidos políticos; más ecología que desarrollo devastador; más cuerpo con espíritu que espiritualidades inmateriales; más tiempo para ser que esclavistas para producir […]”.

Por: Ignacio Arizmendi Posada

21/08/21

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