En la India, en los tiempos del yugo británico, por mandato del rey se cobraba el "impuesto a los senos" en uno de los principados. ”A las mujeres de las castas inferiores no se les permitía cubrirse los senos y se les cobraba un impuesto si lo hacían”, dice la BBC en esta historia. De allí surgió la leyenda de la mujer que protestó amputándose los suyos.
Menos mal el mundo evolucionó. Cambiaron ciertas costumbres infames pero se inventaron otras. En Colombia para volverse rico –y a lo legal- lo más fácil es montar una iglesia, como quien monta un negocio de empanadas. No se requiere mucho: un garaje, unas cuantas sillas plásticas y una persona entrenada en el arte de la verborrea; la clientela llega sola, Una persona convencida, convencerá a otra: reacción en cadena hasta que los fieles se multiplican como los peces y así los pesos en los bolsillos. Mirándolo bien, el negocio funciona como una pirámide, solo que a nadie le devuelven réditos ni intereses sobre diezmos ni limosnas. Los rendimientos espirituales bastan para asegurar un pedacito del cielo.
¿Cuál es el destino de esos dineros? ¡Niansesabe! Hay más preguntas que respuestas.
No creo que sea buena idea enviar un derecho de petición al cielo para conocer el recaudo anual de estos empresarios de la fe. Tal vez deba preguntárselo a la Dirección de Asuntos Religiosos del Ministerio del Interior, que es, según la Ley 133 de 1994, responsable de “reconocer personería jurídica especial a las Iglesias, confesiones y denominaciones religiosas, sus federaciones y, confederaciones y asociaciones de ministros, que lo soliciten…”.
En una columna de la revista Cambio, Ana Bejarano contó que, según la DIAN, “para el año 2021 el patrimonio líquido de las congregaciones religiosas en Colombia ascendía a más de 16 billones de pesos y los ingresos brutos eran superiores a los 5,8 billones al año”.
No tengo nada en contra de las iglesias; de hecho, cuando me aburrí de las monótonas misas católicas, siendo adolescente me convertí en un cristiano feliz que asistía a la escuelita dominical. Aprendí algo muy valioso: si aplicáramos la mitad de lo que Jesús enseñó por medio de sus parábolas, sólo tendríamos la mitad de los problemas.
“Entonces Zaqueo se levantó y le dijo al Señor: —Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de todo lo que tengo, y si he engañado a alguien, le pagaré cuatro veces más. Jesús le dijo: —La salvación ha llegado a esta familia, porque este hombre ha mostrado ser un verdadero hijo de Abraham”. (Lucas 19:1)
Salí despavorido cuando vi a los ayudantes del pastor cobrando el diezmo datafono en mano. Durante la discusión de la última reforma tributaria, comprobé que es muy cierto el dicho popular: “el buen cobrador es mal pagador”. Ya sabemos que las iglesias, con la venía de los propios congresistas, salieron ilesas, es decir exoneradas de cualquier tributo.
A propósito de este año electoral, en otra columna, Bejarano dijo lo siguiente, refiriéndose a las congregaciones católicas y cristianas. “Cuentan con un sustancial botín electoral, además del abuso de poder que significa hacer política desde sus púlpitos. Ellos lo saben y lo han demostrado en el pasado, como cuando convencieron a miles de personas de que el acuerdo de paz con las FARC volvería homosexuales a sus hijos”.
La Biblia es contundente en el Antiguo Testamento. “Cuando en el año tercero, que es el año del diezmo, hayas apartado la décima parte de tus frutos, la repartirás entre los levitas, extranjeros, huérfanos y viudas que haya en tus aldeas, para que coman hasta quedar satisfechos”. (Deuteronomio 26:12). Y en el Nuevo Testamento, en la parábola sobre el cobrador de impuestos, Jesús lo reafirma: “Te falta todavía una cosa; vende todo lo que tienes y reparte entre los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme”. (Lucas 18:22).
Si la entrada al infierno es gratuita, también gratis debería ser la entrada al cielo. ¿No les parece?