Solo son homicidios colectivos

Los historiadores, que suelen poner nombre a algunos períodos de la actividad humana, llamaron años de la Violencia —así, con mayúscula— a un tiempo de los años 50 y 60 del siglo pasado, en que los colombianos se mataban por el solo hecho pertenecer a alguno de los dos partidos tradicionales del país, incluso por la mera sospecha de ser liberal o conservador. Y con ese nombre se quedaron esos años, como si la violencia hubiese acabado alguna vez en este país.

Un escritor bogotano poco conocido, Hernando Téllez, dedicó su reducida pero magistral obra literaria a narrar historias de aquel tiempo, y dejó piezas que son de lo más rescatable que hoy podemos sacar del olvido en bibliotecas y librerías de viejo, porque sus libros no se han vuelto a editar. Centra Téllez sus relatos en la muerte violenta durante ese período, y en el efecto psicológico de los acontecimientos en los protagonistas y observadores. Uno de sus cuentos, “Espuma y nada más”, es una reflexión sobre lo difícil que resulta matar. “Soy un revolucionario, pero no un asesino”, piensa el protagonista. 

Se ve que a fuerza de maña el cerebro de los colombianos se ha ido transformado, y hoy esa práctica resulta la cosa más fácil de mundo. No solo para los asesinos, también para aquellos que en principio deberían impedir la muerte violenta de sus compatriotas. Y para la sociedad entera, a la que termina por parecerle normal esta sangría incontenible. Aquí ocurren a diario acontecimientos que, en Noruega pongamos por caso, supondrían la caída del Gobierno. 

¿Alguien recuerda la última matanza a causa de un motín en la cárcel Modelo de Bogotá? Fue en marzo de este año. Basándose en fotografías y videos de cámaras internas, se supo que veintidós de los veintitrés presos que fallecieron esa jornada presentaban heridas de bala. Varios reclusos se encontraban en estado de indefensión; además, ochenta presos resultaron heridos. ¿Se investigó? ¿Se depuraron responsabilidades? ¿Hubo alguna dimisión? No. Solo extravío, amnesia y olvido.

Estas reflexiones vienen a cuento viendo el goteo permanente de líderes sociales asesinados a diario, cosa que indigna y asusta, pero nos deja impotentes. Un investigador social con quien hablé en estos días, me dijo que esos crímenes iban a seguir como mínimo durante medio año más. No sé qué baremos utilizan los especialistas para hacer este tipo de predicciones, como los meteorólogos cuando nos dan el pronóstico del tiempo, pero en abril hablamos.

De momento, ya hemos recibido instrucciones del presidente Iván Duque para no hablar de masacres sino de “homicidios colectivos”, cosa que resulta de gran utilidad en estas circunstancias. Sí, la verdad es que un término de origen francés no parece pertinente para hablar de estos hechos en un país tan esmerado en las destrezas semánticas del castellano.

En el último libro del mexicano Guillermo Arriaga, “Salvar el fuego”, encontré una veintena de términos para denominar a la muerte, entre ellas la flaca, la santa maraca, la calaca, la fría, la chorriscuata, la carnala, la doña, la huesuda, la parca, la catrina, la piesuda, la segadora, la que va por ti, el payaso. Los mexicanos compiten con los colombianos en esta región del mundo en la familiaridad de sus tratos con la pelona. 

Por ello, y en vista de la reciente recomendación presidencial, no me extrañaría una inminente sinergia colombomexicana para abolir ese incómodo y siniestro término con el que solemos referirnos al fin de una vida a manos del prójimo, y así darle a nuestra realidad cotidiana un aire más festivo y despreocupado.

Ya sabemos que, lamentablemente, los historiadores no podrán denominar éste como el “Año de las Matanzas” (me inclino por el término matanza en lugar de masacre, uno aquí también termina por volverse fino), porque 2020 ha hecho todos los méritos para que lo llamen el “Año de la pandemia”, cosa que le vendrá de perlas al partido gubernamental que ya ha entrado en campaña electoral. 

Pero, sin ánimo de incordiar, solo para que no quede como el motín de la Modelo, el fusilamiento de los cinco jóvenes del cañaduzal, la ejecución extrajudicial de Javier Ordoñez,  etc., les recuerdo que el secretario general de la ONU, hizo pública la alarma de esa organización mundial por el asesinato de líderes sociales en Colombia, que todos esos muertos tienen dolientes, que este año van sesentaiún “homicidios colectivos” y que esos cadáveres tienen nombres como el de Ómar Guisurama, Carlota Salinas, Alejandro Carvajal, Luis Soto, Manuel Caré… y así, hasta un total de doscientas cuarenta y seis víctimas. Por ahora.

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