Carlos Salas
Carlos Salas Silva

Subyugar sin fascinar

“Subyugar: Fascinar para someter” es el título de una de las conferencias dictadas por George Didi-Huberman dentro del ciclo “Hechos de los afectos”, charlas que me han acompañado mientras dibujo o pinto, desde hace más de un año. Las he escuchado repetidas veces, como si fuese música de fondo, y me han ayudado a dirigir los pensamientos en búsqueda de sentido para mi obra artística. No se trata solamente de ir tras el conocimiento sino de intentar activar el dialogo interno y canalizarlo a otros rumbos, buscando encuentros en la dimensión de la imaginación. La conferencia a la que hago referencia está dedicada a Hitler y me ha sido inevitable ver las conexiones de ese monstruo del pasado con este otro presente llamado Petro, epígono de cuarta categoría de su maestro que me hace recordar al alumno lambón que está atento a levantar el borrador cada vez que cae al piso para, con su gesto de genuflexión, agradar al profesor.

Me pregunto qué llevó, en pleno siglo XX, a un pueblo como el alemán a caer rendido a los pies de una tan insignificante persona como Hitler. Didi-Huberman lo explica desde la capacidad de fascinación de Hitler, a la manera fascista, activada a partir de una estrategia de propaganda que involucraba el subyugar a un pueblo amoroso y sumiso ante su delirante líder. Puedo admitir que el filósofo tiene la razón en lo que argumenta, pero no es explicación suficiente a ese fenómeno de sumisión que vino acompañado de terribles consecuencias. Y, en pleno siglo XXI, no me es menos incomprensible que uno de sus más despreciables epígonos tenga al pueblo colombiano rendido a sus caprichos manteniéndolo atento a sus delirantes decisiones y con el constante temor a sus terribles consecuencias.

Hay un momento es ese proceso de subyugación en la que la víctima y su verdugo actúan de común acuerdo. Ese es uno de los vicios más detestable de la democracia participativa. Es con el juego propagandístico que se ganan elecciones y, ya en el poder, el verdugo considera que, por el mandato popular, tiene la facultad de subyugar y oprimir a su pueblo y éste se mantiene sumiso porque, en su imaginario, ha sido una decisión soberana que sobrepasa el dominio de lo real. Hitler, con su aparato teatral, llegó a sobrepasar todos los límites de lo real pasando a un oscuro plano espiritual mientras su epígono no llega tan lejos, aunque hace su mejor esfuerzo.

A Petro las cosas no le han salido como imaginaba su enferma mente y por eso acude con tanta frecuencia a la criminalidad, ya sea congraciándose con los criminales o actuando de manera criminal como es su vieja costumbre. En sus llamados al pueblo se ha visto defraudado. En su imaginación veía a multitudes con los brazos arriba, mientras que él, su redentor, los acogía con las manos abiertas, emulando a su maestro. Ahora gobierna por decreto y hace lo que le viene en gana, ya no para congraciarse con sus compatriotas y subyugarlos amorosamente, sino para oprimirlos al estilo chavista que le es más cercano a su pequeñez y le es menos exigente que su ideal fascista. La paranoia puede convertirse en lo que rige su siniestra mente, característica que compartían en el pasado dictadores como Hitler o Stalin y en nuestro tiempo, Petro o Maduro. Eso los señala más que sus afinidades políticas lo que hace inútil pensar si son de izquierda o de derecha. No se apoyan en teorías sino en visiones proféticas que los hacen unos iluminados. Se engaña tanto el que atribuye sus acciones destructivas a una ideología como el que los justifica desde esa perspectiva. 

Las enfermas mentes proféticas desprecian cualquier pensamiento filosófico o político. Llegan a tomar decisiones sin consideración alguna con la realidad y tienen como ideal político la dictadura. Sin duda y como lo demuestran sus actos, Petro sueña con erigirse como dictador.

Ante el afán fascistoide de Petro de movilizar, así sea pagándoles, a los campesinos, a los indígenas, a los jóvenes me permito reproducir las palabras con que Didi-Huberman concluye su conferencia magistral: “Cuando un dictador se etiqueta como movilizador de multitudes, por el contrario y por sus propios movimientos pasionales, lo que logra es inmovilizarlas frente a él en una relación de sumisión fascinada”.

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