Una brecha entre información y reflexión

Un estudio de la Universidad de Harvard asegura que reflexionar es una práctica esencial para la formación y permite a las personas comprender un tema o una problemática determinada. Son diversos los estudios que sobre la palabra reflexión se pueden encontrar, pero todos coinciden en afirmar que es un proceso natural de pensamiento en el que se analizan, aclaran y relacionan ideas para sacar una conclusión personal.

La reflexión es un acto único, propio del ser humano, que obedece a la capacidad de razonamiento que le ha sido otorgada por la naturaleza, tiene una conexión directa con la capacidad de comprender el mundo exterior y ayuda a crear conocimiento porque se obtiene una visión completa de las circunstancias que nos rodean.

Reflexionar nos permite usar los nuevos conocimientos que vamos adquiriendo, elegir un camino a seguir, tomar decisiones y generar acciones concretas ante una realidad determinada o una situación que buscamos resolver.

Pero si son la información que recibimos del exterior y los nuevos conocimientos que vamos adquiriendo los que nos permiten reflexionar, no se debería esperar que, cada día, como personas nuestro comportamiento fuera más acertado y, como sociedad, nuestras acciones más justas y equitativas.

Diariamente escuchamos diferentes llamados a través de las redes sociales que buscan promover actitudes positivas frente al cambio climático o la inclusión, formamos parte del mercado objetivo de un sin número de campañas de prevención en diversos frentes y hasta participamos de encuestas en línea que pretenden recopilar el sentir común ante situaciones políticas y sociales que se busca erradicar. Sin embargo parecemos no entender y las malas conductas siguen persistiendo.

La pregunta es entonces ¿qué es lo que hace falta para que entendamos que debemos cambiar nuestro comportamiento y construir mancomunadamente una sociedad más justa, equitativa y sostenible?

Parte de la respuesta, a mi manera de ver, es muy obvia. Ante una era digital en que la cantidad de información y su inmediatez desborda las personas, estamos perdiendo la capacidad de reflexión. Basta medir cuánta información, de qué índole y de qué fuentes recibimos al día para darse cuenta que no tenemos el tiempo para asimilarla y relacionarla con nuestro diario vivir.

Nos hemos convertido en grandes emisores y/o receptores de información sin los elementos propios para procesarla en nuestro cerebro. Es hora de que las personas, las empresas y los gobiernos diferenciemos entre el uso y el abuso de las nuevas tecnologías en el relacionamiento y la construcción del desarrollo social. Es cierto que tenemos que usarlas, eso no es malo, pero también lo es el que tenemos que responsabilizarnos y crear espacios de reflexión personal y grupal para discutir la información, intercambiar ideas y generar propuestas.

Es indiscutible que la era digital llegó para quedarse y seguirá evolucionando a una velocidad inimaginable. Ayer se celebró el Día Mundial de la Justicia Social, una fecha durante la cual la ONU realizó un “llamamiento a la justicia social en la economía digital”, promoviendo entre sus estados miembros y otras partes interesadas acciones para superar la brecha digital como solución para alcanzar el desarrollo social, económico y medioambiental.

Aplaudo la iniciativa, pero creo que debemos complementarla, además de brindar acceso a las TIC para generar empleo y proteger los derechos humanos y laborales en la era moderna, debemos capitalizar el poder de las Tecnologías de la Información, colocarlas realmente al servicio del ser humano y crear los espacios, dar los tiempos y generar las discusiones para que reflexionemos como seres humanos en el nuevo mundo digital.

Por más información y herramientas que nos brinde la tecnología, si perdemos nuestra capacidad de reflexionar para actuar, nunca alcanzaremos el anhelado desarrollo sostenible.

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