Por: @MauricioCP88
Todos los días Diana* hacía el mismo recorrido desde su casa hasta el colegio. Caminando las 14 cuadras que la separaban del Instituto Técnico Industrial de Facatativá, donde actualmente cursa quinto de primaria, se demoraba, tanto de ida como de regreso, no más de 15 minutos.
El miércoles 22 de octubre Diana, de 11 años, no regresó a su casa. Iba para el colegio y a mitad de camino fue secuestrada por un hombre que la mantuvo retenida durante 29 días. Todo indica que el sujeto pretendía venderla y sacarla del país.
Diana y su familia, la mamá y dos niñas, llegaron a Facatativá en 2012, un frío municipio de la sabana cundinamarquesa. Las tres son de Pereira, tierra a la que Diana hoy desea regresar.
Debido a las condiciones laborales y económicas de la capital risaraldense Patricia*, la mamá de Diana, tomó la decisión de radicarse en 'Faca'. En el municipio sabanero contó con el apoyo y la solidaridad de familiares que le brindaron techo, trabajo, estabilidad y, sobre todo, seguridad para ofrecerle a sus hijas un mejor futuro. Dialogó con sus hijas, acabó con el caído negocio que tenía, armó maletas y se embarcó en busca de su nuevo futuro mientras que el padre de sus tres hijas, por la misma razón, lo buscaba en otro país, donde actualmente trabaja en una estación de gasolina.
Patricia trabaja en la empresa de un familiar. Sus dos hijas mayores entraron a estudiar en colegios diferentes. Diana ingresó a cuarto de primaria en el Técnico Industrial y su hermana entró a bachillerato.
Las niñas, por el horario de trabajo de su mamá, empezaron a estudiar en la jornada de la tarde, ingresan al mediodía y salen a las 6 de la tarde.
El futuro que Patricia soñaba para sus hijas se estaba cumpliendo: hogar, trabajo, estudio, tiempo para compartir. Las mujeres compartían una grata felicidad. -A Pereira solo íbamos de vacaciones, a saludar a los abuelos y a la familia. Hoy no sabemos qué hacer - dijo Patricia.
La alegría, la tranquilidad y la seguridad que sentían en Facatativá se quebró el pasado 22 de octubre -era miércoles, esa fecha no la voy a olvidar nunca- recuerda Patricia.
Siempre la mamá despide a sus hijas cuando se van al colegio. Pero ese miércoles, por cuestiones laborales, tuvo que salir unos minutos más temprano.
A Diana le dejó 3.300 pesos: dos mil para comer algo en la hora del descanso, mil para comprarse una botella de agua, la cual bebe mientras llega al colegio y trescientos para que la llamara a la hora de la salida.
A las 11:30 de la mañana Patricia dejó la casa, Diana lo hizo cinco minutos después – como desayuné tarde no quise almorzar, cogí mi maleta, la plata de las onces y me fui para el colegio– recuerda la niña.
Diana, todos los días, recogía a una compañera de clase. Rumbo al colegio hablaban siempre de lo mismo: música, programas de televisión, tareas... ese miércoles no hubo charla.
Aunque Diana llegó a la casa de su compañera, no la encontró. En horas de la mañana, de ese mismo día, la familia de la niña había tomado en arriendo otro apartamento, a tres cuadras de allí; Diana no lo sabía, lo supo 29 días después.
Patricia junto a su pequeña hija que estuvo secuestrada durante 29 días.
Diana, vestida con el uniforme de diario y cargada de libros y cuadernos en su maleta, timbró en la casa donde vivía su amiga, una residencia de dos pisos. Un hombre, que en oportunidades anteriores la había dejado entrar, salió, abrió la reja y la invitó a pasar. La niña preguntó por su compañera y el hombre le dijo: "Siga, ella está adentro".
Diana cuenta que escuchó una voz de mujer que pronunció su nombre y por eso entró a la casa. - La luz del baño estaba prendida... pensé que se estaba terminando de arreglar- contó la menor.
La niña se dio cuenta que su amiga no estaba ahí, es más, se percató de que no había nadie en aquel primer piso. Intentó dar media vuelta pero no pudo, el hombre, al que ella describió como alto, blanco y calvo, le cerró el paso.
El agresor, quien fue identificado como E. R. Pacheco Casallas, propietario de la vivienda, sacó un cuchillo y se lo puso a la menor en el estómago. Diana cerró los ojos por un segundo y con inocencia pidió que la dejara ir. El hombre solo le dijo:
- Suba. Tiene que subir o si no la mato.
Diana volvió a pedirle al sujeto que la dejara ir. Le dijo que tenía que irse para el colegio. El hombre, quien desde ese momento pasó a ser su captor, la empujó y volvió a mostrarle el gran cuchillo que tenía en su poder.
El miedo, como nunca antes lo había sentido en su vida, empezó a invadirla. Las lágrimas comenzaron a rodar muy despacio por su rostro. Pensó en su mamá, en sus hermanitas, en su tía... pensó en que iba a perder clases. Después de ese momento estuvo 29 días amordazada y amarrada de pies y manos.
La niña de once años le contó a KienyKe.com cómo fue su cautiverio y cómo con ayuda de Facebook escapó al destino que su captor le estaba trazando.
“Después de que me subió al segundo piso me quitó la maleta, me amarró las manos y los pies a la cama. Recibió una llamada y le dijo a la persona con la que habló que ya me tenía. Le pidieron que me tomara unas fotos. Con una bufanda me tapó la cara y la boca. Sentí que me tomó las fotos. Como a la media hora lo volvieron a llamar y le pidieron que fuera a recoger unas cosas. Me dijo que tenía que salir, me ordenó que no hiciera ruido, me puso un gorro de lana y me lo bajó hasta los ojos para que no pudiera ver. Se fue y me dejó ahí...amarrada al borde de la cama. Lloré. Lloré mucho. Quería soltarme pero no podía. Tenía mucho miedo”, narró la niña, quien contando su historia respira hondo para no romper en llanto.
Diana había logrado subirse un poco el gorro para poder ver a su alrededor. Estaba en una habitación desordenada, sucia y mal oliente. Su captor volvió un par de horas después. La niña logró ver que el sujeto traía una “cajita” en una de sus manos y en la otra un vaso. El hombre vació el líquido que había en la pequeña caja y acercó el vaso a la boca de la niña - era aguardiente - recuerda Diana. Se lo hizo tomar a la fuerza. Hizo lo mismo con otras dos cajas de ¼ de litro, las cuales la policía encontró 29 días después.
“No recuerdo mucho después de que me tomé ese aguardiente... me intenté dormir y él llegó con un cuaderno y un lapicero. Me dijo que le tenía que escribir una carta a mi familia, pero que tenía que escribir lo que él me dictara...no recuerdo qué escribí...”, narró la niña. Después de que terminó de redactar la carta se quedó dormida.
Mientras Diana vivía el peor momento de su vida, Patricia, su mamá, se encontraba trabajando y confiaba en que sus hijas estaban en el colegio.
Pasadas las seis de la tarde Patricia se enteró de que algo malo estaba pasando. Llegaron las 6:30 y extrañamente “Dianita no llegaba”. Su hermana, que estudia más lejos, llegó primero. El corazón de Patricia, con el andar del minutero, se fue acelerando. El reloj siguió avanzando y a las 7:00 de la noche la mujer no aguantó su desesperación e incertidumbre y salió en busca de su hija.
En esta casa de Facatativá estuvo retenida Diana.
La demora era peculiar porque Diana siempre llamaba a casa cuando quería tomarse tiempo de más para volver. Patricia, en compañía de su hija mayor, de su tía y otros familiares, caminaron rumbo al colegio.
La angustiada madre llegó hasta la casa de aquella compañera que Diana recogía todos los días. Timbró y un hombre alto, blanco y calvo salió a la puerta. Patricia le preguntó por la compañera de su hija. El sujeto le informó que la niña y su familia se habían trasladado esa misma mañana a tres cuadras de allí. Patricia le preguntó si había visto a su hija. Se la describió. El hombre, que tenía amarrada y amordazada a la niña en el segundo piso de la casa, le dijo que no la había visto, le dio el número de teléfono de la mamá de la compañera de su hija, se despidió, dio media vuelta y entró a la casa.
Patricia llamó a la mamá de la amiga de Diana y la niña le confirmó que su hija no había llegado al colegio. La angustia se incrementó, pues cayó en cuenta que su hija estaba perdida desde el mediodía y no desde las seis de la tarde. La mujer fue a los hospitales y a la policía, pero las autoridades le dijeron que podían ayudarle después de 72 horas de ocurrida la desaparición.
Ese mismo día descubrió bajo la puerta un sobre de manila, adentro había una carta escrita con la letra de Diana. Sin embargo, desde el principio supo que el mensaje no reflejaba lo que su hija era y pensaba.
La carta decía que Diana dejaba la casa porque iba perdiendo matemáticas en el colegio y no quería defraudarlos. También decía que se iba por voluntad propia y que agradecía todo lo que hasta ese momento le habían brindado.
Patricia volvió a salir de la casa y calle por calle buscó a su hija hasta pasadas las cuatro de la mañana.
Cuando Diana despertó después de haber bebido el licor suministrado por su captor estaba desnuda. Estaba segura de que había sido fotografiada.
Al siguiente día el captor le dijo a la niña que se podía ir a bañar. Le entregó un pañal para adulto una camiseta de hombre y una pantaloneta vieja. Cuando la menor se puso aquellas prendas le volvió a amarrar las manos, la bajó del segundo piso y la metió en un pequeño cuarto de más o menos dos metros cuadrados, debajo de las escaleras. Bloqueó la entrada con baldosas, plásticos y un cilindro de gas. Luego se volvió a marchar.
Dos días después el sujeto volvió. Llevó algo de comida y un jugo, que Diana tomó con ansias. La sed la estaba matando. Le pidió a su secuestrador que por favor la dejara ir, pero el sujeto le respondió que no podía, que su familia ya había hecho mucho escándalo y que la iba a sacar del país, por tal razón autoridades y familiares creen que los planes eran vender a la menor. La volvió a llevar para el segundo piso donde de nuevo la amarró a la cama.
Diana le contó a KienyKe.com cómo la secuestraron y qué pasó durante ese mes de cautiverio.
Durante todo el cautiverio la niña estuvo amarrada. A veces, cuando el hombre no estaba en la casa, ella se lograba soltar los pies y las manos, pero cuando escuchaba ruidos se amarraba de nuevo para que el hombre no se diera cuenta. Siempre estuvo vestida con camisetas de hombre y en pañal de adulto.
Había alguien que estaba enterado del rapto de la niña y al parecer era quien le daba órdenes a Pacheco Casallas de qué debía hacer con la menor. Diana recuerda que él siempre recibía llamadas y le pedían que hiciera cosas con ella: que le tomara fotos, que la amarrara así, que la bajara, que la subiera. La policía está tras la pista de esos presuntos testigos.
Patricia pegó carteles con la foto de su hija por toda Facatativá. La llamaban y le decían que habían visto a la menor en el Tolima, en otros municipios de Cundinamarca y ella sin pensarlo llegaba a dichos lugares y los recorría día y noche. Al padre de Diana le dieron unos días de permiso, viajó a Colombia y se sumó a la búsqueda, pero al cabo de su licencia tuvo que viajar de regreso sin conocer el paradero de su hija.
Días después del cautiverio Pacheco empezó obligar a Diana a esconderse dentro de un guardaropa. Cuando el hombre salía de la casa la amarraba, la amordazaba, la metía dentro del armario y allí la dejaba por uno o dos días, no sin antes decirle que si llegaba a hacer ruido la mataba a ella, a sus hermanas y a su madre. Diana, por miedo a dichas amenazas nunca intentó moverse más de la cuenta.
El secuestrador no violó a la niña, pero sí la tocaba. Las autoridades presumen que se abstuvo de violarla porque su virginidad podría ser útil en una futura negociación en el mercado de trata de personas.
Diana sabía que su captor tenía un computador portátil y un celular. El teléfono tenía clave de acceso, una vez ella lo tuvo en sus manos pero no pudo ingresar al aparato.
Tengo once años. Un hombre me secuestró durante 29 días
Dom, 30/11/2014 - 14:55
Por: @MauricioCP88
Todos los días Diana* hacía el mismo recorrido desde su casa hasta el colegio. Caminando las 14 cuadras que la separaban del Inst
Todos los días Diana* hacía el mismo recorrido desde su casa hasta el colegio. Caminando las 14 cuadras que la separaban del Inst