
La caída de un gigante nunca es silenciosa, y menos aún cuando se trata de uno de los rostros más reconocibles del cine europeo. Gérard Depardieu, de 76 años y con casi 250 películas en su haber, ha sido condenado el pasado martes 13 de mayo a 18 meses de prisión exentos de cumplimiento por dos agresiones sexuales cometidas durante un rodaje en 2021.
La sentencia, que incluye su inscripción en el fichero de delincuentes sexuales y la pérdida de derechos cívicos durante dos años, representa un antes y un después para una figura que durante décadas fue considerada intocable.
Esta condena, primera en su historial pero no la única batalla legal que enfrenta, pues acumula más de veinte denuncias por comportamientos similares, confirma algo que muchos en la industria sabían, pero pocos se atrevían a decir en voz alta: Depardieu, el “monstruo sagrado” del cine francés, había cruzado límites que ya no pueden ignorarse.
Una carrera monumental, una impunidad construida
Depardieu ha sido mucho más que un actor prolífico. Su talento ha estado al servicio de los grandes nombres del cine europeo: Truffaut, Godard, Bertolucci, Resnais.
Su interpretación de Cyrano de Bergerac le valió un Globo de Oro, un César y una nominación al Oscar que probablemente perdió tras unas polémicas declaraciones rescatadas por la revista Time, donde hablaba sin remordimiento de violaciones cometidas durante su juventud.
Pese a escándalos, excesos de alcohol, declaraciones polémicas y un exilio fiscal que lo llevó a adoptar la nacionalidad rusa, Depardieu siempre regresaba a escena. Hasta ahora.
El juicio que cambió el guion
El veredicto del martes está relacionado con dos hechos ocurridos durante el rodaje de Les volets verts en 2021. Las víctimas, una decoradora de 54 años y una asistente de dirección de 34, denunciaron haber sido agredidas sexualmente por el actor. Los jueces consideraron creíbles sus testimonios, así como los de otros testigos que describieron un comportamiento reiterado, soez y violento por parte del intérprete.
Una de las víctimas relató cómo Depardieu la atrapó con sus piernas y le manoseó los pechos y el trasero mientras profería obscenidades. La otra describió cómo el actor introdujo la mano en su pantalón. Ambos casos fueron negados por el acusado, cuya defensa ha anunciado una apelación.
Lo más significativo es que la sentencia señala que Depardieu "no entiende la noción de consentimiento", un argumento de fondo que resuena con las bases del movimiento MeToo.
La cultura del silencio
La condena ha sido también un reflejo de la ruptura de un largo pacto de silencio en el mundo del cine. La actriz Anouk Grinberg, que coincidió con Depardieu en el rodaje, denunció públicamente la "omertá" que impera en la industria, donde incluso las estrellas que fueron testigos prefirieron callar. “No puedo entender el silencio”, dijo en su momento. La pasividad de figuras públicas, incluidos quienes firmaron una tribuna en defensa del actor, como Charlotte Rampling, Carla Bruni o Victoria Abril, fue objeto de duras críticas. Varias de ellas, posteriormente, se retractaron.
Incluso el presidente Emmanuel Macron se pronunció, reafirmando su “admiración” por el actor y negándose a retirarle la Legión de Honor, lo que alimentó aún más la polémica. Feministas y víctimas replicaron que todas las denuncias provienen de mujeres sin poder, muchas de ellas técnicas o actrices jóvenes, sin el capital simbólico para hacer frente a un mito del cine.
De la figura pública al juicio moral
El caso Depardieu pone sobre la mesa una cuestión espinosa: ¿cómo juzgamos a las figuras públicas cuando las denuncias rompen la barrera del mito?
El abuso de poder y la agresión sexual no son actos desvinculados del contexto de privilegio. En figuras públicas, especialmente hombres con carreras longevas y consagradas, la frontera entre admiración y permisividad se desdibuja. La figura del “artista genial, pero insoportable” ha servido durante décadas para justificar comportamientos inaceptables. En el caso de Depardieu, esa máscara ha caído.
La sentencia es también una advertencia para el mundo del espectáculo francés, que durante años protegió a sus íconos a costa del silencio de las víctimas. Como señaló la abogada de una de las víctimas, Carine Durrieu-Diebolt, se trata de un mensaje contundente: “La impunidad ha terminado”.
Un caso que no termina aquí
Depardieu aún enfrenta un proceso judicial por violación, relacionado con la denuncia de la actriz Charlotte Arnould, quien lo acusa de haberla violado en 2018. Otras denuncias han prescrito o están en curso. El actor sigue rodando —actualmente en las Azores—, pero su legado está inevitablemente marcado.
Violencia y figuras públicas: la lección de fondo
Este caso no es solo sobre Gérard Depardieu. Es un espejo para toda una industria que, como muchas otras, está aprendiendo a revisar sus mitos, sus estructuras de poder y su tolerancia a la violencia. La visibilidad de estas figuras no solo amplifica el daño, sino que también obliga a replantear las responsabilidades éticas de quienes los rodean, los aplauden y los defienden.
El “monstruo sagrado” ha dejado de ser intocable. Y con ello, quizá, comienza una nueva era para el cine francés —una donde el talento ya no pueda ser excusa para el abuso.