Para entonces era muy joven. Tenía esa inmensa, infantil y fervorosa fe por el mismo Dios y los mismos santos a los que se encomendaba su mamá, quienes le concedían la gracia del pan y el trabajo, para evitar que pasaran hambre, enfermedad o miseria.
Como buen bugueño, Angelino Garzón estaba enteramente encomendado al Señor de los Milagros, ese Jesús de apariencia mulata y crucificado entre varas de oro y plata, al que desde niño visitaba -incluso a escondidas y a solas- en la inmensa basílica del pueblo.
Fue allí, algún día de su niñez, que cara a cara a su reliquia le prometería eterna devoción a cambio de un sencillo milagro: “Que me permitiera ser alguien en la vida”.
Es probable que los buenos oficios del milagroso le ayudaran a cumplir ese propósito, pero entonces Angelino ni lo sospechaba.
Era el segundo hombre de una familia muy pobre de Buga, sostenida solo por su mamá, doña Concepción. Tenía otros tres hermanos, dos mujeres y un varón. Dos de ellos murieron durante su juventud.
Cuando se le pregunta por lo que más recuerda de su niñez y adolescencia, no puede evitar referirse a la vida con su mamá. “No tengo sino palabras de agradecimiento para con ella. Mi relación con ella siempre fue buena. Una mujer casi analfabeta, pero llena de sabiduría popular”, insiste.
‘Conchita’, su mamá, fue vendedora de gallinas, huevos y hortalizas en la plaza de mercado de Buga, y más tarde hizo lo mismo en la Galería Alameda de Cali.
Angelino la acompañaba pero conseguía esporádicos acarreos de mercado a mano, con los que se ganaba algunas propinas. “Yo aprovechaba para cargarle a la gente sus canastos de mercado, o a veces vendía periódico en la plaza de Buga”, recuerda.
Jamás sintió vergüenza del trabajo de su mamá, pero en cambio confiesa que había un detalle del quehacer de 'Conchita' que lo perturbaba un poco. “Ella vendía esas gallinas vivas, las criaba. Pero le enseñaba a la gente a matarlas. Usted sabe que hay dos maneras de matarlas: o torciéndoles la nuca hasta despescuezarlas, o cortándoles la cabeza. Eso de cortarles la cabeza me parece muy sanguinario. No me gustaba eso y ni aprendí a hacerlo. Tampoco a matar los pavos emborrachándolos con vino. Por eso buscaba otros trabajos”, relata.
La plata que recogía con sus oficios irregulares la ahorraba bajo la consigna de que “uno debía trabajar duro en las vacas gordas, para soportar las vacas flacas”. Aunque ocasionalmente invitaba a sus amigos a jugar un partido de fútbol con la posterior recompensa de una avena y un pandebono.
“Me gustaba jugar siempre de portero. Es un cargo un poquito ingrato porque con los golpes, taponazos y saltos, siempre salía maltratado. Jugábamos en potreros llenos de barro, y uno se raspaba mucho. Y a todo portero siempre le hacen goles, incluso goles tontos, y uno es responsable si pierde el equipo”, cuenta.
Justo esos golpazos eran los que más lo hacían llorar de pequeño. Él mismo se sobaba con pomada Yodosalil y dejaba salir las lágrimas.
Tristeza también sentía cuando abría sus ojos y veía las bastas necesidades de su casa. La más temprana de las injusticias que conoció fue cuando un día se preguntó por qué tendría que trabajar siendo tan niño, y muchos de los otros de su edad no lo hacían.
“La segunda gran injusticia fue que yo veía que mi madre nunca podía salir a unas vacaciones. Nunca conocimos unas vacaciones de niños. Cuando regresaba de las vacaciones a estudiar, disfrutaba mucho con los relatos de los niños y niñas de lo que habían hecho en sus descansos. Yo les contaba que me la había pasado en Buga, jugando futbol, yendo a nadar. No me sentía mal pero sí me parecía injusto”.
En su realidad, la riqueza máxima era tener a su mamá, de quien habla con inmensos elogios y admiración.
“Ella estaba llena de dichos, y yo le ponía atención a todo lo que me enseñaba. Me ha servido mucho en la vida”, asegura.
El primero de ellos fue “la ociosidad es la madre de todos los vicios”. Enseguida el que “si uno aprende, en la vida se defiende”, porque doña ‘Conchita’ le aseguraba que si alguien es bruto, el resto del mundo lo explota, lo relega.
“Me enseñó también la dignidad; a no dejarme someter absolutamente de nadie. Por eso he sido tan independiente. Por eso me decía que aprendiera, para no ser bruto ni esclavo de nadie. Y me enseñó a no ensillar un caballo que todavía no había comprado”, comenta poco después de que le pregunto si siente más respaldo en Cali o en Bogotá ante su eventual candidatura a una de las alcaldías de esas dos ciudades.
"Siempre he estado en contra de la gente que se cree la mamá de Dios"
“Nosotros sabíamos amenizar la pobreza. Nunca tuvimos grandes ambiciones; sabíamos que habíamos nacido pobres y por lo tanto, que viviríamos así”.
Angelino asegura que jamás sintió resentimientos ni lamentó su suerte, porque la misma situación la compartía con las personas que más quería en su Buga natal, o en su Cali adoptiva.
La cabeza en alto, que siempre le fijaba su madre, le permitió aprender a defenderse, a rebuscarse el dinero que no tenía. En octavo de bachillerato pudo entrar al Club Campestre a trabajar como caddie.
“Cuando entré me preguntaron que si iba a ser caddie era porque quería aprender a jugar golf. Pues les dije que no; que con el fútbol me bastaba, que quería hacerlo para tener ingresos; fui caddie dos años”.
Fue por causa de esas brechas que terminó su trabajo en aquel lugar. “Había un socio que humillaba mucho a los caddies, y era muy mal jugador. Creía que gritando, insultando u ofendiéndonos podría jugar mejor. En ese momento yo era presidente de la federación de estudiantes de secundaria. Él me ofendió. Entonces tomé la decisión de irme, le dejé su talega y no volví al club campestre”.
-¿Alguna vez le agachó su cabeza a alguien?
-Que yo recuerde no. Y no lo haría. Lo aprendí de mi mamá: “Somos pobres pero dignos”, decía ella. Siempre he estado en contra de las humillaciones, y siempre he estado en contra de la gente que se cree la mamá de Dios, como se dice popularmente. Entre más recursos tenga una persona y más poder, debe ser más humilde.
-¿Esa rebeldía lo llevó a ser un líder sindical?
-No era un hombre agresivo con los empresarios, pero no me dejaba humillar ni vilipendiar. Así también he sido cuando he trabajado como servidor público.
Angelino Garzón acompañado de sus hijos. Jenny, la mayor, fue asesinada en extrañas circunstancias en el año 2000.
-¿Qué le enseñó el sindicalismo?
-El respeto a la diferencia. Aprendí que muchos empresarios y gobernantes podrían utilizar mejor la riqueza a favor de la población, y aprendí la importancia del dialogo social.
-¿Y cómo lo aplicaba?
-Les decía a algunos empresarios: ya nos ofendimos, ahora sentémonos a resolver el conflicto. En Colombia muchas veces nos quedamos en las ofensas y creemos que ofendiéndonos resolvemos los problemas, pero realmente los agravamos.
-¿Conoció el poder, pero no se dejó atrapar por su embrujo?
-Si mañana me dijeran: vea Angelino, le podemos nombrar en el mejor cargo del sector público que exista, pero tiene que renunciar a su historia política y social; yo les diría que no: prefiero quedarme con esa historia política y social.
Es probable que Angelino lo haga porque es su historia, es solo la suya y la de pocos que podrían ser tan afortunados de haber saltado de la humildad popular a la grandeza del poder. “Me siento muy orgulloso de ser hijo de vendedora de plaza de mercado, de haber pertenecido al sindicalismo y de mi militancia en la izquierda”.
El resto vino por añadidura, y probablemente uno que otro empujón del Milagroso de Buga.
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De cargador de mercados a Vicepresidente de Colombia
Angelino Garzón ha trabajado como vendedor de periódicos en una plaza de mercado, asistente en las tardes de juegos de golf de los más adinerados de Cali, también como el hombre que manejaba el tablero electrónico de los partidos de fútbol que se jugaban en el estadio Pascual Guerrero, para luego ser funcionario en Ferrocarriles Nacionales, el Sidelpa y el Dane, donde obtuvo reconocimiento como líder sindical.
A comienzos de los 90, Antonio Navarro lo invitó a ser parte de la lista de la Alianza Democrática M-19 para la Asamblea Nacional Constituyente. Ese fue su primer gran salto a la política.
“No fui de los políticos que empezaron en la plaza pública. Para esa campaña de la Constituyente, teníamos que ir a los pueblos y llamar la atención como los ‘circo de pobres’: con papayera y megáfono, atravesábamos los pueblos y le contábamos a la gente quiénes éramos y qué proponíamos”.
Más de una década después de la Constituyente, Angelino volvería a las calles para pedir el voto de los vallecaucanos en su aspiración a la Gobernación. Se atrevió entonces a solicitarle un segundo milagro al Señor de la Basílica de Buga: “Cuando fui oficialmente candidato a la Gobernación del Valle, también le pedí que me ayudara a ser elegido”.
Nuevamente sus clamores fueron escuchados en los cielos, y en la tierra pudo gobernar su departamento entre 2004 y 2007.
“Para esa candidatura no le pedí permiso a ningún dirigente ni partido. Comencé a recorrer el Valle del Cauca. Aprendí a hacer política sin aparatos electorales o sociales. Para mí era importante lo que decía (Jaime) Bateman, fundador del M-19: ‘la política hay que hacerla como se prepara un sancocho; con gente muy diversa, que piense diferente a uno, porque la importancia es la unidad en la diversidad’. Logré que esa campaña la hiciéramos con hombres y mujeres que se unieron por afectos al candidato, no por lealtad con una bandera”.
Su popularidad se disparó al punto que fue fichado, en 2010, por la campaña del presidente Juan Manuel Santos para ser su fórmula vicepresidencial, en un intento de equilibrar la balanza imaginaria de su espectro, que parecía demasiado inclinada a la derecha.
Angelino estuvo a punto de ser nombrado embajador de Colombia en Brasil. Declinó la propuesta argumentando que el viaje le haría daño a su perro Orión. La decisión causó una gran molestia y fractura con el presidente Santos.
El hombre, que décadas antes había cargado el mercado de familias en Buga y Cali, o que había llevado los palos de golf de las élites vallunas, había saltado, como por obra del Señor de los Milagros, a ser el segundo al mando de todo un país.
"Con odio o venganza no voy a resucitar a mi hija"
Para Angelino ha habido dos momentos de extremo dolor y amargura en su vida. Cuando murió su mamá, el ser que más admiraba y veneraba en el mundo. Y cuando asesinaron a su hija mayor. Un día, sin que hasta hoy se sepa la más mínima razón de lo sucedido, Jenny apareció muerta en su apartamento.
“Yo no me atrevo a decir que fue asesinato. Se sabe que fue una muerte violenta. Si dijeran que ella se suicidó, fueron unas personas que la indujeron a que se suicidara. O pudo haber sido asesinada. Lo único que he pedido a la justicia colombiana es la verdad”, insistió Angelino.
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Las investigaciones que hasta ahora se han realizado por la Fiscalía indican que sí fue asesinada, pero los autores, móviles o circunstancias son por completo ignorados.
Cada vez que Angelino habla del tema su mirada se entristece. También siente algo de extrañeza e indignación cuando reclama que lo único que ha pedido es la verdad, porque el perdón ya lo había entregado acaso como trueque para que se esclareciera esa muerte violenta.
“Yo no siento odio ni venganza por los que le causaron daño a mi hija; quisiera conocer la verdad para avanzar en el perdón y reconciliación. Con odio no voy a resucitar a Jenny. Pero si esto me ha pasado a mí de forma inaudita, porque he sido ministro de Trabajo, Gobernador del Valle, embajador de Colombia ante Naciones Unidas en Ginebra, y vicepresidente de la República, ¿cómo será con la gente común y corriente que ha vivido situaciones iguales o peores que las mías? Pueden pasar 20 o 30 años y la justicia no dice la verdad. La falta de justicia estimula la violencia en el país”.
-¿Angelino cree en los ángeles?
-Creo en el Dios de los cielos, creo en el Milagroso de Buga, creo en los ángeles y creo que hay personas que a uno lo protegen en la vida. Mi madre, mi hija Jenny, Dios y el Milagroso siguen conmigo, me cuidan, los percibo y se los agradezco profundamente.
-La muerte abrupta de su hija se produjo en el año 2000. ¿Qué tanto le afectó sus proyectos políticos entonces?
-En 1998 sentía la necesidad de tener un título profesional. Encontré que la Jorge Tadeo Lozano tenía una formación profesional para periodistas empíricos, y pasé los exámenes y certificaciones y me matriculé. Estando en la universidad murió Jenny. Yo le dije a ‘Monse’ (Monserrat, su esposa) y Angelita (Angela, su hija) mi deseo de no seguir, por la tristeza. Pero me dijeron que el mejor homenaje para Jenny sería terminar mi carrera como periodista; y lo hice.
-Pero como periodista jamás ejerció…
-Escogí una profesión que resultó grata para mi formación profesional. No he ejercido como periodista, pero en los cargos públicos uno ejerce la comunicación contando bien lo que hace. En el mundo de hoy, lo que no se cuenta no existe.
-Sin duda su gestión fue muy conocida por la opinión, pero hay quienes dicen que el mensaje no llegó a algunos como el presidente Santos, de quien se cree que fue desagradecido con usted…
-Yo sabía que ese era un cargo con fecha de inicio y fecha de terminación. Al salir me fui tranquilo de haber cumplido con mi deber como vicepresidente. Hoy, a casi 100 días de haber salido de ese deber, siento que lo más importante para mí es cuando la gente del común, en la calle, me saluda amablemente.
-¿Pero se sintió maltratado por el gobierno, por su gobierno?
-Sentí que cuando era vicepresidente de la República hubo mucha discriminación contra Angelino Garzón. Yo por ejemplo, no me había muerto por mi accidente cerebro vascular, y la gente ya estaba pidiendo que se acabara la figura del vicepresidente de la República.
Foto: Su esposa Monserrat (izquierda), su hija Ángela (derecha) y su perro Orión, son su más especial compañía. Angelino cumple 68 años de edad, y los celebrará con una fiesta austera. Está planeando muchas reuniones de campaña tanto en Bogotá como en Cali, lo que no deja predecir por cuál de esas dos alcaldías aspiraría en 2015.
-¿Y ha tenido tiempo para recuperar algo de tiempo para disfrutar actividades personales? ¿Sigue practicando como buen bailarín de salsa que es?
-(Risas) Era. (Interviene su esposa Monserrat y responde por él:) -Todavía se mueve, pero no hace las maromas que hacía antes. De hecho nosotros bailamos después del accidente cerebro vascular.
-¿Y qué tan romántico es Angelino?
-He sido muy pragmático. Soy un hombre de buenos modales, y soy cariñoso con la gente, mucho más con Monserrat, con Ángela, con Nicolás (su otro hijo), con mis nietos, pero no soy zalamero.
-Justo hoy 29 de octubre está usted de cumpleaños, ¿cómo lo celebrará?
-En familia. Una comidita y una tortica. Con ‘Monse’, Ángela, Nicolás, mis dos nietos Federico y Sara y mi nuera. Yo quisiera una sopita común y corriente, una cremita de espinaca puede ser. No más. No tengo la cultura de hacer grandes celebraciones de cumpleaños, ni fiestas. Siempre ha sido una cosa muy privada y casera.
-¿Y su perro Orión, por quien dejó la embajada en Brasil, también está invitado a su cumpleaños?
-Desde luego. Pa’ donde va 'Monse' o pa’ donde va Angelino va Orión. Él no come torta, pero celebra con nosotros y una zanahoria cruda que se come cada día.
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Angelino Garzón insiste en que dará noticias de sus aspiraciones políticas tan pronto reciba respuesta del Consejo Nacional Electoral, al que preguntó si podría cambiar de partido para ser candidato en las elecciones de 2015. Teme que La U no le dé el aval por sus diferencias ideológicas.
Pero aunque la respuesta la recibiera hoy, no daría a conocer al país a cuál alcaldía aspiraría (si a la de Bogotá o a la de Cali) hasta el 14 de mayo de 2015, la víspera de un cumpleaños de su difunta hija Jenny; la oportunidad para encomendarse a ella una vez más, rendir un nuevo homenaje y volver a pedir el tercer milagro al Señor de Buga, que hasta ahora no le ha fallado, y según su fe, jamás lo abandonará.
Twitter: @david_baracaldo
“Me siento orgulloso de ser hijo de vendedora de plaza de mercado”
Mar, 28/10/2014 - 13:45
Para entonces era muy joven. Tenía esa inmensa, infantil y fervorosa fe por el mismo Dios y los mismos santos a los que se encomendaba su mamá, quienes le concedían la gracia del pan y el trabajo,