
Pepe Mujica se despidió de este mundo a los 89 años. Y aunque siempre evitó los reflectores, hoy todo Uruguay —y gran parte del mundo— lo homenajea. Porque no fue solo un presidente: fue un símbolo. Un hombre que convirtió la política en humanidad, y el poder en coherencia.
Desde Montevideo hasta los rincones más lejanos del continente, miles de voces se han unido para despedirlo. No por un discurso populista, ni por una ideología de moda. Lo despiden por lo que fue: un líder que entendió la vida como un acto de servicio y de consciencia. Alguien que nos enseñó que la política no tiene sentido si no mejora la vida de las personas.
Mujica fue avaro con el tiempo. Lo decía con claridad: “el recurso más importante que tenemos no es el dinero, es el tiempo.” Y vivió bajo esa premisa. No lo malgastó en vanidades, ni en acumular poder. Eligió la sencillez, el campo, los silencios. Gobernó sin escándalos, sin lujos, sin necesidad de aplausos. Su ejemplo fue su discurso más fuerte.
Y fue generoso con la vida. Pasó por la cárcel, el dolor, la lucha armada. Pero nunca convirtió su historia en odio. Desde la presidencia, habló de reconciliación, de libertad interior, de justicia sin rencores. No levantó el puño para dividir: alzó la voz para unir.
Hoy, mientras su pueblo lo honra con flores, palabras, lágrimas y banderas, el eco de su legado se multiplica. Porque Mujica no solo gobernó. Enseñó a vivir. Nos recordó que el verdadero liderazgo no se mide en votos, sino en ejemplo. Que la grandeza no se grita, se demuestra. Y que el tiempo, cuando se vive con sentido, se convierte en huella.
Se fue un hombre que eligió ser fiel a sí mismo hasta el final.
Un líder que no necesitó prometer el cielo porque caminó con los pies en la tierra.