La mujer que manejó Transmilenio y ahora sufre de estrés depresivo

Dom, 31/05/2015 - 15:22
En las noches sueña manejando un bus articulado de casi 30 toneladas, cerrando y abriendo sus puertas en las estaciones. En su puesto de trabajo le genera ansiedad ver pasar los grandes buses rojos c
En las noches sueña manejando un bus articulado de casi 30 toneladas, cerrando y abriendo sus puertas en las estaciones. En su puesto de trabajo le genera ansiedad ver pasar los grandes buses rojos cuyos motores rugen delante de ella. Vea también, Funcionaria de Transmilenio protagoniza pelea con usuaria en el sistema. Le sudan las manos, esas mismas que durante doce años manejaron el volante de uno los vehículos de transporte público de pasajeros más grandes del país. También lea, El hombre atacado con ácido al que ni la justicia ni la EPS atienden. Reconozco que siempre me generó admiración ver a una mujer manejar un bus articulado, y aunque soy usuario del sistema no he visto muchas mujeres al volante. Al escucharla hablar, quise tener la experiencia de montarme en un bus manejado por ella, pero ya es un oficio que le está prohibido ejercer por las secuelas que le dejó. Fue expuesta, dice, a acoso laboral y denuncia que la empresa le dio la espalda. Se siente orgullosa de haber hecho parte de la compañía, pero su trabajo, según ella, le generó un cuadro intenso de estrés depresivo. Manejó buses articulados por doce años. “El trabajo de conducir vehículos públicos no se puede hacer por muchos años, por el nivel de estrés, por toda la carga laboral que va enfermando a las personas. Hay operadores que han aguantado sólo cuatro años, y otros con suerte diez”, dice. De todas maneras, los mejores momentos de su vida, relató, los pasó manejando un Transmilenio. Hacía lo que más le gustaba, conducir. Sin embargo, debía tener 16 horas de disponibilidad diarias, seis días a la semana. “En un día normal tenía que estar disponible hasta 16 horas para apenas laborar ocho. Me tocaba madrugar a las cuatro de la mañana y hacia las diez de la mañana tenía un descanso y un hueco hasta las cuatro de la tarde para terminar ocho o nueve de la noche. A veces, terminaba uno la jornada en un portal lejos de la casa, y la empresa tampoco tiene en cuenta los desplazamientos”. En esos ratos de descanso no podía ir hasta su casa debido a la distancia, la única opción que tenía si quería dormir un rato era acostarse en la última banca del articulado. “Cuando se va retrasando la ruta, desde el centro de control empiezan a exigir la aceleración del vehículo, aunque eso es relativo porque el bus está limitado a una velocidad máxima de 60 kilómetros por hora. Uno lo que hace entonces es abrir o cerrar más rápido las puertas del bus en las estaciones, y calibrar más los semáforos para no demorarse mucho en las intersecciones. (…) Esta situación lo estresa a uno bastante, pues si uno no llega en un tiempo límite, le cobran multa, además que debe uno aguantarse a la persona de la central regañándolo a uno por el radioteléfono delante de los usuarios, diciéndonos que no somos aptos, que si nos queda grande manejar el bus”. Según manifestó, el tiempo en el que ruedan los buses articulados es controlado por un computador, y hay tiempos específicos, “por ejemplo de Suba a Usme el servicio se demora una hora y diez minutos, pero si es en hora pico, donde hay más demanda de usuarios, hay más vehículos entrando a la misma estación, se genera un retraso, y el recorrido se cumple en hora y media”. “Hay multas por paso de intersecciones, por pasarse un semáforo en rojo, bajarse del bus sin permiso, entre otras. Esas multas se las cobra Transmilenio a la empresa para la que trabajamos, y ésta nos las cobra a nosotros”, explicó. Pero ¿cómo les cobra una empresa a los conductores de los articulados las multas que impone Transmilenio? Reveló que aparte del sueldo que reciben, tienen derecho a una bonificación, de la que les descuentan las multas que imponga Transmilenio, pues por ley las empresas no pueden hacer descuentos de los sueldos, salvo que así lo haya acordado con el empleado. “Por ejemplo, pasarse un semáforo en rojo genera una de las multas más costosa, equivale a cien kilómetros, y el kilómetro está en siete mil pesos, por lo que le quitan a uno la bonificación y lo sancionan por un día, más el recargo del dominical”. ¿Y por qué habla de kilómetros? Ella explicó que Transmilenio le paga a las empresas operadoras por kilómetro recorrido de cada uno de los buses. “Si al operador lo sancionan por pasarse dos semáforos en rojo en menos de cuatro meses, lo retiran del cargo. Han despedido sin justa causa a conductores de buses, como por ejemplo a un compañero porque se volcó el vehículo que manejaba por fallas mecánicas, y nunca hicieron un croquis, nunca apareció un informe de movilidad, y sin embargo lo echaron por irresponsabilidad directa de la empresa al no hacerle mantenimiento al vehículo”. Continúa su explicación: “Toda ruta tiene una programación de tiempo para llegar de un portal a otro, y si uno necesita ir al baño hay que llamar al centro de control de Transmilenio para que le permitan a uno bajar, o buscar en la plataforma un inspector, pero si no hay alguno disponible, toca aguantar, porque si uno se baja del bus se expone a una multa, pues uno no puede abandonar el vehículo sin permiso, más la multa por retraso que generaría también el tiempo en el que uno va al baño”. Denunció que los retrasos también son provocados intencionalmente por los inspectores que contrata Transmilenio, que son los funcionarios de chaleco rojo que se ven tanto en los portales como las calles cerca a las estaciones. Según ella esta práctica hace parte de un negocio lucrativo, que consiste en que estos inspectores hacen retrasar los buses articulados varios minutos y como cada articulado está planillado para salir a una hora específica, este retraso saca de funcionamiento a uno o dos, lo que le representa a Transmilenio dinero que no le paga a la empresa que presta los buses, pues el contrato indica que la empresa distrital le paga a los dueños de los buses por kilómetro recorrido de cada uno de estos. “En hora pico, por regla, se programa la salida de buses cada dos minutos, sin embargo, casi siempre ocurre que cuando se llega al portal en el bus después de haber cumplido una ruta y hay que salir a los dos minutos, el inspector le dice a uno: vaya y se da una vueltica, quédese en las maticas o parquee en las rejas y ya le doy la orden de salida, y ahí se empieza a retrasar el servicio tres o cuatro minutos, y así va haciendo sucesivamente con todos los buses que van llegando, retrasando los servicios, para sacar uno o dos buses del servicio y no pagar Transmilenio ese kilometraje pues (…) la programación de cada vehículo la hace Transmilenio, y si un bus no sale a hacer su recorrido es dinero que no se paga a la empresa dueña del vehículo o concesionario, y es dinero que le queda a Transmilenio”. La presión y la enfermedad Toda la presión a la que están sometidos los conductores, más las voces de protestas e inconformismo que expresan los usuarios en los buses y estaciones, ocasiona deterioros en la salud física y mental de los conductores. “El aguantar todo este estrés en el trabajo provoca que cuando uno se baja del bus está de mal genio. Además que los desórdenes del sueño son muy frecuentes porque uno en realidad no descansa, y a medida que va pasando el tiempo se va acumulando el cansancio, deja uno de dormir y se desencadenan quebrantos de salud”, dice. En el 2011, once años después de prestar sus servicios al volante de los articulados, y sin presentar ningún accidente, empezó a enfermarse. “Tuve una lesión en el pie derecho por los movimientos repetitivos al manejar, se me inflamó y empecé con las incapacidades. Entonces en la empresa decidieron reubicarme de cargo por el problema del pie, y me colocaron en una oficina en medio de los patios, lejos de todo el mundo, manejando bases de datos, aunque llegó un momento en el que me saturé de trabajo porque apoyaba al área de mantenimiento, de operaciones, el almacén”. En lo que parecía ser su salvación, el sindicato ofreció ayudarla por la sobrecarga laboral que le impusieron al reubicarla en el trabajo. “Me afilié al sindicato y tuve el efecto contrario porque se disminuyó el trabajo, poco a poco me fueron quitando funciones, hasta que en octubre del 2013 me quitaron todo el trabajo y empezó el fastidio de todos los jefes, haciéndome mala cara, me quitaron los accesos a internet y en mayo del 2014 me colocaron un compañero de trabajo para que yo lo viera trabajar, es decir, él digitaba la información que yo tenía que hacer y yo me sentaba en otra mesa a verlo todo el tiempo. Actualmente tengo un estrés depresivo mayor por el acoso laboral, debido a la reubicación del cargo, y pasar de interactuar con los usuarios a un puesto donde no hay con quién hablar, y es que ellos esperan que yo renuncie y me vaya, pues es más fácil aburrir al empleado que tener que indemnizarlo”. Advirtió que este problema puede volverse una bomba de tiempo. “En este momento hay un índice alto de microsueños entre los conductores, por lo que algunos han tenido que ser reubicados. Sin embargo, si tengo un estado intenso de sueño, y llamo para que me coloquen un relevo, me llaman a descargos y me pueden sancionar o me quitan plata, entonces me parece muy inhumano ese aspecto, es decir, los relevos están ahí pero no se pueden usar porque el inspector empieza a decir que se pide por maña”, denunció. Reveló que de hecho, una compañera fue despedida hace unos años al aceptar que por un microsueño tuvo un roce con una plataforma en un portal. También denunció que varios de sus compañeros presentan problemas de espalda y columna por el mal estado en el que se encuentran las sillas en las que manejan”. Dice que la empresa ha abusado de ellos, pues aunque los tiene que reubicar, "los saca a la vía, los mandan a los semáforos, situación que empeora su salud”. “El daño en las losas, aparte de retrasar las rutas, también es una de las causas de los problemas de columna que presentan los conductores, y hasta lesiones de cuello. En quince años hubo huecos que nunca fueron tapados o reparados, entonces el mismo hueco de la 53, de la 72, etc, siguen estando después de diez o quince años”. Frente al problema de la inseguridad que aqueja a Transmilenio actualmente, dice que se ha venido incrementando a través de los años. “Al principio uno llamaba por el radio a la central de Transmilenio cuando se presentaba una emergencia o un robo al interior del bus, pero ahora se demoran para contestar o simplemente no contestan, los operadores ahora son muy ineficientes, y además actualmente uno ve que los muchachos se van al centro del bus a beber licor y si uno les dice algo, ellos lo tratan mal y la verdad no existe el apoyo de la autoridad”. KienKe.com se comunicó con los voceros de Transmilenio para obtener respuesta de las denuncias realizadas pero no obtuvo respuesta a las mismas.
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