Ozzy Osbourne, el legendario vocalista de Black Sabbath y figura icónica del heavy metal, falleció este martes a los 76 años. Conocido como el "Príncipe de las Tinieblas", Osbourne dejó una huella indeleble en la música y en la cultura popular, tanto por su talento como por sus escándalos.
El apodo que lo acompañó durante décadas no fue gratuito. Su oscura presencia escénica, sus letras centradas en lo oculto y una aura decadente lo convirtieron en una figura temida y admirada. Pero lo que realmente consolidó su estatus de mito fueron sus acciones extremas, entre las que destaca un episodio inolvidable ocurrido el 20 de enero de 1982 en Des Moines, Iowa.
Durante un concierto en el auditorio Veterans Memorial, Ozzy mordió la cabeza de un murciélago lanzado al escenario. El propio cantante contó en su autobiografía I Am Ozzy que pensó que se trataba de un juguete de goma. “Al principio, mi boca se llenó de un líquido cálido y pegajoso... la cabeza se movía nerviosamente”, relató. "¡Era real!", concluyó horrorizado.
Sin embargo, con los años ofreció versiones contradictorias. En 2006, declaró a la BBC que el murciélago estaba muerto y tenía una cuerda atada al cuello. La verdad parece haberse revelado gracias a Mark Neal, quien asistió al concierto con el animal, ya fallecido días antes. Según el Des Moines Register, su hermano menor lo había encontrado muerto y decidieron llevarlo al show, sin imaginar el destino que le aguardaba.
No fue la primera vez que Ozzy protagonizaba un acto así. Nueve meses antes, durante una reunión con ejecutivos de la discográfica CBS en Los Ángeles, debía soltar tres palomas como símbolo de paz. En su lugar, arrancó la cabeza de una —y luego de otra— de un mordisco, tras haber bebido brandy durante toda la mañana. El acto le costó su relación con la disquera, al menos momentáneamente.
Estas historias, tan grotescas como legendarias, contribuyeron a forjar el personaje de Ozzy Osbourne: irreverente, impredecible y salvajemente auténtico. Su vida fue un reflejo del rock más extremo, y sus excesos, aunque criticados, lo elevaron al estatus de figura casi mitológica.
