La historia de Carlos Enrique Jiménez y los buzos perdidos en Malpelo
Por: MauricioCP88
El primer día del mes de septiembre, Angélica, en medio de las ocupaciones de su trabajo, recibió un mensaje a través de WhatsApp que decía textualmente: "Solo quiero que sepas que estamos orando". Atareada con cientos de documentos y reuniones que le demandan su labor administrativa en un banco, en
Buenaventura (
Valle del Cauca), leyó en la pantalla del celular y sin prestarle atención al texto volvió a poner el teléfono en el escritorio. Hoy, en medio del dolor del duelo recuerda que en ese momento creyó que el mensaje no era para ella. No tenía por qué saberlo pero esas siete palabras eran el primer aviso de la peor tragedia que se ha cruzado en su vida.
Desde hace dos años Angélica Morales, administradora de empresas, era la novia de Carlos Enrique Jiménez, el experimentado instructor de buceo que el último día del mes de agosto desapareció en las aguas de la isla de
Malpelo.
El amor de Carlos por el oceáno, la naturaleza y los temas medioambientales nació con él, hace 52 años. "Desde muy niño, cuentan en la casa, era encantado con todo lo que tenía que ver con la vida marítima", narra Alejandra Jiménez, sobrina de Carlos. "Las paredes de su cuarto, cuando joven, estaban decoradas con afiches relacionados con el agua y la vida subacuática", le dice Angélica a
KienyKe.com.
Carlos Enrique Jiménez empezó a ganarse la vida ejerciendo el negocio familiar. Estudió electrónica digital y lo ejerció en su natal Cali durante varios años. Arreglaba, desbarataba y armaba aparatos en el local de su papá; pero paralelo a ello también hacía toda clase de cursos que tuvieran que ver con lo subacuático y el mar. Estudió buceo, water polo, natación, primeros auxilios acuáticos y otras disciplinas que aunque en su momento no ejercía con regularidad, sabía que se preparaba para algún día ir tras su sueño: vivir más en el agua que en la tierra.
La
Armada Nacional no lo confirma oficialmente pero la búsqueda de Carlos, después de casi dos meses de su pérdida, ya fue abortada. Aunque técnicamente en su caso no se puede hablar de muerte, sino de desaparición, su novia, familia y amigos saben que las probabilidades de que esté con vida es mínima. "Prefiero pensar que ya se fue y no creer que aún está sufriendo o agonizando en medio del pacífico", dijo con notoria tristeza su sobrina. Además, el hallazgo del cadáver de
Érika Vanessa Díaz, la buzo que estaba perdida con Carlos, redujo al mínimo las esperanzas.
Carlos partió el 25 de agosto en el barco
María Patricia, en el que trabajaba hace más de 10 años, desde que abandonó por completo la electrónica para ir detrás de uno de sus sueños y vivir de ahí en adelante sumergido en el mar. Iba como guía principal en una habitual expedición de buzos a las Islas Gorgona y Malpelo, en el pacífico colombiano, con un grupo de no menos de 25 personas; la mayoría de ellos buzos de alto nivel y otros en carrera de serlo.
"Dios lo bendiga, lo lleve y lo traiga con bien" fueron las últimas palabras que cruzaron Carlos y su "chiquita", como le decía a su novia. Cuando él se iba a las expediciones mar adentro esa bendición era la frase con la que ella sellaba la conversación antes de que la señal del teléfono se perdiera mientras el barco avanzaba hacia la inmensidad del pacífico.
La expedición e inmersiones en Gorgona, a 12 horas del puerto de Buenaventura, y en Malpelo, a 24 de la primera isla, estaba avanzando conforme al plan trazado. Pero el cambio de lugar para el último descenso fue el inicio de un final trágico. "No sabemos, ni nunca sabremos, por qué cambiaron el lugar para esa inmersión. Hay versiones encontradas sobre el tema", declaró Alejandra, la sobrina preferida de Carlos y estudiante de Biología, que escogió dicha profesión atraída por las historias y la pasión con la que su tío hablaba del oceáno y del planeta.

Según lo dice Angélica y lo confirma la sobrina de Carlos, esa última inmersión en Malpelo, un lugar en donde para bucear hay que ser de nivel avanzado por lo difícil que es practicar esta actividad allí, entre otras circunstancias, porque las corrientes son muy fuertes y complicadas de manejar, además cambian de dirección constantemente. El plan de inmersiones de ese día indicaba que bucearían en el sector conocido como El Arrecife, pero nadie quiere explicar por qué descendieron en el sector llamado La Catedral, según Angélica, mucho más peligroso y difícil que el que tenían trazado.
El último grupo en descender estaba conformado por el norteamericano
Peter Morse, los antioqueños
Jorge Iván Morales, Hernán Darío Rodríguez y Érika Vannesa Díaz y el instructor caleño
Carlos Jiménez, que estaba como guía del grupo, ese era su trabajo. Según lo informaron, este grupo bajó al agua sobre las 4:30 de la tarde del 31 de agosto.
Al parecer Carlos estaba muy pendiente de Érika, abogada de profesión, casada y madre de dos hijos, porque aunque ella había adquirido el nivel de avanzado que le permitía estar en Malpelo como buzo, era la primera vez que estaba en ese lugar.
Lo que narran los buzos que lograron salir con vida es que dentro del agua las fuertes corrientes los separaron. Una corriente ascendente subió a Peter, Érika y Carlos y otra descendente arrastró a Hernán y Jorge hacia abajo. El equipo completo logró salir a la superficie y vieron que se habían alejado mucho del barco y del lanchero, la embarcación que acompaña la inmersión.
Dicen también que Érika estaba muy asustada, por el lugar, por la fuerza del agua y porque estaban rodeados de tiburones. Hernán, Jorge y Peter volvieron a sumergirse, querían nadar junto a los gigantes animales. Carlos se quedó cuidando y acompañando a Érika. "Él era así. Si alguien estaba mal él se quedaba a su lado, dándole seguridad, fuerza e impartiéndole su conocimiento. Si alguien estaba asustado el buceaba con esa persona de la mano", dice su novia.
Alejandra y Angélica coinciden en la descripción que hacen del instructor de buceo. Las características que lo describen son, según las dos mujeres: nobleza, sencillez, amistad, buen humor, pasión, serenidad, confianza, seguridad. "Solo una vez en la vida lo vi de mal genio", asegura su sobrina. "Era un hombre que a todo, estuviese en la situación que estuviese, le sacaba broma, chiste y el lado bueno a las cosas", apunta 'Angi', como a veces también llamaba a la mujer con la que compartía su vida hacía año y medio, así como sueños que pronto iban a ser realidad.
Angélica recuerda muy bien el día que conoció al hombre que se convirtió en una de las personas más importantes de su vida. Harold, el dueño de la embarcación María Patricia, era cliente suyo en el banco donde trabaja y poco a poco se hicieron amigos; la administradora de empresas terminó por aceptarle una invitación para navegar, conocer mar adentro y para aprender a bucear.

El profesor de buceo de la ejecutiva Angélica Morales fue Carlos Enrique Jiménez. No fue amor a primera vista pero el interés del buzo por la mujer fue evidente tal vez desde que la vio desfilando en el embarcadero hacia el María Patricia. Para ella las galanterías y caballerosidad del marinero de sonrisa contagiosa no fueron esquivas. "Carlos era demasiado respetuoso. Me conquistó con pequeños detalles. Aprendí a bucear con él. Conocí Gorgona y el verdadero oceáno con él. Va a ser muy difícil volver al buceo sin él", dice Angélica, antes de soltar un par de lágrimas que intenta esconder en esta conversación pero que entrecortan su voz.
A los pocos meses profesor y alumna les sumaron a las clases de buceo salidas a cenar bajo el calor del puerto. El amor entre el hombre apasionado por el mar, la libertad y la naturaleza y una mujer de oficina, que trabaja entre arrumes de papeles y vestidos formales fue tan fuerte que ya habían hasta planes de matrimonio e hijos. Todo se quedó en planes, hasta el barco que soñaba construir Carlos a su gusto y antojo.
Carlos Enrique Jiménez nunca se despidió
"Mi tío desapareció haciendo lo que más le gustaba, haciendo lo que más le apasionaba y estando en el lugar que más amaba en su vida: el oceáno", afirma Alejandra. Aunque nunca hablaron de cómo sería la mejor forma de morir, porque Carlos amaba la vida y todo lo que lo rodeaba, él algún día sí le dijo a su sobrina que quería que su cuerpo hecho cenizas fueran lanzadas al mar. Tristemente algo de eso cumplió, su cuerpo quedó donde quería: en la inmensidad del pacífico.
Después de que los tres buzos se volvieron a sumergir, salieron a la superficie minutos después y una serie de corrientes y olas que solo conoce el oceáno se ensañaron contra los nadadores y los separó en cuestión de milésimas de segundos. El hecho es que Carlos nunca se dejó separar de la persona que lo necesitaba: Érika.
Peter, un gringo con buen estado físico, empezó nadar para buscar el barco. No lo encontró porque la embarcación ya se había movido para buscarlos. Nadó durante unas seis horas y logró llegar a la roca de Malpelo, a donde lo encontraron a las 10 de la mañana del siguiente día. A Hernán y a Jorge los hallaron dos días después en mar abierto. Fueron rescatados con vida.
Carlos Enrique y Érika no aparecían y aunque el paso del tiempo jugaba un contra de los buenos pronósticos, quienes conocían a Carlos sabían que él era un súper experimentado en estas aguas. Diez días después de la inmersión, un avión particular que contrataron los familiares de los desaparecidos halló a 140 millas náuticas de Malpelo el cadáver de Érika.
Angélica y Alejandra, conociendo cómo era Carlos con sus alumnos y con su equipo de buceo, creen que él murió, tal vez días después de Érika, por no dejarla sola. Los buzos que se salvaron fueron en contra de las recomendaciones habituales , que para estos casos es quedarse quieto y dejar que la corriente los lleve, porque el barco y las lanchas de apoyo tendrán que ir con la corriente buscando en ese camino y eso tal vez los salvó. "Si Carlos se hubiera perdido solo otra sería su historia".
Ya nadie sabrá lo que pasó con Carlos, tal vez su cuerpo ya no aparezca; pero lo único cierto es que a él, el hombre que desde niño soñaba con las aguas, el oceáno se lo tragó.