Tres son las etapas importantes de la producción cinematográfica de Federico Fellini, de las cuales cada una tiene un lenguaje, un estilo y un objetivo diferentes.
La primera es paralela a los años dorados del neorrealismo italiano, en que directores como Roberto Rosellini y Vittorio de Sica lideraban la parada. En efecto, Fellini trabajó en varias de sus películas, comoL’amore y Paisá, de Rossellini. Sin embargo, y aunque aún era un director joven, algunas de sus películas de esa época están sin duda entre las mejores de toda su carrera. La más memorable es Roma, cittá aperta, verdadera radiografía de esa ciudad histórica hundida por el fascismo, mezcla de documental, narración y exploración psicológica de sus ciudadanos.
Con el éxito de las películas de esa época Fellini pudo darse a producciones a mayor escala que le significaron varios reconocimientos tanto en Europa como los Estados Unidos. Las películas de esa época están armadas sobre estructuras narrativas más estandarizadas, para alcanzar un público más amplio, y narradas con el estilo que habría de ser llamado realismo mágico, el cual sin embargo no es el mismo de la literatura latinoamericana, pues es anterior, pero sí es el responsable del cine moderno euro-oriental, el de Emir Kusturica y sus compinches. Cada obra de esa época es realmente una obra maestra, como Ocho y medio, La dolce vita y Amarcord.
Del mismo modo en que había usado la experiencia del neorrealismo para nutrir su siguiente período, Fellini usó el éxito y los recursos de su período “universal” para volver a un cine más personal, mucho menos comercial, y a veces bastante extraño. Entre las películas de esa época están E la nave va, la voce della luna, y la inolvidable Prova d’orchestra, en que un trompetista, acariciando su instrumento, hace una hermosa confesión: la tromba è uno strumento solitario…
Con ese tercer ciclo Fellini cerró una de las carreras cinematográficas más completas de la historia, y sin embargo muchos han quedado con la duda de qué más habría sido capaz de hacer de no haber muerto cuando murió.