Diez libras de maíz pilado, diez libras de queso costeño, seis de azúcar (cinco para echarle a la masa y una para revolver), diez cucharadas de bicarbonato de sodio, amasar y al horno de leña. Esa es la receta perfecta de la almojábana costeña. Cuando están listas, Yajaira, una vendedora de almojábanas en La Paz, coge su platón y se va a la vía de Valledupar a La Guajira y empieza a vendérselas a los que van de paso. Las pequeñas a 500 pesos, las grandes a 1.000, ese es el costo del alimento por el que ella resigna su sueño y antes de que cante el gallo, está trabajando.
No es la primera que llega. Cuando se acerca a la “Ye” se encuentra Luz Marina, quien desde las 4:00 am está en el negocio. Es día de mujeres y deben aprovechar, al otro día hay descanso para ellas y salen los hombres a trabajar. Como en las grandes ciudades para reducir los trancones, los ‘almojabaneros’ de La Paz tienen ‘Pico y Placa’ a la hora de vender su producto. Un día trabajan ellos, al otro trabajan ellas.
Yajaira trabaja desde las 5:00am en el negocio de las almojábanas.
La Paz es un pueblo a diez minutos de Valledupar. Famoso por ser la tierra donde nació Jorge Oñate, artista vallenato al que apodan ‘El Jilguero de América’. Pero no fue él quien hizo temblar a Yajaira. Pasó una camioneta blanca, ella la abordó como cualquier auto a ofrecerle sus almojábanas. “¿A cómo son?”, le preguntó una mujer. Al decirle el precio, otra ventana del carro se bajó y le dijo: “Entonces dame diez”. Era Diomedes Díaz. A Yajaira le tembló el pulso, le temblaron las piernas. Casi deja caer la bandeja. El artista se bajó, la abrazó y le pidió que dejara esos nervios, que no pasaba nada. Cogió su producto, entró a la camioneta y se fue. Al mes murió.
“Diomedes era un hombre bueno con nosotros. Siempre nos compraba almojábanas y dejaba mucho dinero para repartir. Aquí lo queríamos mucho”, dice Erubilia Mieles, una ‘almojabanera’ de las más antiguas. Por la edad le duelen las piernas, pero sigue firme en su labor. Prefiere venderlas de tarde porque de día hace los quehaceres de su pequeña casa con un patio gigante, o como ella lo llama “hacer oficio”.
"Las almojábanas tienen que cocinarse con leña", Doña Erubilia.
“La almojábana tiene que cocinarse en horno de leña, porque en la estufa no quedan bien”, sentencia Erubilia. Ella cree saber cómo nació el negocio de las almojábanas en La Paz. “Mi mamá me dijo que era una señora que las hacía en una finca allá en la sierra. Como gustaron tanto, en el pueblo comenzaron a comprarlas. Era un pueblo pequeño entonces, ahora La Paz es grande”, cuenta con nostalgia. Sin embargo, no es esa vendedora anónima la que se lleva el crédito de las almojábanas en el pueblo.
Adalinda Sierra es la mujer que tiene una estatua en el ‘parque de las almojábanas’. Fue una de las precursoras y su constancia llevó al pueblo a hacerle un monumento en honor a la mujer trabajadora. Junto a ella, Alicia Mieles impulsó que este municipio del Cesar se conozca por sus almojábanas.
Doña Alicia se adjudica ser la primera que vendió alnojábanas en Valledupar.
Alicia reclama que las almojábanas de hoy no son como antes. A las de ahora les echan leche, algo que ella jamás hizo. Además, como el “queso está caro”, le echan menos del que se aconseja. Tiene 94 años y hace 30 que se retiró de la venta de almojábanas, pero le exige a su hijo que las prepare como ella lo hacía. No por nada fue la primera en entrar a Valledupar con el negocio.
“Llegué y me instalé en el sector de las 5 esquinas y así allá pudieron disfrutar de las almojábanas de La Paz”, dice Alicia con orgullo, sabiendo que su destino es pasar lo que le resta de vida transmitiendo lo que es una buena almojábana. Nuestra fotógrafa la prueba, queda enamorada de su sabor y promete regresar a La Paz para comerse otro par de ellas.
En Twitter: @RomanGomez
Yajaira trabaja desde las 5:00am en el negocio de las almojábanas.
La Paz es un pueblo a diez minutos de Valledupar. Famoso por ser la tierra donde nació Jorge Oñate, artista vallenato al que apodan ‘El Jilguero de América’. Pero no fue él quien hizo temblar a Yajaira. Pasó una camioneta blanca, ella la abordó como cualquier auto a ofrecerle sus almojábanas. “¿A cómo son?”, le preguntó una mujer. Al decirle el precio, otra ventana del carro se bajó y le dijo: “Entonces dame diez”. Era Diomedes Díaz. A Yajaira le tembló el pulso, le temblaron las piernas. Casi deja caer la bandeja. El artista se bajó, la abrazó y le pidió que dejara esos nervios, que no pasaba nada. Cogió su producto, entró a la camioneta y se fue. Al mes murió.
“Diomedes era un hombre bueno con nosotros. Siempre nos compraba almojábanas y dejaba mucho dinero para repartir. Aquí lo queríamos mucho”, dice Erubilia Mieles, una ‘almojabanera’ de las más antiguas. Por la edad le duelen las piernas, pero sigue firme en su labor. Prefiere venderlas de tarde porque de día hace los quehaceres de su pequeña casa con un patio gigante, o como ella lo llama “hacer oficio”.
"Las almojábanas tienen que cocinarse con leña", Doña Erubilia.
“La almojábana tiene que cocinarse en horno de leña, porque en la estufa no quedan bien”, sentencia Erubilia. Ella cree saber cómo nació el negocio de las almojábanas en La Paz. “Mi mamá me dijo que era una señora que las hacía en una finca allá en la sierra. Como gustaron tanto, en el pueblo comenzaron a comprarlas. Era un pueblo pequeño entonces, ahora La Paz es grande”, cuenta con nostalgia. Sin embargo, no es esa vendedora anónima la que se lleva el crédito de las almojábanas en el pueblo.
Adalinda Sierra es la mujer que tiene una estatua en el ‘parque de las almojábanas’. Fue una de las precursoras y su constancia llevó al pueblo a hacerle un monumento en honor a la mujer trabajadora. Junto a ella, Alicia Mieles impulsó que este municipio del Cesar se conozca por sus almojábanas.
Doña Alicia se adjudica ser la primera que vendió alnojábanas en Valledupar.
Alicia reclama que las almojábanas de hoy no son como antes. A las de ahora les echan leche, algo que ella jamás hizo. Además, como el “queso está caro”, le echan menos del que se aconseja. Tiene 94 años y hace 30 que se retiró de la venta de almojábanas, pero le exige a su hijo que las prepare como ella lo hacía. No por nada fue la primera en entrar a Valledupar con el negocio.
“Llegué y me instalé en el sector de las 5 esquinas y así allá pudieron disfrutar de las almojábanas de La Paz”, dice Alicia con orgullo, sabiendo que su destino es pasar lo que le resta de vida transmitiendo lo que es una buena almojábana. Nuestra fotógrafa la prueba, queda enamorada de su sabor y promete regresar a La Paz para comerse otro par de ellas.
En Twitter: @RomanGomez
