Luis es un taxista joven pero con experiencia. No es de los que dice “para allá no voy”, pero sí tiene cuidado con quién lleva en su carro. Cuando alguien le saca la mano lo analiza de pies a cabeza para saber a quién va a transportar. Tiene “buen ojo” para los ejecutivos.
Aunque no le gusta llevar borrachos, ha tenido que hacerlo varias veces. Dice que un alto potencial de los clientes un fin de semana es gente que se ha pasado de copas. Corre el peligro de que le vomiten el carro, de que se le duerman y no sepan llegar a sus casas, o que se pongan “complicados”. Ya le ha pasado varias veces.
Una “escena de película porno”
En una ocasión había tenido un día largo, difícil, sin muchos pasajeros. Pensó que a lo mejor podría conseguir alguno en las zonas de rumba y a “vuelo de pájaro” arrancó para “Cuadra alegre”, en Kennedy. Recogió una pareja joven, bien vestida, que aparentemente no se veía problemática. Lo único raro era que la chica estaba un poco pasada de copas.
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La carrera era hasta Castilla. Al principio todo parecía normal. La chica dormía sobre el hombro del muchacho, que estaba en mejores condiciones que ella. De pronto, y a pesar de que parecía que la mujer se había bebido medio bar, ella se despertó y empezó a besar al muchacho con pasión. Sin importar que estuvieran en un taxi que manejaba un desconocido, la pareja se enfrascó en un frenesí de besos y caricias que al pobre conductor le produjo una erección de campeonato, no sólo porque se tocaban sino también se decían obscenidades que no podrían sino haber sacado de una película porno.
El taxista pensó que si mantenían los límites no iba a haber problema. Él no sería obstáculo para el amor. Cuando al asunto le subían los decibeles, Luis les pidió moderación. “Usted maneje, señor, dijo el pasajero, sin dejar de agarrar los muslos de su pareja. Hubo un segundo llamado al que nadie respondió. Y de pronto la mujer, sin pensarlo, se quitó de prisa blusa y brasier. “Tenía unos senos muy lindos”, recuerda Luis. Él tipo ya iba alistando su “animalito” para hacer lo que” tenía que hacer”.
Luis frenó en seco. “Se me bajan ya mismo, par de degenerados” –dijo con firmeza. Ambos lo miraron con cara de asombro. Luis insistió: “Se bajan o llamo a la policía”. El chico saltó del carro y jaló a la mujer todavía en toples. Como pudo agarró la ropa de ella que todavía estaba en la silla y se alejó. Ella ni podía caminar.
Luis arrancó. No se podía sacar de la cabeza la imagen de ese par de pechos magníficos.
Una desafortunada historia de amor
En otra ocasión, ya no en 'Cuadra alegre' sino cerca a la 85, recogió a otro tipo que también se había excedido con los tragos. Subió al taxi de Luis con la ayuda de unos amigos. "Cayó en la silla de atrás como un costal de papas". Se incorporó a medias y balbuceó la dirección a la que debía ir. Modelia, logró entender Luis. ¿Qué parte de Modelia, señor? –Preguntó–: eso es muy grande. “Yo le indico”, soltó el borracho en su indescifrable jerga etílica.
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El pasajero era un hombre de unos 45 años, alto, delgado, elegante. “Se veía que era un tipo de plata”. Cuando manejaba en las noches, para relajarse y tener la mente ocupada, Luis ponía una emisora que rotaba viejos boleros y rancheras. Por el impacto que le causó todavía recuerda la canción que sonó: Senderito de amor del maestro Julio Jaramillo. Y algo se le despertó al borracho porque a grito herido empezó a cantar. No se le entendía nada.
Cantaba y lloraba. “Amorrrrcito que al camino va, amorcitooooo que perdió su nido sin hallar abrigo en el vendavaaaaaall”.
Cuando terminó la canción, el pasajero, con el rostro anegado en lágrimas, empezó a relatar su desafortunada historia de amor. Era publicista. Trabajaba de sol a sol. Llevaba siete años de matrimonio. Sin hijos pero con un perro. Era un buen marido pero a veces “se pegaba sus escapadas”. Y en una de esas escapadas su mujer, la oficial, lo pilló. Después del divorcio no le quedó ni el perro. Eso es lo que Luis recuerda de la historia.
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Cuando iban llegando, el pasajero se puso pálido y empezó a hacer gestos. Luis, que conocía esos casos, sabía que se iba a vomitar. El desastre dentro del carro sería monumental. Se detuvo entonces, y con una paciencia de enfermero ayudó a que el desgraciado hombre devolviera atenciones donde lo tenía que hacer.
Luego, como pudo, descifró la dirección y lo dejó en la puerta de la casa. Antes de que bajara le deseó suerte y que ojalá se le curara pronto la tusa.
“Uno encuentra borrachos de todo tipo”, pensó mientras manejaba por la 26.