En 1999, año en que lo mataron, Jaime Garzón trabajaba en las noches en el noticiero CM& personificando al lustrabotas Heriberto de la Calle, y en las mañanas en la emisora Radionet, como parte del equipo al mando de Yamid Amat. Pero también hacía otro trabajo, lejos de las cámaras y los micrófonos: el de mediador para la liberación de secuestrados de la guerrilla. Garzón solía tomar su camioneta y emprender el camino para hablar con los jefes guerrilleros. También era común que fuera mensajero. En varias ocasiones llevó y trajo cartas e incluso entregó remedios que alguna familia enviaba a su familiar cautivo. Este texto de Alfredo Serrano Zabala da cuenta de esa faceta de Garzón
Esa tarde del 7 de mayo de 1999, la chalupa en la que regresábamos hacia el puerto petrolero de Barrancabermeja remontaba con dificultad las crecidas aguas del río Magdalena. Jaime Garzón compartía conmigo la estrecha banca de la pequeña embarcación. Garzón se veía agotado, estaba muy callado, venía desparramado observando el paisaje y de cuando en cuando dándole una disimulada mirada al texto que yo preparaba para enviar a los noticieros de televisión para los cuales trabajaba como corresponsal en el puerto sobre el río Magdalena.
Garzón traía a la mano una botella semivacía de whisky, la misma que les brindó horas antes, a sorbo de pico de botella, a los siete liberados que la guerrilla del ELN, había dejado en libertad en el corregimiento de Monterrey, municipio de Simití, en el sur de Bolívar. Secuestrados que hacían parte de las 46 personas que viajaban en el avión Fokker 50 de Avianca, desviado el 12 de abril de 1999, cuando cubría la ruta Bucaramanga-Bogotá. Los secuestrados estaban en una vasta zona selvática de la Serranía de San Lucas, fortín histórico del movimiento subversivo ELN.
En las horas de la noche del 6 de mayo de 1999, en el Hotel Pipatón de Barrancabermeja, Jaime Garzón levantaba un censo de medios de comunicación, periodistas, camarógrafos y fotógrafos que partiríamos a la mañana siguiente hacia Monterrey para la esperada entrega por parte del grupo beligerante.
Jaime Garzón, a través de un teléfono satelital le leyó aquella noche a Francisco Galán, dirigente del ELN, preso para la época en la cárcel de Itagüí en Antioquia, el listado completo de quienes iríamos a la anunciada liberación de secuestrados.
A la mañana siguiente, es decir, el 7 de mayo de 1999, nuevamente Jaime volvió a solicitar el nombre de medios y periodistas que rumbo río Magdalena al norte del país irían hasta el corregimiento de Monterrey en el Sur de Bolívar a cubrir la importante noticia.
Una vez más corroborados los nombres y la lista ante los dirigentes del ELN, por parte de Garzón, partimos hacia el municipio de San Pablo en una docena de chalupas con capacidad para 20 pasajeros cada una. Algunos medios pagaron su transporte fluvial expresa para sus enviados especiales.
Una vez en el puerto de San Pablo, la comitiva de periodistas y personalidades que viajaban para el evento desayunamos en el par de restaurantes que tiene el pueblo. Hacia las nueve de la mañana procedimos a ascender hacia la Serranía de San Lucas en busca del corregimiento de Monterrey. Todos viajamos a bordo de unos vehículos camperos, que laboran en la región, los mismos transportes utilizados por los guerrilleros del ELN para llevar al cautiverio a los secuestrados del avión de Avianca.
Hora y media después, y luego de remontar parte de la montaña a través de una irregular vía sin pavimentar llegamos hasta la cancha de fútbol de Monterrey en donde ya estaban apostados dos enormes helicópteros con distintivos de la Cruz Roja Internacional. Al lugar llegaron, entre otros, el Procurador General de la Nación, Jaime Bernal Cuéllar, el Defensor del Pueblo, José Fernando Castro Caycedo, (qepd), un representante de la Cruz Roja Internacional, los pilotos de las naves y Jaime Garzón en el centro del escenario coordinando todos los detalles a propósito de la entrega de secuestrados del ELN.
El gran número de integrantes de la prensa nacional y regional quienes acudimos al lugar nos dedicamos a aguardar con paciencia el momento de la entrega de los plagiados, algunos caminamos por el pequeño caserío para dialogar con sus habitantes, otros descansaron, etc.
Un poco después del mediodía y luego de ires y venires donde las autoridades del Gobierno nacional con Jaime Garzón como primer protagonista dieron la orden, alzaron el vuelo los dos helicópteros de la Cruz Roja Internacional hacia un lugar desconocido que mediante coordenadas había entregado minutos antes la cúpula del ELN para traer a la libertad a un grupo aún sin identificar de víctimas del secuestro de la aeronave.
Hacia la 1.30 de la tarde a la distancia se observó el regreso de los helicópteros que aterrizaron nuevamente en la mitad de la cancha de fútbol. A esa hora los bordes del polvoriento terreno registraba un panorama sobre sus líneas laterales como si se disputara un clásico local de fútbol. Pronto supimos que la mayoría de espectadores (hombres en su mayoría) quienes llegaron como curiosos a observar el espectáculo eran paramilitares vestidos de civil. Los miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia -AUC- vieron con especial detalle lo que allí acontecía, particularmente la acción de Jaime Garzón como contacto directo vía teléfono satelital con la dirigencia del ELN.
Cuando los helicópteros volvieron a Monterrey, pronto fueron descendiendo de su interior, en su orden, Otto Duarte, la monja ecuatoriana Josefina Buñay Menoscal, Abelardo Arciniegas, Miguel Arturo Fajardo, Álvaro Sierra, Gabriel Infante y Gerardo Flórez, siete afortunados que la guerrilla del ELN había decidido entregar aquel día de mayo. En la selva quedaban viviendo la tragedia de la privación de la libertad otras 30 personas entre pasajeros y tripulantes.
La alegría de tener con nosotros a los liberados opacó la preocupación que algunos periodistas sentimos cuando supimos sobre la presencia de los paramilitares alrededor del campo de fútbol. Los paramilitares eran miembros del Bloque Central Bolívar -BCB- comandados en la zona por su jefe militar, Rodrigo Pérez Alzate, alias “Julián Bolívar” quien tenía como su centro de operaciones el corregimiento de San Blas, Simití, también en el Sur de Bolívar, sitio donde aguardaba noticias sobre lo que ocurría en Monterrey.
Desconozco si Jaime Garzón en medio de su ardua actividad de aquel día se enteró de la presencia de los paramilitares en el lugar y si fue así, poco le importó, porque nunca disimuló su definitiva intervención como mediador directo en esa entrega. Jaime no midió en aquel momento la categoría de monstruo que le vigilaba y le respiraba encima. Los pillos nunca antes habían tenido tan cerca y en sus feudos al aguerrido líder de opinión pública.
Cuando los secuestrados descendieron de los helicópteros Jaime Garzón, muy emocionado, rompiendo el protocolo corrió al estilo de los kinesiólogos en el fútbol hacia la mitad del campo de juego a recibir, uno a uno, a los secuestrados con una botella de whiskie para brindar con los plagiados su regreso a la libertad. Varios de las felices víctimas no quisieron probar el licor, la monja ecuatoriana tampoco.
De regreso hacia Barrancabermeja vía río Magdalena nuestra chalupa se apagó a unos 40 minutos del puerto petrolero y quedamos a la deriva. Nuestra preocupación era llegar pronto a enviar microondas para los noticieros de la noche. Una embarcación que venía semivacía detrás de la nuestra, arrimó y nos auxilió. Jaime Garzón se quedó junto con el chalupero en la embarcación varada en un islote en la mitad del río de la patria. Garzón no tenía afán. Luego conocimos que arribó una hora después ya cuando la tarde caía en Barrancabermeja.
Aquella misión humanitaria que desempeñó Jaime Garzón frente a la liberación de los secuestrados, en mi opinión, se constituyó en el principio del fin de la valiosa e irremplazable vida de gran y magnífico líder de masas quien, 96 días después, es decir, el 13 de agosto de 1999, hacia las 6 y 30 de la mañana, perdiera su vida cuando se dirigía hacia su trabajo en Radionet. Las balas asesinas que le ofrecieron los paramilitares en la cancha de Monterrey al Sur de Bolívar lo alcanzaron cerca de Corferias en la capital de la república.
Jaime cambió la alegría de los liberados por su propio sacrificio. Paz en la tumba para este inolvidable colombiano, que enseñó al país a pensar sobre nuestra penosa realidad.
Postdata: El periodista Daniel Coronel en su columna "Los verdugos de Jaime Garzón" escrita para la revista Semana del 21 de diciembre de 2013, entre otros asuntos, escribió lo siguiente: Desde 1998, poco más de un año antes de su muerte, Jaime Garzón venía siendo objeto de seguimientos ilegales. Además, algunas de sus comunicaciones fueron interceptadas, sin orden judicial, con el propósito de armarle un proceso para señalarlo como un hombre de la guerrilla de las Farc o del ELN.
… Por último entregaron a los paramilitares el pretendido dossier de Garzón, que contenía la información distorsionada que no les había alcanzado para judicializarlo pero si para intentar enlodarlo. También enviaron los detalles cotidianos de su vida y desplazamientos, que resultaron muy útiles a la hora de matarlo....
Jaime Garzón, el día del principio de su trágico fin
Vie, 15/08/2014 - 07:01
En 1999, año en que lo mataron, Jaime Garzón trabajaba en las noches en el noticiero CM& personificando al lustrabotas Heriberto de la Calle, y en las mañanas en la emisora Radionet,